Nos vemos, sin fecha ni horario fijo, en algunas pantalla o sintonía radio italiana o española. Y lo mismo ocurre en medios escritos. Tengo la inmensa suerte de no depender de nadie, de no deber nada a nadie y de poder opinar libremente cuando y donde solo yo lo considere oportuno.
«Fatti non foste a viver come bruti, ma per seguir virtute e conoscenza»
«No habéis sido hechos para vivir como brutos, sino para seguir virtud y conocimiento»
Dante Alighieri, "La Divina Commedia", Inferno - canto XXVI

domingo, 25 de octubre de 2015

(222) Supongamos que... ¿El Sínodo 2015 sobre las familias abre las puertas a posibles “fraudes morales de ley”?
Supponiamo che... Il Sinodo 2015 sulla famiglia apre le porte a possibili “frodi morali alle norme”?



Les voy a plantear una inquietud cuyos interrogantes residen en los delicados terrenos de la moral, de la ética y de alguna manera también en el ámbito social, como mínimo entre allegados, vecinos y personas que conocen al sujeto protagonista de mi hipótesis de trabajo. Además de otros terrenos abonados de serias dudas que afectan a terrenos para muchos mucho más profundos y trascendentales.

Supongamos que códigos, normas y reglamentos sean tajantes y sin escapatoria o excepción: determinadas conductas y actuaciones están off limits de la legalidad, también si ésta se quiere contemplar con cierta elasticidad. Lo cual, por cierto, está bastante vetado por los reglamentos de aplicación de la norma de referencia.

Ahora supongamos que un sujeto no incurre en esa irregularidad vetada legalmente y que sin embargo se plantea colocarse en esa situación prohibida, porque así le conviene cara al conseguimiento de algunos objetivos.

Y en eso, cuando el sujeto afectado intenta vislumbrar salidas, llega la novedad. Después de un difícil debate parlamentario, con posiciones bastante encontradas, al final se consigue un compromiso que de alguna manera, sin suavizar la conducta ilícita, prevé un complejo procedimiento, un nada sencillo recorrido para que, examinado caso por caso en toda su amplitud y detalle, en algunas situaciones se pueda sanear, es decir legalizar la situación irregular que se producía.

Ya, dirán Uds, eso es un recorrido al cual se pueden someter los que arrastran una situación preexistente de ilegalidad. No está diseñada esa nueva norma para que se produzcan ilegalidades antes inexistentes, es decir “ex novo”. Porque si así fuera, se produciría un auténtico fraude de ley que, además tendría gravísimas implicaciones éticas y morales.

Y supongan Uds. que la nueva sufrida norma que prevé la excepcionalidad del saneamiento (la "legalización", con muchas comillas) de situaciones preexistentes contemple, para poder conceder la “sanatoria”, un recorrido y una serie de requisitos nada sencillos. Les detallo algunos:
- intento serio de apaciguamiento con la contraparte con la que se mantiene un enconado pleito que afecta a la cuestión; 
- sería y profunda asunción de que todo lo que se diga, haga y obre en el curso del procedimiento responda a un profundo convencimiento de que se obra con rectitud y no se adoptan estrategias finalizadas a conseguir la legalización del “vulnus juris”, que en situaciones como la que nos ocupa se suele decir que es “quid odiosum”;
- decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad a los fiscales y otros funcionarios de Justicia que examinan y acompañan todo el procedimiento;
- y muchas más condiciones y todas muy estrictas y con imperativos constantes que apelan a la conciencia: la verdad, toda; la rectitud de intenciones, sin límites.

A menos que... A menos que todo el asunto – es decir crear la situación ilegal “ex profeso”, sabiendo de antemano que sucesivamente se recurrirá al procedimiento excepcional de saneamiento – no se diseñe finalizado a un resultado que no sería lícito. Dicho de otra manera: visto que otra vía, la ordinaria, no daría resultado, pues se crea una ulterior situación de irregularidad para la cual - ahora sí - hay una previsión y un recorrido para poderla sanear. Y con eso, además, bajo un perfil meramente formal, se sanea todo: lo nuevo provocado ad hoc y lo anterior.

