No tengan reparo. Díganlo que en algunos
momentos soy un cabronazo. O que juego a serlo.
Soy el primero en reconocerlo y, lo admito, es una estrategia que suelo
utilizar cuando en una confrontación de ideas, un debate, intento hacer ver a
mi interlocutor sus contradicciones más evidentes. No para dejar con el trasero
al aire (mis gatos me han enseñado que no hay que acorralar o arrinconar sin vía
de escape); más bien para que una imagen, una situación, sea más elocuente que
muchas teorías arriesgadas.
Hace no menos de dos años, estuve charlando con una querida colega, una
mujer inteligente, un cacho de pan como carácter, pero con alguna tendencia a pasar
por revolucionaria o, cuanto menos, osada, en algunos de su planteamientos. Y
en eso nos enzarzamos en el tema de la prostitución. Yo como defensor a
ultranza de la dignidad de toda mujer (una mujer no tiene precio, un ser humano
no se vende) y ella con ese “justificacionismo” de la libre elección (además de
otras consideraciones, siempre dudosas) de que se trata de una “profesión como
muchas otras". Hablabas, mi amiga y colega de profesión, comparando con un artesano, un
profesional, un comerciante.
La
cosa acabó en tablas, es decir, cada uno con su propia posición sin posibilidad
de conciliación.
Hasta… hasta que, mucho tiempo después,
una mañana, con la colega periodista nos cruzamos por ahí y quedamos hablando
un rato. Se la veía en una explosión hormonal y de felicidad. Gozaba, y así lo
decía, feliz de su primer embarazo, de esa convivencia estricta con la niña que
estaba a dos meses y poco más de llegar a Madrid.
Y
allí, con la confianza que nos tenemos, hizo su presencia este cabronazo. A mi
amiga le pasé la mano en la barriga, se la acaricié mirándola a los ojos (muy
azules). Ella me sonrió, agradeció el gesto y me dijo donde era posible
percibir algún movimiento, la clásica patadita.
No pude contenerme. El cabronazo abrió la boca y, siempre acariciando y
sonriendo, dijo: “Espero que vaya todo muy muy bien. Y de la niña ¿que quieres
que te diga? Que le deseo un futuro feliz, que se realice como mujer… por
ejemplo como una buena profesional de la prostitución….”.
O…..
– así se llama – me miró desconcertada, se le cortó la sonrisa que en
ella es connatural. Luego se le encendió una bombilla, recobró la sonrisa, me
acarició la barba y me dijo: “Pero ¿te lo creíste? Eso fue para picarte… una
solemne gilipollez”.
Pues
eso. este cabronazo se despidió, tan
feliz, con un beso a la futura mamá.
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