Fue un día como hoy, el 31
de octubre de 1984. Indira Gandhi, primera ministra de ese estado continente que es la
India, caía asesinada por un sikh de su escolta.
Fue el comienzo de una sucesión de muertes,
todas ellas con apellido Gandhi. Primero Sanjav, el heredero político; luego
Rajivaratna (Rajiv para los amigos), el esposo de mi vieja amiga Sonia, hoy
jefa del partido del Congreso y heredera política de Indira.
Recuerdo que ese día me llamó Juan Luis
Cebrián, fundador y entonces director de EL PAÍS, y me pidió unas líneas, un
esbozo de la figura de Sonia.
Aquí las rescato, en esta fecha
conmemorativa, tal cual las publicó EL PAÍS.
En ese momento no podía imaginar que más
tarde me tocaría volver a escribir dos veces sobre otras muertes violentas
apellidadas Gandhi.
PERFIL
Sonia Gandhi
La
esposa del nuevo primer ministro de la India es hija de un albañil italiano
JOSTO MAFFEO - Madrid - 02/11/1984
Creo que era el mes de julio de hace 15 años. Estaba sentado con unos
amigos en la terraza del bar Pino, de Orbassano (ltalia), ciudad industrial del
hinterland turinés, cuando Sonia apareció con un joven alto, camisa blanca, de
manga corta, de un moreno entre andaluz y siciliano. "Te presento a un
amigo; se llama Rajiv. Bueno, su nombre es algo más complicado, pero le
llamamos así". Fue así como conocí al hoy ya primer ministro de la India,
Rajivaratna Gandhi, el chico que sorprendió a Orbassano y el Piamonte con una
historia de amor alestilo príncipe azul y bella durmiente.
Sonia y yo vivíamos cerca; ella, en el chalé que su padre Stefáno Maino, un
inmigrante del Veneto, se había construido en las afueras de la ciudad con el
dinero de sus primeros negocios inmobiliarios. Un albañil que las inundaciones
del río Po habían enviado al Piamonte a hacer fortuna. Un rojo de los
viscerales, tipo Peppone el alcalde adversario de Don Camilo, que quiso llamar
a sus hijas con nombres rusos: Anuska, la mayor, Sonia y la pequeña Nadia. Creo
que tenía hasta un perro apodado Stalin. Y creo también que abrigaba
grandes proyectos, entre un tute y un chatito del bueno que guardaba en la
bodega, para sus rebeldes hijas. Sonia, como todas las chicas de casa Maino, empezó
los estudios con pocas ganas y escaso éxito. Al final, la vocación de los
idiomas, algún que otro empleo esporádico de intérprete en los salones del
automóvil y, por último, Cambridge (Reino Unido). Allí conoció a un tímido
indio que fue inmediatamente cautivado por aquella rubia simpática y mal
hablada, transformada de repente en una belleza reposada. Se lo llevó a
Orbassano y lo paseó entre sus amigos y parientes. Nunca dijo claramente que
era su novio y que se iban a casar, pero nos miraba a todos con ojos que
violaban al secreto de Estado que se traían entre manos.
Rajiv volvió con ella a Cambridge; luego se fueron a Delhi, donde la
dama de hierro de: la India, la hoy desaparecida Indira Gandhi, dio su
bendición y manifestó el deseo de conocer a sus futuros consuegros. A medida
que se iban confirmando nuestros pronósticos y los de todos los amigos, casa
Maino se hizo más impenetrable. También Stefano, a pesar de pasearse con la
camisa manchada de cal y no perderse la partida de tute en la cafetería de
siempre, se volvió hermético. Y un día nos anuncié que iba a salir de viaje por
algún tiempo, el primero de su vida al extranjero. Y fue la boda de Las mil
y una noches, con suspense incluido: un desvanecimiento de Sonia que
fue interpretado como un envenenamiento de palacio y que luego resultó ser un
embarazo.
Volvieron los Maino al Piamonte con el sueño de su vida realizado, y más
tarde, la misma Indira fue de incógnito a conocer la casa del albañil. Nunca conseguiré
saber cómo se entendieron los consuegros, no por las dificultades-idiomáticas,
sino por las diferencias abismales de estatura social y de temperamento. Pero
la hija del albañil se había convertido en la nuera de la hija del Pandit
Nehru y hoy es trágicamente la esposa italiana de un joven premier. Yo
la vi en distintas ocasiones después de la boda, hasta que se enfadó por haber
contado en una entrevista que se había pintado el signo de la casta en la
frente y que hacía yoga tragando pañuelos y sacándolos por la nariz. Quien no
había cambiado era él, Rajiv, comandante de Air India, lejano a la política y
al final volcado en ella después de la tragedia del hermano, Sanjay.
No veo a Stefano Maino desde hace algún tiempo, pero adivino sus temores
por su hija y los nietos. Y adivino también su íntima satisfacción de emigrante
expulsado por el mayor río de Italia y que ha conseguido llegar hasta las mismas
orillas del Ganges. Seguro que, anteayer bajó a la bodega del chalé. Para
llorar y luego brindar: "¡Suerte, Sonia.!"
No hay día en que Josto Maffeo no me sorprenda. Una historia, un detalle, una chispa, una frase llena de sentido común. Y eso que ya llevo unos años escuchándole.
ResponderEliminarGracias también por esta historia, pero sobre todo por muchas frases que me han hecho pensar. En muchos campos.
Seguiré atenta.
Carola Lasarte
Más que el relato, que no conocía, lo que me llama la atención es como una mujer extranjera, con lo que se le cayó encima, pudo llegar a tener en sus manos la riendas de ese país tan grande y complejo que es la India.
ResponderEliminarHe leído el libro de Javier Moro, que agradece a Ud. su colaboración. Es muy interesante y bien escrito. Pero me hubiese gustado leer sus apuntes directos sobre el personaje Sonia. A ver si se mete en faena. Aquí tiene un lector.
Saludos.
Javier Bódalo
Bonita historia. Una chica italiana de los Alpes al Himalaya. Y Josto Maffeo, de alguna manera, siempre al pie del cañón. ¿Cómo lo consigue?
ResponderEliminarEnhorabuena y mucha envidia…
Felipe
Leer a un periodista así es descubrir cada día que quiero parecerme a él en algo. No dejo de asombrarme y admirar a un profesional que siempre es coherente consigo mismo. Hasta cuando relata vivencias personales.
ResponderEliminarQuiero ser periodista. Así merece la pena.
Joan Raduà