Descrito así, esto es algo que suele ocurrir frecuentemente en los entresijos de los tribunales de justicia y que a menudo produce el resultado querido.

Pero, como verán al final, no es exactamente de estrategia judicial civil o penal ordinaria de la que estamos hablando.

De cualquier manera, cada uno es dueño de meterse en cualquier situación que le convenga, si eso no afecta a su sentido ético y moral, tampoco al cívico y a otros mucho más profundos.

Entonces, vale. ¡Hágase! Pero sin manipulaciones o automanipulaciones a base de moralinas reiteradas. SIn enunciar o apelar a reglas, sin admoniciones altisonantes y censuras lanzadas “erga omnes” cada dos por tres y con toda la megafonía posible, colocando directamenta en conflicto frontal lo proclamado y aparentemente creído con la fría planificación de un burdo escamotage, como dirían allende los Pirineos.

Planteado así, mi consideración es que no es necesario tanto viaje ni son necesarias alforjas cuyo contenido es totalmente innecesario. Más coherente, en una situación así, es prescindir de todo el andamiaje prefabricado (falsas y estériles coartadas morales) y es más limpio y honesto hacer lo que literalmente a uno le da la gana porque lo que interesa, no nos engañemos, es un resultado práctico. 

¿Que el objetivo es el resultado (haciendo estragos del “Nemo potest duobus dominis servire”, Mt 6,24) y que lo demás es secundario? Pues allá cada uno. Pero habría que decirlo con honradez, o por lo menos decírselo a sí mismo en el preciso momento en el que se arranca con la estrategia finalizada a conseguir el resultado ansiado.

Y ahora, a todo lo que he relatado en el plano civil pónganles Uds. el alto valor añadido de que se trata de comportamientos que afectan al meollo de  la conciencia. Es decir, a ese lugar en el que no caben el engaño y la estrategia porque mentir y mentirse, aunque materialmente posible, lleva a trepar por cristales que reflejan la bajeza humana más evidente. 

Bueno. Ahora sí. Ya es el momento de decirles que – los medios de comunicación han seguido sus trabajos - he leído con mucha atención y detenimiento todo el documento del Sínodo sobre la familia, recién concluido en Roma. Y me he entretenido en profundizar, habiéndolo también debatido, el “peliagudo” (dicho con respeto) recorrido descrito en vía excepcional en la segunda parte del art. 85 y en el 86, que pastoralmente contemplan un procedimiento sincero, muy condicionado, para el reacercamiento de los descarrilados.

Las conclusiones, las morales porque las prácticas y meramente estéticas poco me importan, las dejo a Uds. Yo me quedo con mis enormes dudas sobre las puertas que abre ese  art. 85 – que aplaudo pero a través del cual vislumbro utilizaciones torticeras y laxismos interesados – a todos quienes suelen tomar como si nada decisiones y actuaciones innecesarias y gravemente lesivas de las más elementales exigencias morales. Porque a lo mejor ha sido la constante de su vida y de sus actuaciones. Todos tenemos constancia de que la bajeza moral y el arte de los compromisos más acrobáticos e impresentables alberga entre y cerca de nosotros.

Además, está claro que torcer por torcer es una actitud engañosa y fútil que lleva a destinos muy retorcidos. Porque no me parece que todo esto que se ha votado y aprobado trate de facilitar atajos y de que alguien diga "Vale, hágalo...", estampe un sello burocrático en un documento que ponga “Passed”, para luego "¡hala! carpe diem, barra libre, que la vida es corta". Después con eso y con el espejo interior hay que convivir, que la vida es larga y dura...

Y pido perdón por si alguien se ha aburrido con estas "chorradas" o se ha sentido molesto por unas inquietudes sobre la rectitud moral, que - para quienes dicen creer - es el sosiego del alma.

Que tengan paz en sus corazones.


