Nos vemos, sin fecha ni horario fijo, en algunas pantalla o sintonía radio italiana o española. Y lo mismo ocurre en medios escritos. Tengo la inmensa suerte de no depender de nadie, de no deber nada a nadie y de poder opinar libremente cuando y donde solo yo lo considere oportuno.
«Fatti non foste a viver come bruti, ma per seguir virtute e conoscenza»
«No habéis sido hechos para vivir como brutos, sino para seguir virtud y conocimiento»
Dante Alighieri, "La Divina Commedia", Inferno - canto XXVI

miércoles, 1 de junio de 2016

(256) Hay monjas y monjas. Algunas (o muchas) son providenciales
Ci sono suore e suore. Alcune (o molte) sono provvidenziali


Dedicado a Sor Paloma, Suor Chiara, 
la entrañable "Tíamonja" y muchas más.


En este juego periódico y repetitivo a cuánto me queda, cómo va, si la palmo o todavía no es el momento, estaba yo enfilando por enésima vez las habituales calzas verdes antes de meterme por enésima vez en el túnel de una tomografía. Y fue en ese momento cuando me di cuenta de que estaba en el hospital madrileño de Nuestra Señora del Rosario. No, para mí esa no es una clínica como otra. Es el escenario de una de la muchas imágenes de muerte, de sangre y de horror que mi memoria no puede ni quiere borrar. Pero esta vez el recuerdo tuvo un aderezo de los que dejan respirar hondo un momento y mantienen abierta la puerta a la esperanza.

Era una mañana brumosa y fría. Era el  25 de abril de 1986, cuando un enésimo bombazo me levantó de la cama. Por experiencia (sólo en mi calle y cercanía he visto con mis ojos a 23 muertos y decenas de heridos en seis atentados) intuí de qué podía tratarse. Me vestí y bajé. Averiguada la dirección del estruendo, me puse a correr y llegué ante un escenario de horror. En medio del cruce, un colega muy conocido entonces, Alejandro Heras Lobato, de TVE, observaba atónito, enfundado en un abrigo negro que escondía un pijama. Enfrente teníamos humo, escombros, chapa, piezas de todo material. Sobre todo, unos transeúntes que intentaban prestar socorro a unos seres humanos destrozados, algunos ya fallecidos, otros en situación muy crítica. Por la calle Juan Bravo y por la plaza del Marqués de Salamanca ya llegaban a toda velocidad los primeros vehículos de varios servicios de emergencia y policiales.

El oficio y la reiteración no han conseguido hacerme insensible, ni lo conseguirán. Pero es evidente que al cabo del tiempo, sobre todo en esos años de atentado etarra casi diario, uno mantiene una aparente frialdad en el escenario y las emociones se las lleva más tarde a casa para llorarla y despotricar en la intimidad. Por eso mantengo clara la memoria de decenas y decenas de atentados y de otros hechos sangrientos, vistos en primera fila a lo largo de mi vida profesional.

Y entonces ¿por qué, enfundando las calzas en la clínica del Rosario, me acordé de ese atentado del 1986 en el que murieron cinco agentes de la Guardia Civil?

Hay un motivo. ETA dejó una bomba en el semáforo de la esquina de Juan Bravo con Príncipe de Vergara, a dos metros de la pared de la clínica regentada por las Hermanas de la Caridad de Santa Ana. En la explosión murieron en el acto tres agentes, otros dos miembros de la Guardia Civil fallecieron más tarde en sendos hospitales madrileños. Eran los relevados por colegas de refresco en la vigilancia y protección de las cercanas embajadas de los Estados Unidos y de Italia.

No les voy a hacer la crónica de lo que ocurrió. La pueden encontrar en hemerotecas y en buscadores de Internet, así como pueden ver aquí algunas páginas que he extraído de la hemeroteca online del diario ABC. Pero quiero recordar unos datos y algo que se me dijo en el hospital por celadores, enfermeras y médicos en las horas sucesivas al atentado.

Ante todo, quiero recordar que hubo cinco víctimas y pudo ser una gran matanza. Piensen Uds. que tras la pared de ladrillo de la esquina, abierta en canal por la bomba de ETA,  había 55 puérperas o mujeres que estaban a punto de dar a luz y unos 60 recién nacidos, algunos en incubadoras. Y no pasó nada, más allá del susto.

Esa mañana en el hospital trabajaban las 36 monjas de la comunidad, 16 médicos, 10 ATS y 30 auxiliares. Entre las habitaciones revueltas, con camas volcadas y objetos de todo tipo por doquier, sólo un Crucifijo se mantuvo en su sitio, en la pared

Pero ¿por qué no pasó nada? Vamos a decir que fue “suerte”. “Suerte”, aunque entre niños y mujeres, volando y penetrando la pared, llegaron chapas, plásticos, partes de un neumático del coche de la Guardia Civil y más objetos.

¿“Suerte” y “casualidad” también de que – dicen que por la insistencia de una hermana – unos días antes se adelantó una reforma (cristales, ventanales, paredes) y una monja dio orden de cambiar en parte la disposición de camas y cunas, alejándolas de la pared exterior?

Lo dejo aquí. No antes de dos consideraciones. Digan lo que
Las Hermanas de la Caridad de Santa Ana operan en
varios lugares del mundo, sobre todo en el ámbito
de la asistencia y sanidad. Aquí una hermana en Macao.
digan la RAE y Fundeu, a esa “Suerte” y “Casualidad” yo le pongo mayúscula, y a las Hermanas de la Caridad de Santa Ana las homenajearía con un monumento en la misma esquina de ese atroz atentado, debajo de la placa azul (la he visto hoy) que recuerda ese trágico viernes.

 ¿Y yo? Yo acabé de enfundarme las calzas verdes y me metí en el túnel tomográfico como en un túnel del tiempo. Luego me olvidé que el resultado de la prueba tendrá que llegar y es una incógnita, sonreí a una hermana algo exageradamende y salí del hospital de buen humor. Hasta me di un largo paseo cardiosaludable. Eso sí, con un recuerdo para esas cinco víctimas y una pregunta: ¿Cuántos de esos 55 ex bebés con sus respectivas madres saben hoy algo de esa “Casualidad”?
  
* Las páginas de periódico son del diario ABC del 26 Abril 1986.
  Con un "clic" en la imagen, se ampliará.


** Véase también "Recuerdos del horror, anhelos de paz" 

5 comentarios:

  1. Renacuajo1/6/16 15:21

    Da que pensar. Me quedo atónito ***

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  2. Anónimo1/6/16 15:42

    No voy a entrar en detalles, tuve muchos años duros y en el hospital donde me atendían había monjas, una más simpática que otra, cada una con su temperamento. Pero se veía que lo que hacían lo hacían por altruismo.
    Gracias, hermanas, y entre todas a sor Camila.

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  3. ¡¡¡SORprendente!!!

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  4. Gracias por hacer que barbaridades así no caigan en el olvido, y también por contar esa decisión de la monja o de las monjas. Son cosas que no te explicas, ni el horror ni esos "milagros".
    ¡Agur!

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  5. No sólo escribe con la emoción en el teclado. Sabe poner mayúscula donde hay que ponerla.
    Gracias, muchas gracias.

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