Esta
vez no voy a acumular muchas palabras. No las hay, no serían suficientes para
transmitir plenamente emociones tan profundas. No es fácil ni para mí que trabajo con
la palabra y de la palabra vivo y he vivido toda mi vida. Pues el “seré
breve” por una vez será muy cercano a la verdad.
Esta mañana, como pueden ver en el frame
aquí a lado, tuve que comentar una noticia concerniente el puente de Howrah, en
Calcuta, uno de los más transitados del mundo. Y no pude evitar percibir un
fuerte flashback, una vuelta atrás, frenética, la visión de una sucesión
de imágenes antiguas: el puente que más de una vez crucé; una mujer bajita y
enérgica; una megalópolis en continuo movimiento; cuerpos sin vida o casi sin
vida tirados por las calles; otros cuerpos, hacia el final de su existencia alineados
en modestas camillas en un sótano de un templo dedicado a la terrible diosa
Khali.
Fue allí - era el año 1976 - donde se cruzó en mi
vida una pequeña albanesa de cuya existencia el mundo se enteraría más tarde. Agnes
Gonxha Bojaxhiu, este era su nombre. Se dedicaba con un grupo de chicas y
monjas, ayudadas por voluntarios de varios países, a ofrecer algo que nuestro
mundo no siempre otorga: la dignidad del ser humano en el momento dela muerte.
En los días y en las noches de ese
atropellado cruce de humanidades que sigue siendo Calcuta, decenas de miles de
hombres, mujeres y niños se acostaban y se acuestan en las aceras, en los umbrales
de las casas, en cualquier rincón donde uno cree poder obtener un mínimo de
cobijo. Y entonces, y hoy todavía, muchos no despertaban ni se levantaban.
Cientos, miles, terminaban y terminan ahí su existencia, ante la indiferencia
de los transeúntes, muchos de ellos titulares de propios y no indiferentes
problemas.
Pues Teresa – ese fue el nombre que Agnes adoptó
y con el que más tarde la conoció el mundo – se rebeló. Sin medios, en un sótano
de un templo prestado por una religión muy lejana, comenzó a recoger, cuidar y
dar dignidad en el último tramo de su vida a cientos, a miles de seres humanos.
Comenzó cuando la lepra era el principal verdugo y “leproso”
o “apestado” no eran eufemismos, más bien palabras terroríficas que alejaban a
mucha gente espantada.
Ahí, en Khaligat, en la penumbra de ese gran
sótano, tuve un gran privilegio, el inmenso placer de apretar la mano a
moribundos. También, afortunadamente, la de mantener en la mía la de algunos agraciados
que consiguieron salvarse. Pude acompañar y acariciar a muchos “apestados” que
me regalaron sonrisas agradecidas, las que hoy todavía guardo en mi corazón y
en mi mente.
Aquí sólo quiero decir: gracias, Agnes;
gracias, Mother Teresa. Sólo con conocerte y conocer tu infinito amor hacia el
ser humano, ya se ha justificado mi vida. Y deja, hermana y amiga, que, a pesar
de tu modestia y sencillez, siga proclamando que eres la más pequeña y la más
grande de las mujeres que he conocido. La que más he amado y que amo y admiro en un recuerdo imborrable.
No solo una gran mujer, fue un gran ser humano
ResponderEliminarun saludo
@aguilareal661
Que yo sepa, las mujeres son seres humanos...
ResponderEliminarnuestra labor es intentar ser como fue ella, porque seguros de que no lo podremos conseguir, tan solo un pellizco de la Madre Teresa es mucho.
ResponderEliminarGracias Anonimo por tu puntualización eres un hacha, hay grandes hombres y grandes mujeres pero aveces les falta humanidad a la madre Teresa le sobraba humanidad
ResponderEliminarun saludo
Se me ponen los vellos de punta solo de pensar en la Madre Teresa, su cara, su expresión,lo que hizo, lo que significó. Su expresión, marcada de arrugas, seguramente de sufrimiento, seguramente de amor. Aún hoy, cuando miro sus fotos, cuando leo artículos sobre ella, su labor y su legado,... aún hoy sigue impresionándome. Y pensar que aún hubo quien la criticó (lo que solo se puede criticar desde el púlpito claro).
ResponderEliminarSaludos a un periodista con encanto.
¡Grande. grandísima, enorme!
ResponderEliminarGracias por recordarla de manera tan eficaz y sentida,
El amor es la mayor fuerza de transformación del mundo y no hace falta ser poderoso ni un gigante para ponerla en marcha. Gracias por recordárnoslo, JOsto. @fervidal31
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