Nos vemos, sin fecha ni horario fijo, en algunas pantalla o sintonía radio italiana o española. Y lo mismo ocurre en medios escritos. Tengo la inmensa suerte de no depender de nadie, de no deber nada a nadie y de poder opinar libremente cuando y donde solo yo lo considere oportuno.
«Fatti non foste a viver come bruti, ma per seguir virtute e conoscenza»
«No habéis sido hechos para vivir como brutos, sino para seguir virtud y conocimiento»
Dante Alighieri, "La Divina Commedia", Inferno - canto XXVI

lunes, 18 de abril de 2016

(251) Conspiranoicos y crédulos entre el reconcomio y la zalagarda
Cospiranoici e creduli tra la diffidenza e il raggiro


Aunque uno no haya nacido ayer ni le hayan faltado innumerables ocasiones para estar en primera fila, o en una atalaya privilegiada, observando aconteceres humanos de todo tipo, la capacidad de asombro merma pero no desaparece completamente. Sí, claro, con el tiempo y con lo vivido, y según la intensidad con la que se ha vivido, ya no es tan fácil caerse del guindo o quedarse extasiado, horrorizado, estupefacto, anonadado y más. Pero algo de la humana capacidad de sorprenderse sigue todavía por ahí y asoma la cabeza cuando menos te lo esperas.

Me preguntaba si sería capaz de enumerar, en un ranking, todo lo que hoy sigue asombrándome. No por una cuestión de cantidad (tampoco son muchísimas cosas) ni por singularidad, extravagancia u otras características. Más bien encuentro la dificultad en la colocación en la escala de frecuencia, magnitud y originalidad de lo que provoca estupor.

Pero puesto a elegir, y visto que estoy en estos lares de las redes llamadas sociales, que son un canal muy peculiar de comunicación, quiero detenerme en dos aspectos que con frecuencia me hacen reflexionar, y mucho. Un ejercicio que, confieso, no me deja salir de cierto constante asombro ni me permite dar respuestas y explicaciones definitivas.

Estoy pensando en la simultánea capacidad de crecimiento de la llamada “conspiranoia” y del incremento exponencial – y por muchos aspectos manifiestamente contradictorio – del ensanche de las tragaderas del vulgo ante bulos, embustes, simulaciones, engaños, estafas, maniobras de distracción y todo el inagotable abanico de formas en las que se puede presentar una estafa, ideológica o material que sea.

Observen a su alrededor. Somos capaces de dudar de que el hombre pisó la Luna, y nos creemos absurdas películas negacionistas y, al mismo tiempo, caemos en las trampas de políticos, de periodistas, del manager o del conocido de turno dotado de un mínimo talento en el arte de la actuación y del embuste. Negamos peligrosamente cualquier beneficio a toda clase de vacunas, porque “sólo van en provecho de las multinacionales”, y a renglón seguido somos capaces de creernos toda la bondad que parece emanar de alguien que, desde un improvisado púlpito o atril, enseña sin pudor un retrato angelical de sí mismo que poco tiene que ver con la realidad.

Pues, por mucho que la psicología, la psiquiatría y la naturaleza humana intenten explicar esta dualidad contradictoria – nada novedosa, aunque estos tiempos y estos medios instantáneos de comunicación amplifican y multiplican las actuaciones y sus efectos – pues confieso que me quedo algo anonadado. Y no hay día, no hay hora sin que asista a la evolución de la euforia o del babeo de unos y otros: los que no creen en nada y le buscan siempre demasiados pies al felino, y los que con escuchar o leer autorretratos de lo buenos que son algunos, tardan un pispas en elevarlos a los altares o al podio del star system de las excelencias.

Ante estos extremos, he optado por la prudencia, mucha prudencia. Que no es otra actitud que la de asistir al espectáculo desde cierta distancia y contabilizar el número creciente de los que lo niegan casi todo hasta darse de bruces y, más numerosos, de quienes tardan demasiado en dejar de reírle la gracia y aplaudir al farsante de turno. Y este último, dicho sea de paso, a menudo es el primero en creerse su propia actuación. Aunque la cara de idiota, cuando y si despiertan, al final la van a tener sólo los espectadores.  
Pues mientras el reconcomio y el mosqueo mantienen su nutrida audiencia, la zalagarda campa por sus anchas y prolífera “in crescendo”, haciendo estragos entre los incautos que conceden su confianza sin la debida prudencia y una barrera defensiva de razonable escepticismo. Muy pocos son los elegidos que consiguen en algún momento abrir los ojos y retomar la perspectiva.

“Es lo que hay”, decían. “Porque Ud. lo quiere”, contestaban.

Pues para tomar conciencia, intentar equilibrar los dos fenómenos y reducir algo los daños, se me ocurre proponer la proclamación del “Día de los aceptablemente crédulos” y de la no menos oportuna “Jornada de los prudentemente escépticos”.



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