Nos vemos, sin fecha ni horario fijo, en algunas pantalla o sintonía radio italiana o española. Y lo mismo ocurre en medios escritos. Tengo la inmensa suerte de no depender de nadie, de no deber nada a nadie y de poder opinar libremente cuando y donde solo yo lo considere oportuno.
«Fatti non foste a viver come bruti, ma per seguir virtute e conoscenza»
«No habéis sido hechos para vivir como brutos, sino para seguir virtud y conocimiento»
Dante Alighieri, "La Divina Commedia", Inferno - canto XXVI

jueves, 9 de diciembre de 2021

(278) Una vida, un corresponsal y un desierto (y otras vivencias)
Una vita, un corrispondente e un deserto (ed altro vissuto)

En los últimos tiempos, suelo rechazarlas. Pero conociendo la solvencia y profesionalidad de la Fundación "Aprender Juntos", con El País y BBVA, me dejé convencer y concedí esta entrevista, volcada sobre todo en mis "movidas" por los desiertos. Pero también con reflexiones sobre las maneras de viajar, la aproximación a las personas, algo sobre nuestra profesión y en síntesis, como diría Fellini, un poco de "Amarcord" (Me acuerdo...). 

Aquí tienen dos versiones. La síntesis de unos seis minutos y la versión completa de tres cuartos de hora. 

No quiero dejar pasar la ocasión sin agradecer a Romina Peñate, que lo ha coordinado, y a todo el equipo de estudio, la profesionalidad y amabilidad desplegadas.  

 
 Aquí tienen un extracto: 

 
 Y aquí la entrevista completa: 


 

lunes, 29 de noviembre de 2021

(277) Justo Gallego, la fe del carbonero y la tragedia de Avianca en Mejorada del Campo
Justo Gallego, la fede del carbonaio e la tragedia di Avianca a Mejorada del Campo

«Per aspera ad astra»
(Séneca)

 «Verás qué recibimiento. Descansa al fin, Justo». Eso decía ayer Monsieur de Sans Foy, escritor y poeta bilbaíno (yo le llamo "nervionés") que se parapeta tras ese seudónimo cuando firma textos, versos o tweets con su característica carga de socarronería, a menudo de acidez, y con la ocurrencia siempre al acecho. Coincidimos en varios aspectos del ser y del saber, no siempre estamos de acuerdo, pero hay que reconocer que cuando Monsieur se pone serio sentencia como los marmolistas de un cementerio: escribe indeleble con cincel y “ad perpetuam rei memoriam”, como decían los paisanos de Cicerón. 

A Sans Foy le contesté que «sobre el recibimiento, no tengo ni la más mínima duda» y añadí un «Justo entre justos. Que DEP», para luego rememorar la primera vez que encontré y entrevisté a Justo Gallego Martínez, ese humilde agricultor visionario que en Mejorada del Campo, afueras de Madrid, dedicó toda su vida adulta a erigir una catedral con medios de fortuna, desechos de todo tipo y procedencia, materiales a menudo casi imposibles. Y lo hizo todo solo; en su aventura encontró más obstáculos que ayudas. 

Ayer Justo Gallego se fue de este mundo a los 96 años, sin ver concluida su catedral. Pero la obra está allí, en Mejorada del Campo. Una imponente estructura de un estilo indefinible, testimonio de un sueño cargado de fe y voluntad tozuda. Si Calderón sostenía que la vida es sueño, Justo Gallego ha demostrado que un sueño puede ser una vida con un objetivo. Conseguirlo es lo de menos porque, aunque no lo admitiera, en su fuero interno Justo sabía que no era tan sencillo. Estaba convencido, sin embargo, de que en el viaje de una vida, el que te has propuesto como no diferible, es más importante cada paso dado en el recorrido que la consecución de la meta

