Nos vemos, sin fecha ni horario fijo, en algunas pantalla o sintonía radio italiana o española. Y lo mismo ocurre en medios escritos. Tengo la inmensa suerte de no depender de nadie, de no deber nada a nadie y de poder opinar libremente cuando y donde solo yo lo considere oportuno.
«Fatti non foste a viver come bruti, ma per seguir virtute e conoscenza»
«No habéis sido hechos para vivir como brutos, sino para seguir virtud y conocimiento»
Dante Alighieri, "La Divina Commedia", Inferno - canto XXVI

viernes, 30 de diciembre de 2011

(126) Y ese día, sin duda sin haberlo merecido, me canonizaron... En vida y con publicidad
E quel giorno, senza dubbio non avendolo meritato, mi canonizzarono... In vita e con pubblicità

Corso Valdocco, en Torino (o Turín, si prefieren) cruza vía Garibaldi, la elegante calle-paseo que une las plazas Castello y Statuto, pocos metros antes de esta última, que conmemora el estatuto otorgado por el rey Carlo Alberto de Saboya. Estamos, por tanto, al abrigo de las cumbres más altas de los Alpes, en el corazón de la capital del Piamonte, la primera capital de Italia que este año 2011, como todo el país, ha celebrado los primeros 150 años de esa unidad de Italia que Torino quiso, promovió y acompañó en sus primeros pasos.
  Pero yo la vía Garibaldi y el corso Valdocco los recorro, los paseo y los observo con otros ojos. Son los del recuerdo, los de mi inquieta adolescencia que guardo en la memoria como si fuera ayer mismo. Eran los años en los que ya tenía más que claro que quería e iba a ser periodista. Por eso, haciendo novillos, en lejanos años del milenio que nos dejamos atrás, muy a menudo recalaba en la redacción de la Gazzetta del Popolo, el gran diario cuya redacción y principal sala de rotativas estaban en el palacio que ven a mis espaldas, en la foto, en el número 2 de corso Valdocco, manzana que llega a la esquina de vía Garibaldi.
  No voy a largar mucho sobre esos tiempos. Sólo decir que fue en esas páginas, cuando firmar costaba años de espera, que vi por primera vez (¿o fue la segunda?) mi nombre y apellido impresos en páginas formato sábana que olían a petróleo. Fue allí de donde salía corriendo para el Palacio de Justicia, la sede central de la Policía o de los Carabinieri, el ayuntamiento, para enterarme entre pasillos, conseguir la primicia, el soplo, ese aspecto singular e inédito que podía enriquecer una crónica. Batallas y batallitas de hace muchas décadas, algunas gordas y muy sabrosas. Pero no voy a aburrirles.
  Aquí quiero recordar otro aspecto. la singularidad de ese barrio del centro turinés. Sabrán Ustedes que el Piamonte, y no hablemos de Torino, es muy fecundo en santidad. Pues se da el caso de que en el mismo corso Valdocco, a menos de cien metros del periódico, hay una estatua de un santo muy amado: San Giuseppe Cafasso, una vida dedicada a las cárceles y a sus pobladores, consolando a muchos y rescatando para la sociedad a no pocos, todo eso mientras dedicaba parte de su misión a cuidar las familias de los detenidos.
  Se da también el caso de que a cien metros de esa estatua están los lugares fundacionales, y todavía son sus sedes centrales, de la inmensa obra de otros dos gigantes. Estos sí que les sonarán: san Giovanni Bosco y san Giuseppe Cottolengo. Dos piamonteses que, el primero volcado en la educación y el otro hacia los enfermos y desheredados, consagraron su vida a los demás y dejaron en los cinco continentes a miles de personas y cientos de lugares enteramente dedicados al prójimo.
  En estos últimos días de finales de 2011, he pasado muchas veces ante la estatua de san Cafasso y he aparcado en la plaza de María Auxiliadora, frente a la basílica, a la estatua y a la casa fundacional de Don Bosco. He entrado para una visita, como he entrado, unos cien metros más abajo, en la primera casa fundacional del Cottolengo, donde seres que la sociedad no quiso, y a menudo no quisieron sus propias familias, viven con la total dignidad debida a un ser humano. Aunque sus semblantes a veces de humano conserven muy poco, por muchos que esmeren con amor sacerdotes, monjas, voluntarias y voluntarios, la mayoría (¡qué dedicación!) jóvenes.
  Me ha gustado la inmersión en el recuerdo (no es la primera vez) y me ha gustado conectar en mis paseos por calles muy conocidas esos primeros y lejanos pinitos periodísticos con la misión humana y social de esos tres grandes hombres. Motivos de reflexión he tenido no pocos, sobre todo teniendo bien presente que también un periodismo honrado y honesto es algo que podría parecerse a una misión. Misión social, desde luego.
  Pero lo serio, lo solemne, no impide la sonrisa. la que afloró en estos días al recordar que hace unas cuantas décadas tuve una especial y directa relación con esos tres santos. Hasta el punto de que a mí también me... canonizaron... Pues sí, fui san Josto Maffeo. Tal cual y en letra de imprenta. Mejor dicho, en titulares.
  La imagen la tienen aquí debajo. La revista de economía y política “Piemonte”, una de las que contaban con mi colaboración, me encargó, para una serie sobre personajes de primera línea en la historia de esta región padre y madre de Italia, que escribiera las biografías de los tres santos citado: Don Bosco, san Giuseppe Cottolengo y san Giuseppe Cafasso. Publiqué las dos primeras y ocurrió que, a punto de salir el número con la tercera biografía, en la tipografía de la revista quisieron gastarme una broma (¿o fue un homenaje?). Pero se les fue la mano y un fallo de organización la armó gorda.
  El “Proto”, el director de la tipografía en el lenguaje periodístico italiano, se llamaba Luigi De Vecchi. Persona seria en el trabajo y, sin embargo, hombre ameno y cordial en los momentos de descanso. Y así, un día, antes de irnos a almorzar con algunos colegas, sin decirnos nada dio orden de que – sólo en un par de ejemplares – la revista apareciera con titular y firma intercambiados. Donde tenía que aparecer: “SAN GIUSEPPE CAFASSO, di Josto Maffeo”, apareció “SAN JOSTO MAFFEO, di Giuseppe Cafasso”.  Es decir, el santo de las cárceles firmaba mi propia biografía.
  ¿Dije que se les fue la mano? Más que eso. A alguien se le olvidó limitar la broma a pocos ejemplares. Y los que alcanzaron quioscos, correos, abonados, etc., fueron muchos. Los suficientes para que en Torino, y en más lugares, mi “santidad” fuera “vox populi”.
  A ver si en lo que me queda consigo por lo menos acercarme a la calificación de “buena gente”. Que ya sería mucho.

