Nos vemos, sin fecha ni horario fijo, en algunas pantalla o sintonía radio italiana o española. Y lo mismo ocurre en medios escritos. Tengo la inmensa suerte de no depender de nadie, de no deber nada a nadie y de poder opinar libremente cuando y donde solo yo lo considere oportuno.
«Fatti non foste a viver come bruti, ma per seguir virtute e conoscenza»
«No habéis sido hechos para vivir como brutos, sino para seguir virtud y conocimiento»
Dante Alighieri, "La Divina Commedia", Inferno - canto XXVI

lunes, 4 de julio de 2011

(97) Lo admito. Cuando quiero, sé transformarme en un auténtico cabronazo
Sí, lo ammetto, cuando voglio mi so trasformare in un gran figlio….

No tengan reparo. Díganlo que en algunos momentos soy un cabronazo. O que juego a serlo.  Soy el primero en reconocerlo y, lo admito, es una estrategia que suelo utilizar cuando en una confrontación de ideas, un debate, intento hacer ver a mi interlocutor sus contradicciones más evidentes. No para dejar con el trasero al aire (mis gatos me han enseñado que no hay que acorralar o arrinconar sin vía de escape); más bien para que una imagen, una situación, sea más elocuente que muchas teorías arriesgadas.
  Hace no menos de dos años, estuve charlando con una querida colega, una mujer inteligente, un cacho de pan como carácter, pero con alguna tendencia a pasar por revolucionaria o, cuanto menos, osada, en algunos de su planteamientos. Y en eso nos enzarzamos en el tema de la prostitución. Yo como defensor a ultranza de la dignidad de toda mujer (una mujer no tiene precio, un ser humano no se vende) y ella con ese “justificacionismo” de la libre elección (además de otras consideraciones, siempre dudosas) de que se trata de una “profesión como muchas otras". Hablabas, mi amiga y colega de profesión, comparando con un artesano, un profesional, un comerciante.
  La cosa acabó en tablas, es decir, cada uno con su propia posición sin posibilidad de conciliación.
  Hasta… hasta que, mucho tiempo después, una mañana, con la colega periodista nos cruzamos por ahí y quedamos hablando un rato. Se la veía en una explosión hormonal y de felicidad. Gozaba, y así lo decía, feliz de su primer embarazo, de esa convivencia estricta con la niña que estaba a dos meses y poco más de llegar a Madrid.
  Y allí, con la confianza que nos tenemos, hizo su presencia este cabronazo. A mi amiga le pasé la mano en la barriga, se la acaricié mirándola a los ojos (muy azules). Ella me sonrió, agradeció el gesto y me dijo donde era posible percibir algún movimiento, la clásica patadita.
  No pude contenerme. El cabronazo abrió la boca y, siempre acariciando y sonriendo, dijo: “Espero que vaya todo muy muy bien. Y de la niña ¿que quieres que te diga? Que le deseo un futuro feliz, que se realice como mujer… por ejemplo como una buena profesional de la prostitución….”.
  O….. – así se llama – me miró desconcertada, se le cortó la sonrisa que en ella es connatural. Luego se le encendió una bombilla, recobró la sonrisa, me acarició la barba y me dijo: “Pero ¿te lo creíste? Eso fue para picarte… una solemne gilipollez”.
  Pues eso.   este cabronazo se despidió, tan feliz, con un beso a la futura mamá.

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