Nos vemos, sin fecha ni horario fijo, en algunas pantalla o sintonía radio italiana o española. Y lo mismo ocurre en medios escritos. Tengo la inmensa suerte de no depender de nadie, de no deber nada a nadie y de poder opinar libremente cuando y donde solo yo lo considere oportuno.
«Fatti non foste a viver come bruti, ma per seguir virtute e conoscenza»
«No habéis sido hechos para vivir como brutos, sino para seguir virtud y conocimiento»
Dante Alighieri, "La Divina Commedia", Inferno - canto XXVI

martes, 23 de febrero de 2021

(276) 23 de Febrero de 1981. Apuntes a vuelapluma sobre un fallido golpe de estado, 40 años después.
23 Febbraio 1981. Brevi appunti su un fallito golpe, 40 anni dopo.

Cuarenta años. Se dice pronto después de lo mucho que ha pasado en esta convulsa democracia española. Convulsa, a menudo contradictoria y puntualmente hasta esperpéntica, pero democracia. Digan lo que digan los revolucionarios de turno desde los dos extremos de un espectro político y social que parece haber aprendido poco de la propia Historia. 

Ya se ha dicho casi todo, y todo lo que se pueda “revelar” o añadir sobre esos días no cambiará lo sustancial, que viví en primera línea, con el privilegio de la profesión y de los muchos contactos, y que tuve que narrar y analizar en cada momento y circunstancia. Recuerdo todo lo esencial y muchos detalles. Tuve hasta el privilegio de ser uno de los primeros tres periodistas que compartió y comentó los acontecimientos pocos después con el rey Juan Carlos I y su familia. Casi dos horas de conversación de los que guardo memoria y me reservo algo de desmemoria. 

                                        Encuentro con el Rey Juan Carlos y familia real tres días después del golpe.

Aquí no voy a analizar o a disertar de forma grandilocuente con la sabiduría del después. Sólo quiero dejar fijados tres aspectos, o por lo menos como yo los he visto y los veo. El primero es que el papel del rey en ese momento fue fundamental, fuera o no el de Tejero uno de varios posibles golpes en marcha y el que se precipitó por las esperpénticas características y temperamento del entonces teniente coronel de la Guardia Civil. 

La segunda consideración es que creo firmemente que, por lo menos en algunas décadas sucesivas, ese alocado y peligroso ataque a los cimientos de la todavía joven democracia española constituyó una suerte de vacuna. Mirando hacia atrás me reconfirmo en esa que fue ya una impresión-vaticinio que dejé escrita no mucho después de ese mes de febrero. 

Y por último, pero sólo en estas simplificaciones de unos apuntes a vuelapluma, porque muchísimas más podrían ser las consideraciones, la triste constatación de algo que me temía. Algo que ya había comenzado a aprender en mis primeros años de España: la prevalencia de la enemistad sobre la rivalidad, la dificultad en el reconocimiento y respeto de la discrepancia, el cultivo familiar y social, no total pero muy extendido, de la memoria como arma permanentemente cargada y lista para disparar a los de la acera de enfrente. En eso poco se diferencia los dos bandos.

Esta última constatación, que es de ayer como de hoy mismo, junta con las superficialidad y la visceralidad triunfantes sobre el sosiego y la reflexión constructiva, son las que limitan o impiden diálogos y pactos que el resto de Europa conoce, con sus altibajos pero también con sus realizaciones, desde hace muchas décadas. 

Y no me entretengo sobre la facilidad con que esta sociedad abraza cualquier causa, cualquier personaje, cualquier salida de tono en cualquier sentido, con la simple finalidad de “apuntarse al bombardeo o al festorro”. ”La exageración al poder”, las ganas de juerga, de pelea y de carpe diem a toda costa son una característica constante en amplios sectores de esta sociedad que adora y exalta la superficialidad. 

Ahora bien, en los momentos de calma la simpatía es general y contagiosa. Pero las ascuas siguen vivas debajo de las cenizas. 

No reniego, todo lo contrario. Hago tesoro de lo que significó, como revulsivo, ese 23 de febrero de 1981, con un asalto al parlamento que hizo exclamar en una redacción atónita del norte de Europa: “¿Qué hace un torero en el parlamento de Madrid?”. Lo que me pregunto es si de verdad ha calado hondo en la sociedad española al punto de poder afirmar – mutatis mutandis – que las ganas de volver a las andadas se están diluyendo o siguen buceando. Y de los jóvenes que ignoran (encuestas recientes son demoledoras) poco se puede decir salvo mirar, con estupor y rabia, al empeño que han puesto – todos – en deseducar a unas cuantas generación con presente y pasado remoto obsesivo, pero desconocedoras de su Historia más reciente. 

Lástima.

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