Nos vemos, sin fecha ni horario fijo, en algunas pantalla o sintonía radio italiana o española. Y lo mismo ocurre en medios escritos. Tengo la inmensa suerte de no depender de nadie, de no deber nada a nadie y de poder opinar libremente cuando y donde solo yo lo considere oportuno.
«Fatti non foste a viver come bruti, ma per seguir virtute e conoscenza»
«No habéis sido hechos para vivir como brutos, sino para seguir virtud y conocimiento»
Dante Alighieri, "La Divina Commedia", Inferno - canto XXVI

martes, 11 de febrero de 2014

(204) Antes me canonizaron. Y sólo unos años después me morí
Prima mi canonizzarono. E solo alcuni anni dopo morii


Si Ud. ha pasado alguna vez por aquí, y ha tenido la amabilidad de darse una vuelta por los textos del blog, a lo mejor habrá caído en un relato. Me refiero a este:
Pues sí, el que narra como - sin pasar por un previo, largo, muy complejo y altamente improbable proceso de canonización -   un día de hace muchas décadas descubrí, y conmigo muchos miles de lectores, que, estando todavía en la Tierra o habiendo dejado este valle de lágrimas, fui proclamado santo. Con la pertinente aureola, la mirada mística perdida en los infinitos vericuetos de la trascendencia y - ¡menudo honor! - con mi hagiografía escrita y firmada nada menos que por un “colega”. Ese sí que fue Santo con la “S” mayúscula: San Giuseppe Cafasso, confesor y amigo de Don Bosco y gran misionero entre las miserias humanas de las cárceles de Torino, en las que destacó como defensor de los condenados a muerte. Corrían los años entre las dos mitades del siglo XIX.

¿Piensan Uds. que eso de la canonización virtual, el “empapelamiento santificador”, fue lo único que pasó. Ni hablar. Ocurrió, y queda en mi biografía, que a una anomalía se sumó otra, como si mi vida estuviese desandando el ritmo natural de los acontecimientos. Porque, como aquí y ahora le voy a relatar, no sólo fui santo, sino que me morí algunos años después de haber tomado posesión de mi parcela con adosado en la infinita urbanización de la Gloria.

Todavía recuerdo esa mañana en la que, saliendo de casa y habiendo recorrido no muchos metros, comencé a notar algo extraño. Quienes me conocían, y era bastante conocido, de cerca o de lejos, me miraban con caras de manifiesto estupor o disimulaban, observándome de reojo. ¿Saben Uds. lo que es esa sensación que los niños definen “¿Tengo monos en la cara?”? Pues ni más ni menos. Me sentí observado y portador de alguna anomalía que no conseguía identificar. Comprobado que llevaba los calcetines del mismo color, que llevaba todo abrochado como mandan los cánones y que no aparecían manchas o lamparones visibles en mi atuendo, crucé la calle hasta llegar a una esquina.

Allí fue donde se hizo la luz. Entre el quiosco de prensa y una pared. La alarma me la dio el quiosquero, que me conocía muy bien, y lo hizo con una mirada en un principio de ligero estupor, pero que inmediatamente después iba transformándose progresivamente en sonrisa hasta degenerar en carcajada. La que soltó apuntando su dedo índice contra la pared de enfrente.

Y allí, bien pegado a esa pared, destacaba algo que en esos tiempos era muy frecuente contemplar por las calles italianas y que sin embargo nadie podía ver nunca referido a sí mismo. Era esto:

(Clic en la imagen para ampliar)
Pues sí, era la esquela. Mejor dicho, una de las dos docenas de grandes esquelas que aparecieron en unas cuantas calles anunciando que yo me había ido a criar malvas. Pero lo dramático convivía con lo humorístico y hasta con un reproche. Porque si por un lado aparecía un triste “nos ha dejado”, a renglón seguido se censuraba el hecho de que yo me había pirado no muy educadamente. En el anuncio de mi muerte, entre paréntesis, aparecía una nada sutil reprimenda: “como era su estilo, sin preaviso”.

Fue el argumento del día, un día en el que – ya intuida la autoría de la broma (yo tampoco me privaba de perpetrar alguna que otra sonada...) – tuve que dar muchas explicaciones, contestar a preguntas, participar de la chanza y tranquilizar a alguna persona mayor o muy ingenua que seguía creyendo que algo serio me había pasado. Y todo con el efecto multiplicador del número de esquelas pegadas a las paredes.

Esto es todo. Sólo añadir que si por un lado recordé que los napolitanos afirman que contemplar la propia muerte alarga la vida, ya por esos años había leído a Mark Twain, el que dejó escrito que: "Las noticias sobre mi muerte han sido exageradas”. Hasta hoy, lo comparto.
 

2 comentarios:

  1. Lo que no le pasa a Usted...
    Me alegro de que haya resucitado.

    ResponderEliminar
  2. Superviviente7411/2/14 21:21

    Puedo deducir que de supersticioso nada de nada. A mí me hubiese dado escalofríos verme anunciado criando malvas.
    Vaya bromas las que se gastaban por allí...

    ResponderEliminar

Los comentarios serán moderados - I commenti saranno moderati