sábado, 24 de diciembre de 2011

(125) ¡FELIZ NAVIDAD! ¡FELIZ 2012!
FELICE NATALE, FELICE 2012!



Os deseo muchos posts, tweets, mails, Sms y, sobre todo, la feliz compañía de vuestros seres queridos en unas fiestas que tod@s merecéis serenas, divertidas, esperanzadoras y dignas de ser recordadas.

Vi auguro molti post, tweet, mail, Sms e, soprattutto, la felice compagnia dei vostri cari in festività che tutti meritate serene, divertenti, di buon auspicio e degne di essere ricordate.












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jueves, 8 de diciembre de 2011

(124) Incomprensión, impotencia, compasión y respeto ante alguien que ha decidido irse
Incomprensione, impotenza, compassione e rispetto dinanzi a chi ha deciso di andarsene

La vida, ya lo sabemos desde la noche de los tiempos, siempre depara sorpresas. Dulces y amargas. En alguna medida previsibles o totalmente inesperadas e inexplicables. Muchas de estas sorpresas, sobre todo las amargas, conllevan una fuerte carga de profundidad, la inescrutable profundidad del ánimo humano, ese predio íntimo, privado, cerrado a cal y canto y que a menudo ni siquiera el propio titular consigue recorrer con soltura.
  Abro el correo y veo un mail de Beppe, un amigo de toda la vida. Espero las cosas habituales: los Alpes, el estado de nuestras nieves, alguna reseña gastronómica con las cosas que nos gusta comer, las pesadillas con los podadores que invaden su jardín, sus achaques y unas cuantas informaciones sobre amigos y conocidos.
  Pero hace unos momentos el mensaje fue breve, conciso, dramático: 
 
«Esta mañana me ha llamado nuestro amigo G.B. para informarme de que E., el hijo de B., ha puesto fin a su existencia, con un arma de fuego. No hay más detalles, ni se conocen los motivos. Ya te haré saber».

