Nos vemos, sin fecha ni horario fijo, en algunas pantalla o sintonía radio italiana o española. Y lo mismo ocurre en medios escritos. Tengo la inmensa suerte de no depender de nadie, de no deber nada a nadie y de poder opinar libremente cuando y donde solo yo lo considere oportuno.
«Fatti non foste a viver come bruti, ma per seguir virtute e conoscenza»
«No habéis sido hechos para vivir como brutos, sino para seguir virtud y conocimiento»
Dante Alighieri, "La Divina Commedia", Inferno - canto XXVI

lunes, 10 de octubre de 2011

(110) Confianza y credibilidad, aun cuando inmotivadas, son el frágil meollo del patrimonio de un periodista
Fiducia e credibilità, anche quando immotivate, sono il fragile nucleo del patrimonio di un giornalista

A lo mejor no tiene nada que ver con esta profesión, el periodismo, o a lo mejor sí tiene que ver. Porque aquí quiero relatar una anécdota que habla de confianza. Y la confianza es sin duda - con la deontología profesional, la corrección y la honrada subjetividad - uno de las componentes de esa compleja relación que se instaura entre quien informa y opina y quien recibe el mensaje. Sea este lector, oyente de radio o telespectador.
  Se me acerca una persona y me pregunta si tengo diez minutos para ver a un señor que tiene un problema físico y bastante angustia porque teme que sea algo grave. Naturalmente, ante mi extrañeza, pregunto quién es ese señor, por qué se dirige a mí y, sobre todo, si le ha visto un médico.
  Para hacerlo breve: poco después estoy ante un alto cargo con cierta responsabilidad muy sensible, una de esas personas acostumbradas a documentarse, hacer frente a situaciones límite y a tomar decisiones importantes en un pis pas. Ahí mi sorpresa - pues aun conociéndole, apenas superficialmente - se acentúa. Y mucho más cuando me cuenta el motivo por el que quería verme.
  Lo veo inmediatamente. Tiene una tremenda hinchazón en un ojo, un párpado hecho un guisante rojizo con un puntito central ligeramente amarillento. No es difícil intuir que con mucha probabilidad se trata de un gran orzuelo, el característico quiste sebáceo que aparece en los ojos por oclusión de la natural salida de la grasa, con la consiguiente frecuente inflamación. La que en este caso, por volumen y oclusión del párpado, era muy aparatosa.
  Echo un vistazo y, naturalmente, pregunto si le ha visto un médico, un oftalmólogo. Y, ante mi sorpresa, me contesta que acaban de verle y que no se queda satisfecho ni tranquilo con el diagnóstico. Vamos, que quiere que yo, periodista, le observe atentamente y le dé mi parecer. Ante lo cual, y no podía ser de otra manera, insisto en que no soy médico y que tiene que seguir las pautas indicadas por quien acaba de verle y de indicarle lo que tiene que hacer.
  Pues no hay manera... y me doy cuenta. Así que decido seguirle la corriente y no hago otra cosa que repetir, pero con otras palabras y con pequeñas e inofensivas modificaciones, los consejos de su médico. Lo que tendrá que hacer: colocar hisopos o paños con agua caliente, acelerar la maduración, observar cuidados higiénicos y tener algo de paciencia. Sobre todo, observar que el proceso sea progresivo, regular y que no se prolongue mucho en el tiempo. En ese caso, vuelta al médico.
  Tampoco faltaron, ante algunas siniestras dudas del hombre (¿tumor?) unas palabras tranquilizadoras mezcladas con ocurrencias y chistes. Y todo eso tuvo su efecto. El hombre, mi “paciente”, me explicó que me tenía en mucha estima, que confiaba en mí y que había seguido las actividades que desde hace muchos años desarrollo en el desierto a favor de mis amigos nómadas. Sabía, me dijo, que cuando no iba acompañado por oftalmólogos u otros especialistas, yo mismo actuaba dentro de límites razonables. Y ahí tuve que aclararle que se trataba de cuidados rutinarios, sabiendo lo que se hace, o de situaciones en las que se trata de decidir entre dejar a un enfermo a su suerte (y a cientos de kilómetros de cualquier posibilidad, en pleno desierto) o atreverse y meter mano hasta donde se tengan las ideas claras.
   Pues la conversación acabó allí. Con el hombre tranquilizado por mis palabras y con una clara aunque peligrosa sensación: que su confianza en mi persona superaba la confianza que ese señor hubiese tenido que tener hacia su médico. Y no olvido que ese señor me dijo unas cuantas veces que me estimaba como periodista, que le inspiraba credibilidad.
  ¡Vaya papeleta! Afortunadamente, situaciones como la narrada, que es de hace pocas horas, no se repiten con frecuencia. Ahí jugaron un papel la angustia, la preocupación de que se tratara de algo muy grave y la situación anímica de la persona. Pero no olvido el subrayado sobre su confianza en mí.
  Y a renglón seguido, una vez digerido el curioso episodio, estoy obligado a interrogarme. A preguntarme cuántas veces, en nuestra profesión, la credibilidad y la confianza se ganan con dificultad en años de trabajo y se pierden en una fracción de segundo por un solo error. Ya ven, es para pensarlo bien, cada día, antes de sentarse delante de un teclado, ponerse frente a un micrófono o mirar al piloto rojo de una cámara. Por respeto a Ustedes y – discúlpenme el egoísmo – para que yo mismo me pueda respetar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Los comentarios serán moderados - I commenti saranno moderati