Esta mañana, en Twitter, escribía que no le compraría un coche usado a Romney pero tampoco le vendería uno a Obama. Quien me conoce o tiene ocasión de intercambiar opiniones conmigo, bien sabe que nunca me “enamoré” del inquilino de la Casa Blanca – como ocurre con demasiado mitos efímeros de nuestros tiempos, aquí mismo también – ni tampoco me han entusiasmado la personalidad y muchas ideas del contrincante republicano.
Sólo
quiero matizar que no se trata de programas o de visiones y propuestas de soluciones
para esta crisis económica de dimensiones planetarias. Mis prioridades, a la
hora de conectar o no con un político, van hacia su línea ética y moral, su
humanismo, su sentido – sincero – del bien común y el respeto del individuo,
del ciudadano. Apunto alto, ¿verdad? Pues sí, y será por eso que doy gracias a
Dios de no poder votar por obvios motivos de nacionalidad, en el caso de
España, y por la excusa de la lejanía, relativa pero real, con relación a
Italia. Ya sé. Me he buscado, o la circunstancias me las han ofrecido, dos
discretas coartadas que sin embargo me facilitan la ausencia de pasión y la
posición de observador escasamente implicado.
Pero estoy desviándome de lo que quería resaltar y que, una vez más, esta mañana muchos medios han puesto en
evidencia. No es otra cosa que la importancia de prestar atención no sólo a lo
que un medio de comunicación escribe, sino también a sus omisiones, sobre todo
cuando son frecuentes, reiteradas, unidireccionales.
Esta
mañana, recién concluido el primer debate Obama-Romney, era más que evidente que a
muchos medios - en primera línea a los que se autodefinen o insinúan “de
calidad” o “de referencia – les costó y mucho dar la noticia. Contrariamente a
lo que ocurre con la contundencia de debates en este mismo país, esta mañana
costó una barbaridad decir al lector, en el titular o por lo menos en las
primeras líneas del texto, quién había salido ganador y quién tendría que
considerarse perdedor de este primer round. Un medio de los “importantes” tardó
nada menos que una treintena de líneas en su pieza principal de crónica-análisis.
“Centrados
en la economía”, “Agresividad de Romney”. Pero tanto costaba decir inmediatamente
y con claridad lo que espera alguien que ha quedado aislado un domingo y
pregunta: “¿Ha ganado el Madrid o el Barça?”. Claro que costaba y por eso,
eufemismos y omisiones a mansalva. Tomen nota. Con omisiones se lavan más
cerebros (o se intenta) que con afirmaciones.
“De
referencia”… Hagan el favor, que somos viejos del lugar y de la profesión.
Sobre todo, no tontos ni tan forofos hasta la ceguera. Y no tarda mucho en
aparecer algún niño que, apuntando, pone en evidencia que el rey está desnudo.
En pelotas y ante todos.
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