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DOCUMENTO
 







Relación final Sínodo 2015 sobre la Familia (24/10/2015)

Art. 84.- Los bautizados que están divorciados y vueltos a casar civilmente deben estar más integrados en las comunidades cristianas en los diversos modos posibles, evitando toda ocasión de escándalo. La lógica de la integración es la clave de su acompañamiento pastoral, para que no solo sepan que pertenecen al Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, sino para que puedan tener una feliz y fecunda experiencia de ella. Son bautizados, son hermanos y hermanas, el Espíritu Santo derrama en ellos dones y carismas para el bien de todos.
Su participación puede expresarse en diversos servicios eclesiales: es necesario por ello discernir cuáles de las diversas formas de exclusión actualmente practicadas en el ámbito litúrgico, pastoral, educativo e institucional pueden ser superadas. Ellos no están y no deben sentirse excomulgados, y pueden vivir y madurar como miembros vivos de la Iglesia, sintiéndola como una madre que los acoge siempre, los cuida con afecto y los alienta en el camino de la vida y del Evangelio.
Esta integración es necesaria también para el cuidado y la educación cristiana de sus hijos, que deben ser considerados los más importantes. Para la comunidad cristiana, cuidar a estas personas no es un debilitamiento de la propia fe y del testimonio acerca de la indisolubilidad matrimonial, sino que así la Iglesia expresa en este cuidado su caridad.

Art. 85.- San Juan Pablo II ha ofrecido un criterio integral que permanece como la base para la valoración de estas situaciones: “Los pastores, por amor a la verdad, están obligados a discernir bien las situaciones. En efecto, hay diferencia entre los que sinceramente se han esforzado por salvar el primer matrimonio y han sido abandonados del todo injustamente, y los que por culpa grave han destruido un matrimonio canónicamente válido. Finalmente están los que han contraído una segunda unión en vista a la educación de los hijos, y a veces están subjetivamente seguros en conciencia de que el precedente matrimonio, irreparablemente destruido, no había sido nunca válido” (Familiaris Consortio, 84).
Es entonces tarea de los presbíteros acompañar a las personas interesadas en el camino del discernimiento según la enseñanza de la Iglesia y las orientaciones del Obispo. En este proceso será útil hacer un examen de conciencia, a través de momentos de reflexión y arrepentimiento.
Los divorciados vueltos a casar deberían preguntarse cómo se han comportado con sus hijos cuando la unión conyugal entró en crisis, si hubo intentos de reconciliación, cómo está la situación del compañero abandonado, qué consecuencia tiene la nueva relación sobre el resto de la familia y la comunidad de fieles, qué ejemplo ofrece a los jóvenes que se deben preparar para el matrimonio. Una sincera reflexión puede reforzar la confianza en la misericordia de Dios que no se le niega a ninguno.
Además, no se pueden negar que en algunas circunstancias “la imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas” (CCC, 1735) a causa de diversos condicionamientos. Como consecuencia, el juicio sobre una situación objetiva no debe llevar a un juicio sobre la “imputabilidad subjetiva” (Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, Declaración del 24 de junio de 2000, 2a).
En determinadas circunstancias las personas encuentran grandes dificultades para actuar de modo distinto. Por ello, mientras se sostiene una norma general, es necesario reconocer que la responsabilidad respecto a determinadas acciones o decisiones no es la misma en todos los casos.
El discernimiento pastoral, teniendo en cuenta la conciencia rectamente formada por las personas, debe hacerse cargo de estas situaciones. También las consecuencias de los actos realizados no son necesariamente las mismas en todos los casos.

