Nos vemos, sin fecha ni horario fijo, en algunas pantalla o sintonía radio italiana o española. Y lo mismo ocurre en medios escritos. Tengo la inmensa suerte de no depender de nadie, de no deber nada a nadie y de poder opinar libremente cuando y donde solo yo lo considere oportuno.
«Fatti non foste a viver come bruti, ma per seguir virtute e conoscenza»
«No habéis sido hechos para vivir como brutos, sino para seguir virtud y conocimiento»
Dante Alighieri, "La Divina Commedia", Inferno - canto XXVI

jueves, 8 de diciembre de 2011

(124) Incomprensión, impotencia, compasión y respeto ante alguien que ha decidido irse
Incomprensione, impotenza, compassione e rispetto dinanzi a chi ha deciso di andarsene

La vida, ya lo sabemos desde la noche de los tiempos, siempre depara sorpresas. Dulces y amargas. En alguna medida previsibles o totalmente inesperadas e inexplicables. Muchas de estas sorpresas, sobre todo las amargas, conllevan una fuerte carga de profundidad, la inescrutable profundidad del ánimo humano, ese predio íntimo, privado, cerrado a cal y canto y que a menudo ni siquiera el propio titular consigue recorrer con soltura.
  Abro el correo y veo un mail de Beppe, un amigo de toda la vida. Espero las cosas habituales: los Alpes, el estado de nuestras nieves, alguna reseña gastronómica con las cosas que nos gusta comer, las pesadillas con los podadores que invaden su jardín, sus achaques y unas cuantas informaciones sobre amigos y conocidos.
  Pero hace unos momentos el mensaje fue breve, conciso, dramático: 
 
«Esta mañana me ha llamado nuestro amigo G.B. para informarme de que E., el hijo de B., ha puesto fin a su existencia, con un arma de fuego. No hay más detalles, ni se conocen los motivos. Ya te haré saber».

  Me quedé en silencio. Releí varias veces el mensaje. Y mientras, afloraban a mi memoria rostros, lugares, periodos, muchos aparcados en la noche de los tiempos. Pero emergía el rostro de E., primogénito de los tres hijos de mis amigos E. y B. El más tranquilo de los hermanos, el que cuando su padre y yo estábamos en el mundo de los radioaficionados – hablo de hace unas cuantas décadas – cogía a escondidas el micrófono y soltaba alguna frase: cosas divertidas, pero nunca tonterías. Hasta se había atribuido un propio skip name, un apodo que era el nombre del protagonista de una serie de relatos del gran Italo Calvino. Nunca supe si lo había ojeado o si iba de oídas.
  Hoy reviví en un frenético flashback esos días y años. Volví a ver a E. que se casó como sus padres, a los 17 años, para formar una familia tranquila a los pies de nuestros comunes Alpes. E., ese chico que de niño tuve en mis brazos y con quien jugábamos en casa de sus padres. E., el chico educado y siempre presto a la sonrisa, a la broma, a la salida con chispa.
  Pues eso. Son los recuerdos lo que lo complican aun más, que hacen aun más difícil comprender. Si algo hay que comprender.
  Quien abandona la vida, huye, no puede más, no encuentra resortes y se le ha acabado la esperanza, le han faltado apoyos a los que agarrarse.
  Y para quien queda, queda el dolor multiplicado por la incomprensión y por un sentido de responsabilidad a menudo injusto consigo mismo. No es fácil percibir signos, penetrar en el ánimo humano, interceptar el malestar más profundo de un ser, por muy cercano que sea.
 Como no es fácil ni tampoco justo juzgar. Desde mi tajante rechazo a la disponibilidad de la vida, propia o ajena, paso sin dificultad a la piedad, a la compasión (eso de “padecer con”) y me interrogo, me pregunto.
  El malestar más profundo, el dolor más intenso, un momento en el que no se vislumbran salidas, todo puede hacer precipitar una decisión.
  No comparto tu elección, querido E., porque siempre hay salida. Pero puedo lejanamente comprender que todo te pudo, que te sentiste tan pequeño y que probablemente todos hemos fallado en algo. Porque cuando alguien se va así, muchas culpas siguen quedando por aquí, aun sin ser conscientes de ellas.
  Descansa en paz, E.. Y paz quiero que encuentren tus allegados, tus hijos, quien te conoció.


