«... El hombre no vive solamente de pan...»
Mt 4, 4
(Citado con todo el respeto y con una sonrisa)
A Rafael Cinza Rey, cardiólogo y sin embargo :) buen amigo.

Claro, me refiero a las emociones importantes, a las que afectan a creencias, sentimientos, pathos, coparticipación, afectos, júbilos y dolores; a esos momentos en los que la realidad, personal o ajena, lleva casi a hacer flotar entre nubes o a hundir en penumbras nunca bien definidas. Esas son las emociones que brotan de hechos relevantes, que llenan o dejan grandes vacíos, y que nunca hundes sus raíces en venalidades o banalidades.
Hoy me he emocionado a lo grande y, aunque ha sido una emoción con base aparentemente banal, necesito exteriorizarla para que no se quede en un momento gloriosamente egoísta, como un sibarita rodeado de espejos que reflejan su propio gozo.
Quiero que participen todos de mi emoción, que la saboreen (sí, que perciban todo su sabor) y que la puedan vivir como yo la he vivido. Una y muchas veces, todas las posibles, con la misma intensidad o más. Porque – les aseguro – ha sido algo sencillo y grandioso: una gradual sucesión de segundos, de minutos, un tiempo que me ha parecido largo e intenso, profundo y sublime.

Pues sí. He comido un huevo frito según el ritual casero más gastronómicamente genuino y arraigado desde la noche de los tiempos, o desde que el ser humano comenzó a plantearse eso del huevo y la gallina y cortó por lo sano, casando huevo, aceite y fuego. El de hoy ha sido un huevo frito de esos de toda la vida. Con su yema brillante dominando los alrededores, una planicie irregular de un blanco níveo salpicada de imperceptibles burbujas repletas del néctar acalorado de la oliva.
¿Cuánto llevaba? ¿Un año? ¿Un año y medio? No sé, sólo sé que entre todas las añoranzas de mis papilas gustativas, desde que me autoimpuse una dieta de casi “cero lípidos”, el huevo frito ha sido mi deseo más recalcitrante e inconfesable. Mucho pescado azul, mucha verdura, Omega3 por uno y mil tubos, veto casi absoluto a las carnes rojas, etc... No les cuento más. Aunque me acostumbré, y tampoco se me impuso porque fue una libre elección ante la suma de factores de riesgo, demasiados, eso del huevo frito superó cualquier otro deseo y lo arrastré, manteniéndome firme y plantando cara a las fuertes tentaciones. Hasta hoy mismo.

Y he mojado pan. No antes de haber contemplado ese huevo, en la sartén y en el plato, admirándolo brillante, pletórico de lípidos, de color y sabor; tentador y retador, apetecible y apetitoso.
No entro en más detalles. Algo lo quiero reservar muy adentro, en la custodia de mi intimidad, para que las sensaciones sedimentes y hunda raíces y broten frutos para consumo y disfrute de la memoria. Porque los sucesivos, si habrá huevos sucesivos, esos ya serán del montón. Nada que ver con este tan querido, añorado y saboreado con intensa fruición.
No he ganado ninguna guerra. Sólo - y habrá que confirmarlo y mantener la vigilancia – ha ocurrido que gracias a una gran firmeza en la renuncia y a un reciente suplemento de apoyo, mis cifras disparatadas de lípidos (además de los procedentes de la alimentación, los producía yo) han caído ahora casi del cincuenta por ciento en todos sus valores. Algo sorprendente por su amplitud y que ha sorprendido a mis amigos médicos. Pues habrá que vigilar y confirmar periódicamente, sin bajar la guardia en ningún momento. Porque, además, sólo se trata de uno de los frentes de unas cuantas guerras simultaneas que voy combatiendo sin agobio ni angustia.
Pero hoy ¡he comido un huevo frito! Con esto no es que he querido dar una respuesta a la duda quevediana sobre el huevo y el fuero, aunque he optado sin artimañas por la honrada conquista del huevo. Y ha merecido la pena, ha sido un largo e intenso momento con los ojos húmedos y no me lo quiero quedar egoístamente en mi fuero más personal. Lo hago con la conciencia tranquila como nunca y quiero compartirlo con Uds.
Mojen pan, no se corten. Y que lo disfruten como yo lo he disfrutado.


¡Qué grande! Eso de sacarle jugo (yema) hasta a un simple huevo no es cosa de todos.
ResponderEliminarCon un par... se hubiese quedado más a gusto.
ResponderEliminarDigo yo.
Para que luego digan que la felicidad no existe :)
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