Bísmil-lâhi r-rahmâni
r-rahîm.

Siempre he huído de la injusta
simplificación, de nuestro maldito desdén occidental y de esa latente falta de
respeto que es la primera capa de una vergonzante xenofobia, o de sentimientos
muy cercanos al rechazo de quien es diferente. Lo digo sobre todo como
periodista, antes que como ciudadano del mundo. Porque la simplificación y la injusta
clasificación de buenos y malos, de modernos y retrógrados, de demócratas y
carcas, etc., siempre parte de una supuesta superioridad de nuestro entorno. Y
pretendemos de los demás tiempos y modos eurocéntricos que prescinden del más
somero análisis de las situaciones y de las historias locales.
Como periodista, no puedo ser amigo de
gobiernos. Como periodista, y antes como hombre, lo soy de pueblos, de seres
humanos. De gente que, cuanto más la conoces y no la juzgas, mejor la
comprendes. En cualquier latitud. Mi gente, mi gente más querida, está en el
sur, al otro lado del Estrecho y aun más abajo, donde las carreteras son una
entelequia y la falta de espacio es una idea alocada. Donde los duros y sin
embargo maravillosos excesos de la naturaleza son paliados por la fortaleza y
el alma de hombres, mujeres y niños que tienen mucho que enseñarnos.
Pues en este Ramadán 1432 quiero saludar a
esa mi gente del desierto y alrededores. A esos seres que pueblan un Sahara tan
querido y al que no le pongo acentos. Esa inmensidad geográfica y étnica tiene los
sinfónicos y variados acentos milenarios del esfuerzo y de la sabiduría. Sobre
todo, de la humildad de personas que, aparentemente sin saber, tienen mucho que
enseñarnos.
Choukran, amigos. Y hasta prontito. Estaré en
la mejor compañía con vosotros. Entre nuestros reg, erg y hammada. Y otra vez,
Feliz Ramadán.
Con
el embajador de Marruecos, S.E. Ahmadou Souilem, y amigos y colaboradores de “Ojo
por ojo… lente por lente – Aïn bi aïn… ada bi adasa”. (Foto: Lola H.
Robles lola.h.robles@gmail.com
)
Bísmil-lâhi
r-rahmâni r-rahîm.

Ho sempre sfuggito
l’ingiusta semplificazione, il nostro maledetto disdegno occidentale e quella
latente mancanza di rispetto che è la prima cappa di una vergognosa xenofobia,
o di sentimenti prossimi al rigetto di chi è diverso. Lo dico soprattutto come
giornalista, ancor prima che come cittadino del mondo. Perché la semplificazione
e l’ingiusta classificazione di buoni e cattivi, di moderni e retrogradi, di
democratici e ultrà, ecc., parte sempre da una presunta superiorità del nostro
mondo. E così pretendiamo dagli altri tempi e modi eurocentrici che prescindono
dalla più superficiale analisi delle situazioni e delle storie locali.
Come
giornalista, non posso essere amico di governi. Come giornalista, e ancor prima
come uomo, lo sono di popoli, di esseri umani. Di gente che, quanto più la
conosci e non la giudichi, meglio la comprendi. In qualsiasi latitudine. La mia
gente, la mia gente più amata, sta al sud, oltre lo Stretto e ancora più giù,
dove le strade sono un miraggio e la mancanza di spazio un’idea folle. Dove i
duri e ciò nonostante meravigliosi eccessi della natura sono attutiti dalla
forza e dall’anima di uomini, donne e bimbi che hanno molto da insegnarci.
In
questo Ramadan 1432 voglio salutare quella mia gente del deserto e dintorni. Quegli
esseri umani che popolano un Sahara tanto amato e al quale, come si scrive in
spagnolo, non pongo accento. Quell’immensità geografica ed etnica ha i
sinfonici e svariati accenti millenari dello sforzo e della saggezza. Soprattutto
quelli dell’umiltà di persone che, apparentemente senza sapere, hanno molto da
insegnarci.
Choukran,
amici. E a presto. Sarò tra di voi con la miglior compagnia. Tra il nostro erg,
reg e hammada. Ancora una volta, Felice Ramadan.
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