Todo periodista que se precie y que tenga cierto
recorrido profesional debe algo a algún que otro “garganta profunda”. Por lo
menos, debe el input, esa frase, insinuación
o comentario, que ha constituido el estímulo inicial para recorrer el camino de
un acontecimiento o la comprobación de una noticia.
Mi último “garganta
profunda” es maño. O, a lo mejor, tendría que decir “magno”. Porque es en un
aula magna, la de la Universidad de Zaragoza, donde se ubica el escenario de lo
que les voy a relatar.
Huésped de ese
precioso edificio muy bien restaurado y conservado, pasé al lado de Miguel
Servet, hice mi agradecida reverencia al cruzarme con la efigie marmórea de Don
Santiago Ramón y Cajal, subí esa escalera que lleva al rojo fuerte de los
pasillos superiores y me metí en ese escenario de mil acontecimientos –
académicos y no – que es la preciosa aula magna.
Allí me
esperaba mi “garganta profunda”, un auténtico cicerón en cuya memoría residían
fechas, acontecimientos, detalles, circunstancias, anécdotas, citas. No, no
piensen Uds. en un personaje con gabardina y sombrero bajado hasta las cejas
para ocultar su identidad. Allí, bien iluminado por el sol zaragozano que
filtraba por los amplios y polícromos ventanales, mi informador ostentaba
vestimenta muy refinada que sabía conjugar sin estridencias lo clásico con una
pizca de atrevimiento moderno.
Y comenzó la
visita del aula magna. Descripción de cada pieza y rincón, explicación de las
funciones del mobiliario, algún apunte sobre ceremonial y ubicación del senado
académico y un sinfín de datos interesantes o curiosos. Hasta que llegamos a una de las dos grandes lápidas
que, enfrentadas, se apoyan en las paredes
laterales; una justo detrás de la cátedra de las lecciones magistrales, la otra,
a la misma altura, cerca de una puerta de servicio.
Como pueden
observar en las imágenes, su trata de dos lápidas de cierto tamaño: unos
escasos tres metros de alto por un ancho de algo más de un metro. Lo habitual:
superficie marmórea, con sus vetas grisáceas, e inscripción esculpida y
rellenada con una pátina dorada.
«Mármol de Carrara, como puede observar», me espeta mi “garganta profunda. «Pues eso parece…», contesto, acercándome. Y en eso mi interlocutor golpea con los
nudillos en varios lugares de la lápida, que emite un sonido sordo, modernizado,
el mismo con que nos contestaría el toqueteo de un armario.
Extrañado,
sorprendido, me acerco cual Santo Tomás y constato repetidamente que ese perfecto
mármol de la costa toscana italiana es… vulgar madera y ni siquiera de la
mejor.
Y aquí viene
la anécdota, que mucho dice de que todo ya ocurrió y no hacemos otra cosa que
repetir más de lo mismo. Una consideración que, ahora que vivimos la
intensidad, la vehemencia, las acusaciones cruzadas de una campaña electoral,
viene al caso.
Me explica mi
informador que en un acta de 1893, un asiento contable, está muy bien anotado
el gasto, nada indiferente, para la realización y colocación de esas dos
grandes lápidas que a lo largo de 118 años han visto desfilar reyes, eruditos,
docentes, estudiantes, autoridades y pueblo llano que ha sido protagonista o
testigo de un sinfín de actos.
Todos ignaros
de que, ya entonces – un déjà vu al
que estamos desgraciadamente acostumbrados – alguien
se metió en el bolsillo la conspicua diferencia entre el blancor de Carrara y
el grisáceo de una madera del montón.
Y a propósito
de montón, tanto monta… Porque lo que vemos y leemos hoy en día no es nada más
que la perpetuación de uno de los vicios que, cuando se presenta la ocasión y
no sabe resistir la tentación, el ser humano ha ido perpetuando y perfeccionando.
Hasta hoy.
È sempre stata corrotta, e lo sara, se aprire le nostre fogne, rete idrica, e le città piccole, medie e alcuni di grandi dimensioni, dove non ci sono queste reti che facevano i Romani, vedremmo quello che è stato cucinato, ma i piatti della Università di Saragozza, era grande! In il naso e così riccamente.
ResponderEliminarEs tan, tan, tan ejemplificador. Y lo peor no es que sucediera, sino que gran parte de la concurrencia, en lugar de condenar el acto, posiblemente se apuntó la metodología y envidió a ese que fue más listo que los demás.
ResponderEliminarMe ha encantado.