A trompicones, con una retahíla de parches para salir del paso, encadenando problemas y preparando desastres, alimentando falsas esperanzas y proyectando ilusiones.
Así seguimos, y me temo que seguiremos, entre altibajos, por el camino que, con la latente o activa complicidad de todos y de cada uno, no nos llevará muy lejos.
Y seguiremos así hasta que la mayoría de los que poblamos Europa sigamos identificándonos más por lo que leemos en la portada de nuestro pasaporte, por nuestra propia nación o, peor aún, por un territorio más pequeño o por la aldea natal.
En momentos de crisis buscamos las explicaciones en los egoísmos y en los nacionalismos económicos. Pero olvidamos, o queremos olvidar, que el nacionalismo económico es sólo un aspecto del nacionalismo a secas.
No es cuestión de renegar de quienes somos y de dónde venimos. Es más bien cuestión de saber dónde estamos y hacia dónde queremos ir.
De lo contrario, me temo que seguiremos viajando desde muchos sitios a ninguna parte.
El primer paso para construir Europa es no sólo declararse, sino también sentirse profundamente europeos. Continentales. Aunque para algunos casi nos quede como un concepto y un espacio todavía pequeño.
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