«La
crisis es un sueño para quienes quieren hacer dinero», «El fondo de
rescate no va a funcionar y el euro se va a estrellar», «Los líderes
políticos no gobiernan el mundo. Goldman Sachs gobierna el mundo»
.
Con la crisis económico-financiera mundial
que cabalga a sus anchas, Europa con sus reacciones desordenadas y
descoordinadas, y la preocupación que hunde muchos ánimos y perspectivas, lo
que ha dicho en pocos minutos a la BBC el bróker Alessio Rastani ha sido una
ducha fría y ha dado la vuelta al mundo. Pero, si le escuchamos bien, más allá
de la indignación y del enfado reactivo, esas palabras tendrían que hacernos
reflexionar y admitir que los medianamente informados sabíamos todo eso y más.
Como sabemos que quien entrega dinero a un
bróker o a una entidad financiera, lo que quiere es que ese dinero sea lo más
rentable posible. Y eso – no lo olvidemos – lo hace el tiburón especulador, el
banco, una asociación benéfica, una ONG, el sindicato, el administrador de
cualquier partido, la viuda que con sus ahorritos mira a lo que le queda de
vida y, ¿cómo no?, también nuestra vecina del quinto izquierda.
Que alguien me presente a alguien que tenga
dos euros disponibles y que no busque que le den una rentabilidad. Pero, ya
sabemos, para que alguien gane, alguien tiene que pagar el pato. O la operación
se hace imposible.
Entonces ¿qué? Que el señor Rastani, sin duda
cínico y a lo mejor obedeciendo a propios cálculos de estrategia personal, ha
venido a decirnos que la piedra es sólida, que el fuego quema y que todos
tenemos que morir. Es decir, nos ha revelado que el rey está desnudo.
¡Sorpresa! ¡Inaudito! ¡Exclusiva
mundial! Sobre todo: ¡Qué injusticia, qué escándalo!
¿No gusta esa verdad que tendría que no
sorprendernos? A mí tampoco. Pero sé que
para ponerle remedios definitivos y eficaces – y no parches para salir del paso
– en el fondo tendría que cambiar radicalmente la naturaleza humana. La de
todos y de cada uno.
Les invito a pensar sólo un momento en
algunas situaciones o hipótesis. Pero la lista podría ser tan larga y ancha en
su abanico, hasta tal punto que, seguro, afectaría o sería aplicable a la
situación de cada uno de nosotros.
Vamos a ver.
Ningún médico lo dirá públicamente. Pero
seguro que, íntimamente, algún cirujano, patólogo, investigador, soñará con
toparse con esa malformación fetal para operar en el vientre materno y tantear
así una nueva vía quirúrgica.
Desde luego que a ningún cristalero se le
ocurrirá incitar, aplaudir, fomentar, ensalzar las algaradas nocturnas de unos
vándalos borrachos para que rompan las vitrinas y escaparates de los comercios.
Pero no serán felices si nadie rompe nada.
No he tenido ocasión de toparme con un carrocero
o el dueño de una grúa que rezara por un fin de semana de grandes y numerosos
accidentes de circulación. Pero me imagino su cara a la semana de una bajada
récord del número de percances viarios.
¿Qué pasaría en el humor de los reparadores,
si nuestras lavadoras, televisores, electrodomésticos en general, duraran
décadas funcionando perfectamente como el primer día? O ¿qué reacción tendrían
los fontaneros, electricistas, albañiles, etc., si el desgaste de nuestras
infraestructuras y accesorios
consiguieran ganarle la batalla al uso y al tiempo?
El de las funerarias y todas las actividades
inducidas es un negocio seguro. Pero el descubrimiento de unos fármacos
definitivos contra grandes enfermedades y una longevidad que crece de manera
exponencial no harán que el júbilo cunda en el gremio.
Imaginarán Uds. que podría seguir, como dicen
los músicos, “ad libitum”. Me quedo en mi profesión, escaldada en esas
testimoniales y fracasadas aventuras de fundar periódicos sólo de buenas
noticias. Pues la realidad es que vivimos en, por y de los problemas y
desgracias ajenas. Un día sin que ocurra nada de nada que afecte a pocos o a
muchos, sería una desgracia para un medio de comunicación.
No me entretengo más. Ahora, después de ese
bróker, espero que venga alguien para desnudar a otro rey y hacernos caer de
otro guindo. Por ejemplo, explicarnos el porqué de la caída del precio del oro,
un bien refugio por antonomasia, y la preferencia por el dólar por parte de
mercados inversores y ahorradores. ¿No será porque, hoy todavía, los EEUU
tienen el ejército más poderoso del mundo? Pues pensemos también en eso y que
dé un paso al frente quien tenga una receta alternativa. Política y economía,
sin detergente, nunca han funcionado a favor.
Es la Historia de la Humanidad, amigo Watson.
Pese a quien pese. Y a lo mejor a mí también me pesa.
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