Art. 86.- El recorrido de acompañamiento y discernimiento orienta a estos fieles a la toma de conciencia de su situación ante Dios. El coloquio con el sacerdote, en el fuero interno, concurre con la formación de un juicio correcto sobre lo que obstaculiza la posibilidad de una participación más plena en la vida de la Iglesia y sobre los pasos que pueden favorecerla y hacerla crecer.
Dado que en la misma ley no hay gradualidad (FC, 34), este discernimiento no podrá nunca prescindir de las exigencias de la verdad y la caridad del Evangelio propuesta por la Iglesia. Para que esto suceda, deben garantizarse las necesarias condiciones de humildad, reserva, amor a la Iglesia y a su enseñanza, en la búsqueda sincera de la voluntad de Dios y en el deseo de alcanzar una respuesta más perfecta a ella.

sábado, 24 de octubre de 2015

(221) Amare "a momenti", amare "a singhiozzo"
Amar "por tramos", amar "intermitentemente"



La manipolazione del linguaggio degli uni verso gli altri o degli altri verso sé stessi, mi ha sempre interessato, no solo dal punto di vista sociologico ma anche da quello etico e morale. Perché manipolare, travisare, forzare le parole per detonare una reazione utilitaristica, che si tratti di marketing o di relazioni sociali e interpersonali non muta il fondo della questione, è troppo spesso un esercizio – pianificato, permissivo o pienamente consapevole – che conduce all’ottenimento di un beneficio, quasi mai “pulito”. Per chi emette, ma anche per chi riceve e adotta il messaggio.
Pensiamo agli slogan, costruzioni linguistiche la cui finalità è concentrare in una frase quel furbesco equilibrio tra informazione, messaggio ed effetto – sia questo sorprendente, dirompente, sconcertante o ammiccantemente complice – la cui finalità è ottenere un risultato: comprare il prodotto senza pensarci troppo.