Esa filosofía, impregnada de fe, tozudez, resiliencia y una voluntad indómita, es la que Justo me explicó, directa e indirectamente hace más de cuarenta años. Estuve un día entero persiguiéndolo detrás de la carretilla, agarrándome a peligrosos andamios a los que subía o echándole una mano a amasar cemento con arena. Todo para intentar captar esa "fe del carbonero" que lo animaba y conocer los recursos que su físico, ya algo tocado, les permitían aprovechar y ensamblar ladrillos de segunda mano, hierros retorcidos, chapa procedente de desguaces y hasta viejas ruedas de bicicleta. La lista de los materiales utilizados en esa catedral por Justo es entre impensable, increíble y desconcertante. Ya lo dijeron autoridades y arquitectos cada vez que, ante la enfadada indiferencia del constructor, intentaban ponerle trabas. 

Y sin embargo, inacabada pero majestuosa, increíble pero real, esa catedral está allí, desafiando el skyline de Mejorada y mirando a un cielo al que Justo miró toda su vida. Y hacia arriba, muy arriba, Justo miraba, absorto, en las pocas pausas de su frenética actividad. En mi visita, en mis visitas porque hubo más a lo largo de los años, se detenía solo de vez en cuando unos segundos. Y era en esas pausas cuando, con su habla rápida, a veces atropellada por un sinfín de ideas, me soltaba alguna sentencia. Siempre concluyendo con un “Dios dirá”. La suya no era resignación ante las dificultades, que veía; era la aceptación de que la intención tiene que pervivir al desafío, la voluntad al obstáculo. Era la fe en que lo importante era caminar, caerse y levantarse, pero siempre mirando al frente, al objetivo. 

No quiero alargarme. Este solo es un breve recuerdo al que quiero añadir otro, el de un día, una noche más bien, de tragedia que me llevó años después a volver a ver a Justo para un saludo y poco más. La noche del 26 al 27 de noviembre de 1983 cenaba yo con el colega Annibale Vasile, el desaparecido corresponsal de la RAI, en un restaurante cerca de Mejorada (por cierto, un local que años más tarde sería volado por terroristas). Al postre, un fragoroso estruendo nos levantó de la mesa y poco después, por un azar que los periodistas no desean, pero agradecen cuando lo inevitable ha ocurrido, estábamos los dos no muy lejos de la catedral de Justo, a los pies de una loma contra la cual había chocado un Jumbo de la compañía Avianca en fase de aproximación al aeropuerto de Barajas. Los restos de 181 seres humanos, entre pasajeros y tripulación, mezclados a piezas de todos los tamaños y al contenido de muchos equipajes, estaban esparcidos ante nuestros ojos, a lo largo de cientos de metros. 

Con algunos vecinos y, si bien recuerdo, dos agentes de la policía municipal, fuimos los primeros que contemplamos ese horror. Los servicios de emergencias llegaron pocos minutos después y comenzó una noche terrible, espantosa por como se presentaba ese campo que parecía el del final de una sangrienta batalla. 

Al día siguiente, estando todavía en Mejorada, me acerqué a la catedral en obras para ver si estaba Justo Gallego, saludarle y preguntarle sobre su trabajo. Lo encontré empujando una carretilla llena de escombros recuperados en una demolición. Un saludo, algunas frases e, inevitable, la referencia al desastre aéreo de la noche anterior. Y fue en ese momento cuando Justo soltó, casi como un murmullo: «Aquí no hay luces, pero espero que esa pobre gente anoche se haya ido viendo la silueta de este templo. Que descansen en paz». 

Hoy añado: Tú también, Justo, descansa en paz entre justos y soñadores, cuerdos portadores de sanas locuras. 


* La iglesia inacabada se llamará “La catedral de Justo” y Mensajeros de la Paz, a quienes Gallego la donó, intentará concluir la obra.
** El ayuntamiento de Mejorada del Campo ha decretado tres días de luto por el fallecimiento de su “hijo predilecto” Justo Gallego.





martes, 23 de febrero de 2021

(276) 23 de Febrero de 1981. Apuntes a vuelapluma sobre un fallido golpe de estado, 40 años después.
23 Febbraio 1981. Brevi appunti su un fallito golpe, 40 anni dopo.