Montañas del Valle Pellice (Torino) - Montagne della Val Pellice (Torino)


La vita, già lo sappiamo dalla notte dei tempi, ci riserva sempre sorprese. Dolci e amare. In certa misura prevedibili o completamente inattese e inspiegabili. Molte di queste sorprese, soprattutto le amare, si portano appresso una forte carica di profondità, l’inscrutabile profondità dell’animo umano, quel ridotto intimo, privato, chiuso a doppio battente e che spesso neppure il proprio titolare riesce a percorrere con disinvoltura.
  Apro la posta elettronica e vedo un messaggio di Beppe, amico da sempre. Mi aspetto le cose abituali: le Alpi, lo stato delle nostre nevi, qualche menzione alla gastronomia con le cose che più ci piacciono, i mal di testa con i suoi potatori che invadono il giardini, gli acciacchi e notizie relative ad amici e concenti.
  
  Un momento fa, però, il messaggio era breve, coinciso, drammatico:
 
 
«Stamani mi ha chiamato il nostro amico G.B. per informarmi che E., il figlio di B., ha posto fine alla sua esistenza, con un’arma da fuoco. Pero ora non ci sono particolari e non si conoscono i motivi. Ti farò sapere».  
 


  Sono ammutolito. Ho riletto varie volte il messaggio. E nel frattempo affioravano alla memoria volti, luoghi, periodi, molti parcheggiati nella notte dei tempi. Emergeva, ciò nonostante, il volto di E., primogenito dei tre figli dei miei amici E. e B.. Il più tranquillo dei fratelli, colui che quando suo padre ed io stavamo nel mondo dei radioamatori – parlo di alcuni decenni addietro –prendeva di nascosto il microfono e pronunciava alcune frasi: cose divertenti, mai scemenze. Si era persino attribuito un proprio skip name, un soprannome che era il nome del protagonista di una serie di racconti del grande Italo Calvino. In realtà, non ho mai saputo se li conosceva o se solo ne aveva sentito parlare.

  Oggi ho rivissuto in un frenetico flashback quei giorni e anni. Ho rivisto E. che si sposò come i suoi genitori, a 17 anni, per formare una famiglia tranquilla ai piedi delle nostre comuni Alpi. E., quel ragazzo che da bambino ho avuto tra le braccia e con cui giocavamo a casa dei suoi genitori. E., il ragazzo educato e sempre pronto al sorriso, allo scherzo, all’uscita brillante.


  Eh... già… Sono i ricordi a rendere le cose ancor più complicate, a rendere più difficile la comprensione. Sempre che ci sia qualcosa da comprendere.
  Chi abbandona la vita fugge, non ne può più, non trova stimoli ed ha perso la speranza, gli sono mancati appoggi ai quali potersi afferrare.
  E per chi resta, rimane il dolore moltiplicato dall’incomprensione e da un senso di responsabilità spesso ingiusto con sé stessi. Non è facile percepire segni, penetrare nell’animo umano, intercettare il malessere più profondo di un essere umano, per quanto vicino ci possa essere.
  Come non è facile e neppure giusto giudicare. Dal mio netto rifiuto alla disponibilità della vita, propria o altrui, passo senza difficoltà alla pietà, alla compassione (“patire con”) e m’interrogo, mi domando.
  Il malessere più profondo, il dolore più intenso, un momento in cui non si intravedono uscite, tutto può far precipitare una decisione.
  Non condivido la tua decisione, caro E., perché sempre c’è un’uscita. Posso però lontanamente comprendere che tutto ti ha schiacciato, che ti sei sentito tanto piccolo e che probabilmente tutti abbiamo sbagliato qualcosa. Perché  quando qualcuno se ne va così, molte colpe restano tra di noi, anche se non ne siamo coscienti.
  Riposa in pace, E.. E pace voglio che trovino i tuoi cari, i tuoi figli, chi ti conobbe.

3 comentarios:

  1. allí donde esté, que sea todo lo feliz que se pueda ser. dep

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  2. Vivencias que parecen olvidadas, siempre aparecen cuando uno menos quiere recordarlas...

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  3. Cuando un amigo se va... No es una copla, es un pedazo de vida que se separa de nuestra existencia. Me gusta como Ud. expresa lo sentimientos. Nunca me ha defraudado.
    Saludos.
    Raquel

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