È una strategia cui si ricorre dalla notte dei tempi, da quando l’essere umano cominciò a comunicare verbalmente per poi farne tutta un’arte con la scrittura. E non parliamo dell’avvento della radio, poi della televisione ed infine, è cronaca del nostro tempo, del moltiplicarsi di vie di comunicazione – e persuasione – offerte dall’intricata e capillare ragnatela instaurata con la digitalizzazione, che ci bombarda attraverso le vetrine e altoparlanti della web e delle reti sociali, sempre più dinamiche e incalzanti.
Mi è accaduta una cosa curiosa. Stavo leggendo come nacque “Katyusha”, l’arcinoto motivo popolare russo cantato da centinaia di tenori. Una delle teorie sulla sua composizione punta verso una delle tante lettere-poesie che una ragazza inviava al suo amato soldato, lungamente impegnato nel fronte bellico. La lontananza prolungata, dunque, incontri rarissimi e molta, molta nostalgia seppur nella certezza della continuità del sentimento che li univa.
Più tardi, ed è strano che non la vidi a suo tempo, in una delle reti che frequento e per quegli strani scherzi dell’intertestualità e dell’ipertesto informatico, attraverso Google sono incappato in questa frase: “Se ti amano a momenti, è meglio che non ti amino”. 
Una frase ad effetto, istintivamente convincente e sulla quale, di primo acchito, si è tentati di propendere per aderire senza troppe titubanze. Se però ci soffermiamo su quanto stiamo leggendo, su ciò che si afferma in quella frase, non tardiamo a renderci conto dell’inconsistenza di questa “reductio ad absurdum” della famiglia degli slogan imparentati con la letteratura rosa strappalacrime. Perché se il verbo utilizzato è “amare”, con tutto ciò che significa e comporta, si tratta indubbiamente di un verbo che dalla notte dei tempi si alimenta con corrente continua, mai con quella alternata.
 Ricordo un fortunato spot televisivo che fece furore e provocò modi di dire popolari, molti anni or sono, quando al telefono una ragazzina chiedeva alla sua dolce metà: “Ma quanto mi ami?”, “Ma mi ami proprio sempre?”. Linguaggio pubblicitario, semplice, diretto, che punta all’effetto ma senza troppe sottigliezze quanto al reale significato di ciò che si sta dicendo. L’intenzione, utilizzando una frase contradditoria (per l’appunto, suggerire che si può amare “a momenti” o dipendendo dalla frequenza con cui ci si vede o si comunica) era evidentemente suscitare attenzione, catturare il potenziale cliente della telefonia cellulare e infilare nel suo subliminale qualcosa come “in ogni caso, il telefono dà continuità all’amore”.
Forzatura delle parole, dunque, di quelle che ascoltiamo e leggiamo continuamente. In questo caso si stravolge il significato di un verbo così sublime come “amare”, che esige continuità, magari con soluzione di continuità. Ma da quando comincia a quando eventualmente si conclude, non esiste la possibilità di “amare a singhiozzo” o “amare a momenti". Salvo che non si assimili l’assurdità del concetto, spacciandolo per possibile, o per spiegare e liquidare una vicenda altrui che non si comprende, oppure per convincere sé stessi sorvolando sull’assurdità dell’enunciato.
Potremmo fare mille esempi e affondare nella cronaca e nella letteratura di tutti i tempi, ma è sufficiente fare ricorso alla realtà quotidiana e a milioni di situazioni di cui tutti o la maggior parte di noi abbiamo notizia. È amore “a momenti” quello di un pescatore atlantico o del tecnico di una piattaforma petrolifera marina che trascorre sei, otto mesi l’anno lontano dalla famiglia, poi una visita di alcuni giorni e si rincomincia daccapo perché c’è da mantenere la famiglia, pagare il mutuo della casa e assicurare una formazione al figlio? È “amore a singhiozzo” quello per un padre o una madre che vivono a migliaia di chilometri e li si vede una, due volte l’anno o magari ancor più sporadicamente? Si amano, si vogliono bene solo quando s’incontrano?
È evidente che no. Torniamo, dunque, al principio. Molto spesso, per inerzia o per inconscia o calcolata convenienza, si cade nella trappola della manipolazione del linguaggio e si accetta l’assurdità di un’affermazione ben presentata, che suona bene e che magari contiene la famosa autogiustificazione della volpe, desiderosa di assaporare l’uva ma frustrata sotto la pergola: “Nondum matura est, nolo acerbam sumere”.
Le parole hanno un peso specifico e i verbi, soprattutto quelli che descrivono un atteggiamento attivo, hanno un valore aggiunto. Se il verbo, come nel nostro esempio è “amare”, non può essere coniugato “a singhiozzo” o “a momenti”. Le grammatiche non lo dicono, ma mentre il più profondo e gratuito dei sentimenti è vivo, lo si coniuga sempre senza soluzione di continuità.
Oppure si parla di ben altro, più prosaico e tangibile. E l'inganno ha raggiunto il bersaglio.

sábado, 17 de octubre de 2015

(220) ¿El Paraíso, un dormitorio infinito?
Il Paradiso, un dormitorio infinito?




Regreso de un funeral. Ha sido la despedida de alguien conocido y apreciado por su calidad humana. Y ha sido un momento que no me es desconocido, aunque a muchos pueda sonar como irreverente. Porque allí, ni en los familiares ni tampoco en los allegados, yo no percibí tristeza, o por lo menos no la consueta, visible y a menudo aparatosa tristeza que impregna el ambiente en esa circunstancias de duelo.
Parecía más bien una despedida no definitiva, no dramática. Una suerte de "¡Hasta la vista!" en la que no faltaron ni anécdotas ni sonrisas en el recuerdo de varios momentos de la vida del fallecido, una persona ejemplar bajo cualquier aspecto que se la pueda mirar. Confieso que me emocioné, aunque no era la primera vez que vivía momentos así. Por ejemplo, en la despedida de mi padre, delante de cuyo cuerpo, descansado y sereno, con mis dos hermanos y mi madre, aún con la humana tristeza por la pérdida de un ser querido, mantuvimos la sonrisa del recuerdo de todo lo vivido juntos y una serenidad que en esos momentos encontré natural y que ya queda indeleble en mi memoria.

Pero volvamos al funeral en el que acabo de estar, y que, además, como ocurre en los últimos que he presenciado, veo siempre más con cierta relativa serenidad, como si se trataran de una suerte de prueba general ante lo ineludible.