  Me quedé en silencio. Releí varias veces el mensaje. Y mientras, afloraban a mi memoria rostros, lugares, periodos, muchos aparcados en la noche de los tiempos. Pero emergía el rostro de E., primogénito de los tres hijos de mis amigos E. y B. El más tranquilo de los hermanos, el que cuando su padre y yo estábamos en el mundo de los radioaficionados – hablo de hace unas cuantas décadas – cogía a escondidas el micrófono y soltaba alguna frase: cosas divertidas, pero nunca tonterías. Hasta se había atribuido un propio skip name, un apodo que era el nombre del protagonista de una serie de relatos del gran Italo Calvino. Nunca supe si lo había ojeado o si iba de oídas.
  Hoy reviví en un frenético flashback esos días y años. Volví a ver a E. que se casó como sus padres, a los 17 años, para formar una familia tranquila a los pies de nuestros comunes Alpes. E., ese chico que de niño tuve en mis brazos y con quien jugábamos en casa de sus padres. E., el chico educado y siempre presto a la sonrisa, a la broma, a la salida con chispa.
  Pues eso. Son los recuerdos lo que lo complican aun más, que hacen aun más difícil comprender. Si algo hay que comprender.
  Quien abandona la vida, huye, no puede más, no encuentra resortes y se le ha acabado la esperanza, le han faltado apoyos a los que agarrarse.
  Y para quien queda, queda el dolor multiplicado por la incomprensión y por un sentido de responsabilidad a menudo injusto consigo mismo. No es fácil percibir signos, penetrar en el ánimo humano, interceptar el malestar más profundo de un ser, por muy cercano que sea.
 Como no es fácil ni tampoco justo juzgar. Desde mi tajante rechazo a la disponibilidad de la vida, propia o ajena, paso sin dificultad a la piedad, a la compasión (eso de “padecer con”) y me interrogo, me pregunto.
  El malestar más profundo, el dolor más intenso, un momento en el que no se vislumbran salidas, todo puede hacer precipitar una decisión.
  No comparto tu elección, querido E., porque siempre hay salida. Pero puedo lejanamente comprender que todo te pudo, que te sentiste tan pequeño y que probablemente todos hemos fallado en algo. Porque cuando alguien se va así, muchas culpas siguen quedando por aquí, aun sin ser conscientes de ellas.
  Descansa en paz, E.. Y paz quiero que encuentren tus allegados, tus hijos, quien te conoció.


Montañas del Valle Pellice (Torino) - Montagne della Val Pellice (Torino)


La vita, già lo sappiamo dalla notte dei tempi, ci riserva sempre sorprese. Dolci e amare. In certa misura prevedibili o completamente inattese e inspiegabili. Molte di queste sorprese, soprattutto le amare, si portano appresso una forte carica di profondità, l’inscrutabile profondità dell’animo umano, quel ridotto intimo, privato, chiuso a doppio battente e che spesso neppure il proprio titolare riesce a percorrere con disinvoltura.
  Apro la posta elettronica e vedo un messaggio di Beppe, amico da sempre. Mi aspetto le cose abituali: le Alpi, lo stato delle nostre nevi, qualche menzione alla gastronomia con le cose che più ci piacciono, i mal di testa con i suoi potatori che invadono il giardini, gli acciacchi e notizie relative ad amici e concenti.
  
  Un momento fa, però, il messaggio era breve, coinciso, drammatico:
 
 
«Stamani mi ha chiamato il nostro amico G.B. per informarmi che E., il figlio di B., ha posto fine alla sua esistenza, con un’arma da fuoco. Pero ora non ci sono particolari e non si conoscono i motivi. Ti farò sapere».  
 


  Sono ammutolito. Ho riletto varie volte il messaggio. E nel frattempo affioravano alla memoria volti, luoghi, periodi, molti parcheggiati nella notte dei tempi. Emergeva, ciò nonostante, il volto di E., primogenito dei tre figli dei miei amici E. e B.. Il più tranquillo dei fratelli, colui che quando suo padre ed io stavamo nel mondo dei radioamatori – parlo di alcuni decenni addietro –prendeva di nascosto il microfono e pronunciava alcune frasi: cose divertenti, mai scemenze. Si era persino attribuito un proprio skip name, un soprannome che era il nome del protagonista di una serie di racconti del grande Italo Calvino. In realtà, non ho mai saputo se li conosceva o se solo ne aveva sentito parlare.

