Añoranza y remordimiento. Los dos sentimientos que embargan cada que vez que nos acordamos de no haber dicho en su momento, cuando era posible, muchas cosas que les digo hoy a mi madre y a mi padre. Aunque ya no estén. Porque en realidad siguen y seguirán estando.
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Mi padre y mi madre. En aquellos tiempos (eran jóvenes) había fotógrafos que eran muy habilidosos con las tijeras y realizaban en el acto siluetas asi. Mirando y cortando |
Se llamaba Christian. Joven, tenía el doble de mi edad cuando yo era poco más que un adolescente. A costa de muchos sacrificios y peripecias consiguió graduarse, hacer su MIR y acabar, por una sustitución, como nuestro médico de familia. Al final, se quedó en esa plaza y nosotros lo elegimos como nuestro médico de confianza. Por su seriedad, preparación, afabilidad, simpatía y ausencia de prisas en sus consultas. Para hacerlo breve, diré que con el tiempo llegó a ser un amigo de familia, más que nuestro médico. Y yo era quien, curioso como en toda mi vida, más charlaba con él, atormentándolo con una pregunta tras otra.
Mi padre tenía un amigo, el profesor Bria-Berter, que dirigía unas clínicas a pocos kilómetros de casa. Gran conversador, era otro a quien yo atormentaba con mi curiosidad y que, además, me permitió varias veces ver con mis ojos intervenciones y análisis de laboratorios como también el proceso a través del cual llegaba a diagnosticar la patología de un paciente. Hoy sospecho que mi pasión por la medicina, sobre todo la de urgencias y emergencias, y mis “pinitos” en zonas de un continente donde la sanidad no llega, tienen origen en esos años juveniles.
Bien, ya tenemos a los dos protagonistas de mi recuerdo, dos profesionales de edades muy alejadas y que entre ellos no se conocían. Algo que el prof. Bria-Berter quiso subsanar al escuchar todo lo bueno que le decíamos de Christian. Creo recordar que nos pidió que facilitáramos un encuentro porque quería ofrecerle algo en el ámbito profesional. Y yo fui el encargado de hacer que se conocieran.
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Cafetería confitería Platti, en Torino. |
Mis padres y yo nos quedamos un momento perplejos. Y el profesor nos explicó que en cafetería había mucha gente, que cuatro o cinco hombres tenían rasgos correspondientes a mi descripción, pero si le hubiese dicho que Christian era negro habría sido todo más fácil y rápido.
Pues no, no había caído en ese “detalle”. Y con el tiempo coloqué ese episodio en su justo lugar: el de los agradecimientos a mis padres, que me educaron considerando las diferencias meras anécdotas de la naturaleza. Características que no alteran ni un milímetro la dignidad y el valor de un ser humano y que a lo largo de mi vida he ido consolidando como profundo covencimiento.
Hoy, día de los difuntos, en un mundo con la xenofobia y el racismo espantosamente difusos en la sociedad, explícitos o silentes, y también negados, sólo puedo añadir un “Grazie, mamma. Grazie, babbo”. 🙏
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