Al salir, subiendo al coche, todavía tenía en la mente el eco del  «Requiem æternam dona eis, Domine...» («Dales, Señor, el descanso eterno...»). Y entre un semáforo y el siguiente, me acordé de un gigante. Un gigante de la intelectualidad, de la Iglesia Católica, de la sociedad civil y de nuestros tiempos.

Los restos de mi padre descansan a pocos metros de sus padres y de un hermano. Mi madre, a sus 91 años, sigue hoy viviendo a no más de trescientos metros de donde ese gigante creció en la casa familiar. Y ese gigante es Carlos Maria Martini, cardenal, arzobispo de Milán, hombre de la Iglesia, de la cultura, testigo y protagonista de su tiempo, fino intelectual a menudo incómodo, gran hebraísta, negociador de rendiciones terroristas, edificador de puentes con otras religiones y culturas, hombre del diálogo abierto a todos, amigo de los últimos y a menudo fustigador severo de los privilegiados.

Pero no voy a trazar aquí una bio-agiografia de Carlo Maria Martini, que volvió a Italia de su jubilación de estudio en Jerusalén, ya presa del parkinson, y el 31 de agosto de 2012 se despidió ante la consternación de creyentes y no creyentes, de muchos admiradores y muy pocos detractores. Concentraba el respeto y su muerte fue la solemne comprobación.

Iba conduciendo, entonces, cuando con en la cabeza el eco del «Requiem» me acordé de una anécdota de la que Martini fue protagonista. No me pregunten ni cuándo ni dónde ocurrió, porque voy de memoria. El hecho es que alguien un día hizo una pregunta aparentemente singular al entonces cardenal de Milán: «Eminencia, tengo una duda. Cuando se reza “Requiem æternam dona eis Domine et lux perpetua luceat eis. Requiescant in pace” (“Dales, Señor, el descanso eterno, y que la luz perpetua los ilumine. Descansen en paz”) me parece muy poco cristiano».

Martini escuchó con atención, con una indisimulada curiosidad y un esbozo de sonrisa. Y el interlocutor prosiguió: «Disculpe, pero esas expresiones, esos deseos, me dan la sensación de que el Paraíso sea un gigantesco dormitorio. ¿No sería mejor si sonara algo como: “Gaudium aeternum dona eis Domine et lux perpetua luceat eis. Gaudeant in pace et in laetitia” (Dales, Señor, el gozo eterno, y que la luz perpetua los ilumine. Gocen en paz y alegría)? ».

Aquí es cuando la sonrisa del cardenal fue tal, aunque sin perder la seriedad “amena” de la pregunta. Y contestó (nunca en su intensa vida de teólogo e intelectual abierto a la sociedad dejó de buscar y dar respuestas): «No tengo ninguna objeción. El texto que Ud. propone es sin duda bello y quien quiera que rece así».

 Martini hizo una breve pausa y salió el buceador exegeta que siempre buscaba el por qué y por cómo de las cosas, el sentido original de hechos y palabras. Y añadió: «Pero no olvidemos que también el rezo tradicional es bello, porque según la plenitud del significado bíblico el término “requies” (reposo, descanso) hay que entenderlo no como sueño, más bien como el justo reposo después de las batallas de la vida». También añadió: «La “luz eterna” es el resplandor del Verbo que ilumina todas las cosas (Apocalipsis 21,23). De manera similar, el “requiescant in pace” (descansen en paz) es el deseo de entrar con plenitud en el “shalom” (paz), que, según las Escrituras, es la síntesis de todos los donos de Dios».

 Eso recordé y de eso les quiero hacer partícipes, regresando de un funeral. Y con ese pretexto, he querido recordar a mis padres y a un gigante de nuestros tiempos cuya familia tuve por vecina.

¡Hala! Si lo necesitan, que descansen aquí. Porque en el Paraíso no se duerme. Ni hará falta.
Que tengan un buen día, por favor.