  Oggi ho rivissuto in un frenetico flashback quei giorni e anni. Ho rivisto E. che si sposò come i suoi genitori, a 17 anni, per formare una famiglia tranquilla ai piedi delle nostre comuni Alpi. E., quel ragazzo che da bambino ho avuto tra le braccia e con cui giocavamo a casa dei suoi genitori. E., il ragazzo educato e sempre pronto al sorriso, allo scherzo, all’uscita brillante.


  Eh... già… Sono i ricordi a rendere le cose ancor più complicate, a rendere più difficile la comprensione. Sempre che ci sia qualcosa da comprendere.
  Chi abbandona la vita fugge, non ne può più, non trova stimoli ed ha perso la speranza, gli sono mancati appoggi ai quali potersi afferrare.
  E per chi resta, rimane il dolore moltiplicato dall’incomprensione e da un senso di responsabilità spesso ingiusto con sé stessi. Non è facile percepire segni, penetrare nell’animo umano, intercettare il malessere più profondo di un essere umano, per quanto vicino ci possa essere.
  Come non è facile e neppure giusto giudicare. Dal mio netto rifiuto alla disponibilità della vita, propria o altrui, passo senza difficoltà alla pietà, alla compassione (“patire con”) e m’interrogo, mi domando.
  Il malessere più profondo, il dolore più intenso, un momento in cui non si intravedono uscite, tutto può far precipitare una decisione.
  Non condivido la tua decisione, caro E., perché sempre c’è un’uscita. Posso però lontanamente comprendere che tutto ti ha schiacciato, che ti sei sentito tanto piccolo e che probabilmente tutti abbiamo sbagliato qualcosa. Perché  quando qualcuno se ne va così, molte colpe restano tra di noi, anche se non ne siamo coscienti.
  Riposa in pace, E.. E pace voglio che trovino i tuoi cari, i tuoi figli, chi ti conobbe.

lunes, 5 de diciembre de 2011

(123) Si de veras está todo como me lo pintáis, pues apaga y vámonos.
Se davvero è come me lo dipingete, si salvi chi può




No merece la pena perder tiempo en un enésimo artículo.
Con algunas líneas es más que suficiente. Estas:




Nunca me reconoceré en una sociedad que niega la existencia de sentimientos auténticos.

Nunca tomaré parte en la ceremonia y en la cultura del “sospecha, siempre y por si acaso”.

Nunca podré dar coba ni mucho menos crédito a los de la soporífera retahíla: “Todos malos y corruptos, menos yo”.

Y mucho menos colaboraré en mantener en vida el goebbeliano culto de la mentira y del infundio sin base: “Ensucia, que algo queda”.

Para esto y algo más, me declaro en rebeldía.

Que lo arreglen ellos, los gurús sabelotodo de la mucha labia. Una comunidad que va “in crescendo”.

Por último, una propuesta a la RAE para un palabro multicomprensivo: “fanatofiliofóbico”.


IN MEMORIAM
Paul Joseph Goebbels
(Rheydt, 29 de octubre 1897 – Berlín, 1 de mayo 1945)

(123) Si de veras está todo como me lo pintáis, pues apaga y vámonos.
Se davvero è come me lo dipingete, si salvi chi può



No merece la pena perder tiempo en un enésimo artículo.
Con algunas líneas es más que suficiente. Estas:




Nunca me reconoceré en una sociedad que niega la existencia de sentimientos auténticos.

Nunca tomaré parte en la ceremonia y en la cultura del “sospecha, siempre y por si acaso”.

Nunca podré dar coba ni mucho menos crédito a los de la soporífera retahíla: “Todos malos y corruptos, menos yo”.

Y mucho menos colaboraré en mantener en vida el goebbeliano culto de la mentira y del infundio sin base: “Ensucia, que algo queda”.

Para esto y algo más, me declaro en rebeldía.

Que lo arreglen ellos, los gurús sabelotodo de la mucha labia. Una comunidad que va “in crescendo”.
Por último, una propuesta a la RAE para un palabro multicomprensivo: “fanatofiliofóbico”


IN MEMORIAM
Paul Joseph Goebbels
(Rheydt, 29 de octubre 1897 – Berlín, 1 de mayo 1945)