Cuarenta años. Se dice pronto después de lo mucho que ha pasado en esta convulsa democracia española. Convulsa, a menudo contradictoria y puntualmente hasta esperpéntica, pero democracia. Digan lo que digan los revolucionarios de turno desde los dos extremos de un espectro político y social que parece haber aprendido poco de la propia Historia. 

Ya se ha dicho casi todo, y todo lo que se pueda “revelar” o añadir sobre esos días no cambiará lo sustancial, que viví en primera línea, con el privilegio de la profesión y de los muchos contactos, y que tuve que narrar y analizar en cada momento y circunstancia. Recuerdo todo lo esencial y muchos detalles. Tuve hasta el privilegio de ser uno de los primeros tres periodistas que compartió y comentó los acontecimientos pocos después con el rey Juan Carlos I y su familia. Casi dos horas de conversación de los que guardo memoria y me reservo algo de desmemoria. 

                                        Encuentro con el Rey Juan Carlos y familia real tres días después del golpe.

Aquí no voy a analizar o a disertar de forma grandilocuente con la sabiduría del después. Sólo quiero dejar fijados tres aspectos, o por lo menos como yo los he visto y los veo. El primero es que el papel del rey en ese momento fue fundamental, fuera o no el de Tejero uno de varios posibles golpes en marcha y el que se precipitó por las esperpénticas características y temperamento del entonces teniente coronel de la Guardia Civil. 

La segunda consideración es que creo firmemente que, por lo menos en algunas décadas sucesivas, ese alocado y peligroso ataque a los cimientos de la todavía joven democracia española constituyó una suerte de vacuna. Mirando hacia atrás me reconfirmo en esa que fue ya una impresión-vaticinio que dejé escrita no mucho después de ese mes de febrero. 

Y por último, pero sólo en estas simplificaciones de unos apuntes a vuelapluma, porque muchísimas más podrían ser las consideraciones, la triste constatación de algo que me temía. Algo que ya había comenzado a aprender en mis primeros años de España: la prevalencia de la enemistad sobre la rivalidad, la dificultad en el reconocimiento y respeto de la discrepancia, el cultivo familiar y social, no total pero muy extendido, de la memoria como arma permanentemente cargada y lista para disparar a los de la acera de enfrente. En eso poco se diferencia los dos bandos.

Esta última constatación, que es de ayer como de hoy mismo, junta con las superficialidad y la visceralidad triunfantes sobre el sosiego y la reflexión constructiva, son las que limitan o impiden diálogos y pactos que el resto de Europa conoce, con sus altibajos pero también con sus realizaciones, desde hace muchas décadas. 

Y no me entretengo sobre la facilidad con que esta sociedad abraza cualquier causa, cualquier personaje, cualquier salida de tono en cualquier sentido, con la simple finalidad de “apuntarse al bombardeo o al festorro”. ”La exageración al poder”, las ganas de juerga, de pelea y de carpe diem a toda costa son una característica constante en amplios sectores de esta sociedad que adora y exalta la superficialidad. 

Ahora bien, en los momentos de calma la simpatía es general y contagiosa. Pero las ascuas siguen vivas debajo de las cenizas. 

No reniego, todo lo contrario. Hago tesoro de lo que significó, como revulsivo, ese 23 de febrero de 1981, con un asalto al parlamento que hizo exclamar en una redacción atónita del norte de Europa: “¿Qué hace un torero en el parlamento de Madrid?”. Lo que me pregunto es si de verdad ha calado hondo en la sociedad española al punto de poder afirmar – mutatis mutandis – que las ganas de volver a las andadas se están diluyendo o siguen buceando. Y de los jóvenes que ignoran (encuestas recientes son demoledoras) poco se puede decir salvo mirar, con estupor y rabia, al empeño que han puesto – todos – en deseducar a unas cuantas generación con presente y pasado remoto obsesivo, pero desconocedoras de su Historia más reciente. 

Lástima.