Me parto, a
pesar de que haya poco espacio para la risa. Pero es que se han desatado los
frenos inhibitorios y afloran odios, miedos, conveniencias, oportunismos,
militancias más o menos latentes y servidumbres a precios de saldo. ¡Qué tropa!
No toda la tropa, afortunadamente, porque entre los periodistas de cualquier
edad y veteranía hay todavía independientes. Por lo menos en el momento en el
que ejercen su profesión de informadores, intermediarios e intérpretes entre
los poderes públicos y privados, la realidad y los miembros de la sociedad.
No estoy haciendo el catastrofista ni
metiendo a todos y todas en el mismo saco. Yo mismo estoy en condición de hacer
un listado de colegas de profesión que cuando actúan profesionalmente no
filtran la realidad a través de sus filias y fobias ideológicas. Ahora bien,
tampoco me pidan una lista interminable porque a lo mejor no tendría material
suficiente. Para la otra lista, la de los y las que llevan etiquetas, marchamos
de calidad y códigos de barras de todos los colores, el empirismo de la
observación y de la escucha, aun superficial, es más que suficiente para
clasificar. No hay más que mirar alrededor.
En tiempos pre-electorales, que huelen a
mudanza (todavía sin tener muy claro de dónde y hacia dónde), hay quien prepara
su caída de la burra camino de Damasco, otros se resisten a los vaticinios y se
empecinan en la defensa numantina de las ubres que han mamado; otros más
alegres ya venden la piel de un oso que nunca hubiesen perseguido, sin haberlo
todavía cazado. El “colóquese o sálvese quien pueda” es el santo y seña del
momento. Sin ruborizarse delante de cámaras, micrófonos o teclados.
¡Qué erudición, amigos! Es sorprendente el
acopio de adjetivos que muchos colegas han hecho, saqueando el tesauro de la
RAE o pescando en la mar sin fondo de los neologismos que nadan y se reproducen
en Internet. Lo malo es que se utilizan a menudo de forma agresiva y se los
coloca sólo o prevalentemente a un lado, cualquiera de los lados, del espectro
ideológico.
Ya sabíamos dónde estábamos unos y otros y
como lucíamos nuestro respectivos plumeros. Nos conocemos por biografías, hemerotecas,
fonotecas, videotecas y hasta por la cache de Google. Pero tengo la sensación de
que en esta campaña electoral muchos periodistas se están luciendo como nunca
antes. Mejor dicho: están luciendo sus auténticos colores con vehemencia y, en
bastantes casos, hasta con el carnet en la boca. Y con los calzoncillos
transparentes, esos que dejan el trasero al aire.
Esta mañana estaba reflexionando sobre todo
esto y en eso alguien me reconoció y me llamó periodista. Tuve la tentación de
reaccionar: “Oiga, señora, sin ofender…”.
Hombre… eso está claro. Muchos compran “ese” periódico porque escriben “esos” periodistas con “esas” ideas. Lo que pasa es que muy a menudo ya no sabemos si quien nos cuentas las cosas es un político mitinero o un informador.
ResponderEliminarEsto es un “totum revolutum” en el que muchos periodistas hacen méritos ante el poder. Otros son sólo forofos que se han equivocado de profesión.
Ni más ni menos.
Adiós.
Vicente Laguna
Acabo de estar, callado, leyendo en Twitter que escribías cosa parecidas sobre la supuesta independencia de muchos medios y periodistas. ¡Qué valor tienes! No pasa todos los días que alguien salga con nombre y apellidos diciendo lo que piensa y sin que le importe el riesgo que conlleva.
ResponderEliminarGracias por todo y no me pidas que firme.
Yo sí tengo que aprender a dimitir.