Lo bueno de tener los pies entre varios países es que al final te sientes poco o nada parte de según cual contienda. Observas y almacenas. Luego pasas todo por la turmix y sacas tus consideraciones, pero siempre desde una prudencial distancia que pone a salvo de salpicaduras.
De estos largos años dedicados a observar, intentar comprender y tener que relatar y explicar los aconteceres de varios países, con mucha dedicación a la Península Ibérica, quiero traer a colación unos recuerdos. Recuerdos de ciertos periodistas del tardofranquismo, la mayoría bastante conocidos y cada uno con sus propias tendencias, ideas e ideologías.
Algunos solían escribir de jefes de estado y de gobierno o de más líderes extranjeros para, entre líneas, enviar mensajes internos que de manera directa en España no hubiesen pasado la censura.
Otras plumas, articulistas y editorialistas - los más - se veían a sí mismos tan conocidos, tan escuchados y leídos, que de verdad creían poder hasta condicionar la política y los resultados electorales de otros países.
De estos últimos yo sigo viendo hoy mismo a los legítimos herederos. Los veo en los medios y en las firmas, unos y otros convencidos – con unas cuantas líneas y unos titulares que ni siquiera llegan a las reseñas de prensa del resto del mundo – de poder influir en ideas, estrategias, decisiones y resultados.
Algo de esto impregna ciertos - numéricamente no despreciables - sectores de la sociedad. Se les lee en foros y redes sociales de Internet todos los días: pontificando, censurando, dando instrucciones, pero siempre vagas soluciones, para los supuestos o reales problemas del resto del mundo. Sobre todo en cuestiones que tienen que ver con la economía, la supuesta modernización o la pretendida necesidad de que otros países, otros ciudadanos en sus casas, cambien hasta radicalmente su propia manera de ser y de vivir.
Es algo muy singular este fenómeno del último en haber llegado al bienestar (a pesar de la contingencia de la crisis económica general) y a la democracia que da lecciones al resto de Europa y del mundo. Ese bien conocido y atávico “¡Te lo digo yo…, so carca!”.
Llevo una larga treintena de años asistiendo, aún estupefacto, a este fenómeno que nunca he conseguido transmitir y explicar razonablemente a mis lectores, allende los Pirineos. Me declaro incapaz, aunque indicios para encontrar el origen, los orígenes, tengo unos cuantos. Pero me los guardo o me arriesgo a que quieran darme lecciones de no sé qué.
Post scriptum – A raíz de algo que concierne la estricta actualidad, pero también como norma general: no estaría mal, antes de opinar con vehemencia casi talibana, estudiar algo de relaciones internacionales, usos, protocolo general y específico en lo bilateral entre Estados y otras peculiaridades históricas y del derecho internacional.
"Si los españoles habláramos
sólo y exclusivamente
de lo que sabemos,
se produciría un gran
silencio que
nos permitiría pensar"
(Manuel Azaña)
"Si los españoles habláramos
sólo y exclusivamente
de lo que sabemos,
se produciría un gran
silencio que
nos permitiría pensar"
(Manuel Azaña)
La verdad, fastidia leerlo. Pero si miramos detenidamente, es algo que, unos más y otros menos, hacemos todos los días. Tampoco le encuentro una explicación clara.
ResponderEliminarA lo mejor es el complejo ese del último que ha salido de las tinieblas y quiere quemar etapas andando despotricando por un mundo que conoce menos que nadie.
País… Lástima.
Me ha gustado el tono. Gracias por ponernos un espejo.
Tomás
Sería discutible y sin embargo tiene razón.
ResponderEliminarPero la razón se la doy por haber viajado y seguir viajando. Dudo que desde dentro un español se aperciba de que va por la vida de sabelotodo progre.
Saludos.
Raquel
Así nos va. Hay momentos en los que deseo que regresemos a unas generaciones de pobreza para que se nos bajen los humos.
ResponderEliminarPero dudo de que se conseguiría algo.