Ayer se nos fue Ernesto
Sábato. A los 99 años, en su residencia de Santos Lugares, en la
provincia de Buenos Aires, murió el pensador, el escritor, el argentino
universal, el premio Cervantes por la literatura, el eterno candidato al Nobel
y el autor, entre otros, de “El túnel”, “Sobre héroes y tumbas” y “Abbadón el
exterminador”. Pero quien se nos ha muerto fue mucho más que eso, fue el
titular de una inmensa y probablemente semidesconocida vida interior, aun
cuando Sábato no fue ajeno al mundo y estuvo bien presente en y cara a la
sociedad. Por ejemplo, cuando presidió la Comisión Nacional de Desaparecidos, publicó
su famoso informe y retumbó ese inolvidable “¡Nunca más!” relativo a la durísima
y sangrienta represión llevada a cabo en Argentina por los gobiernos de la dictadura
militar.
A lo largo de algo más de una década, tuve el
privilegio de caer en la simpatía de Sábato, de encontrarme con él en algunas
ocasiones y en todas, sobre todo en una, el escritor no quiso hacerle caso al
reloj. Hablamos horas, sobre todo ese 13 de junio de 1983 en un banco del
parque madrileño del Oeste. La fecha la leo en la única foto amarillenta, en
blanco y negro, que lleva su firma (¡Dios mío, yo era un joven con pelo inmenso
y Sábato ya residía en la venerable senectud!). Es esa la única imagen que se salvó entre las
muchas perecidas en varios desastres, sobre todo informáticos.
No voy a hacer aquí un retrato biográfico de
Ernesto Sábato y de su obra. Otros lo han hecho, lo están haciendo en estas
horas o lo harán con más profundidad y extensión. En este momento sólo quiero
recordar al hombre que conocí y traer a la memoria nuestras charlas, debates
sobre el aquí y el más allá, sobre coincidencias y lejanías en las respectivas
visiones de la vida. Le recuerdo sobre todo como un conversador de difícil
arranque, a lo mejor algo desconfiado, para luego soltarse pesando y pausando cada
una de sus palabras, todas las frases.
Recuerdo a un Ernesto Sábato enérgico y
tierno, afectuoso y seco, cordial y retraído. Fundamentalmente, a un tímido con
un inmenso mundo interior. Conocí a un hombre atormentado por la duda, siempre
dispuesto a poner todo en juego y en discusión. Como lo hizo pasando a través del
comunismo, que abandonó, escaldado, para abrazar el existencialismo y alternar
entre la racionalidad y el misterio. Con muchísimas dudas y algunas certezas.
Como esa autodefinición de anarquista que repetía, matizando: «Pero ¿quién ha
dicho que un anarquista es necesariamente alguien que pone bombas?”. O la cuestión
más trascendente y sus respuestas: «Sí, si insistes en la pregunta, diré
que creo que Dios existe». En otro momento afirmó: «Dios existe, pero a veces
duerme: sus pesadillas son nuestra existencia».
Aquí quiero decir que, afortunadamente,
sintiendo profundamente la muerte del gran escritor argentino, no hay pesadilla
porque queda su obra, un largo e intenso recorrido a través de su creación y de
sus ideas.
Descansa en paz, Ernesto.
Ieri se n’è andato Ernesto Sábato. A 99 anni, nella sua residenza di Santos Lugares, nella provincia di Buenos Aires, è morto il pensatore, lo scrittore, l’argentino universale, il premio Cervantes per la letteratura, l’eterno candidato al Nobel e l’autore, tra gli altri, di “Il tunnel”, “Sopra eroi e tombe” e “Abbadón lo sterminatore”. Chi se n’è andato, in realtà, fu molto più che tutto ciò; fu il titolare di un’immensa e probabilmente semisconosciuta vita interiore, anche se Sábato non fu estraneo al mondo e fu ben presente nella società e di fronte a essa. Per esempio, quando fu presidente della Commissione Nazionale dei Desaparecidos pubblicò la famosa relazione ed echeggiò quell’indimenticabile “Mai più!” relativo alla durissima e sanguinaria repressione sferrata in Argentina dai governi della dittatura militare.
Ieri se n’è andato Ernesto Sábato. A 99 anni, nella sua residenza di Santos Lugares, nella provincia di Buenos Aires, è morto il pensatore, lo scrittore, l’argentino universale, il premio Cervantes per la letteratura, l’eterno candidato al Nobel e l’autore, tra gli altri, di “Il tunnel”, “Sopra eroi e tombe” e “Abbadón lo sterminatore”. Chi se n’è andato, in realtà, fu molto più che tutto ciò; fu il titolare di un’immensa e probabilmente semisconosciuta vita interiore, anche se Sábato non fu estraneo al mondo e fu ben presente nella società e di fronte a essa. Per esempio, quando fu presidente della Commissione Nazionale dei Desaparecidos pubblicò la famosa relazione ed echeggiò quell’indimenticabile “Mai più!” relativo alla durissima e sanguinaria repressione sferrata in Argentina dai governi della dittatura militare.
Nel corso di più di un decennio,
ebbi il privilegio di godere della simpatia di Sábato, d’incontrarlo in diverse
occasioni e in tutte, soprattutto in una, lo scrittore non volle dar retta all’orologio.
Parlammo per ore, in particolar modo quel 13 giugno 1983 in una panchina del
parco madrileno dell’Oeste. La data la rilevo dall’unica fotografia ingiallita,
in bianco e nero, che reca la sua firma (Dio mio, ero un giovane dai capelli
immensi e Sábato già abitava la venerabile senilità!). È questa l’unica
immagine salvata tra le molte perdute in vari disastri, soprattutto
informatici.
Non farò qui un ritratto biografico
di Ernesto Sábato e della sua opera. Altri l’hanno fatto, lo stanno facendo o
lo faranno con maggiore profondità ed estensione. In questo momento voglio solo
ricordare l’uomo che conobbi e riportare alla memoria le nostre conversazioni,
dibattiti sul qui e sull’aldilà, su coincidenze e lontananze nelle rispettive
visioni della vita. Lo ricordo in particolar modo come un conversatore dal complicato
avvio, forse per un’innata diffidenza, per poi sciogliersi pesando e cadenzando
ciascuna delle sue parole, tutte le sue frasi.
Ricordo un Ernesto Sábato energico
e tenero, affettuoso e secco, cordiale e chiuso. Fondamentalmente, un uomo
timido con un immenso mondo interiore. Conobbi un uomo tormentato dai dubbi,
sempre disposto a mettere tutto in gioco e in discussione. Come lo fece
passando attraverso il comunismo, che abbandonò per l’esistenzialismo e
alternare tra la razionalità e il mistero. Con moltissimi dubbi e alcune certezze.
Come quell’autodefinizione d’anarchico che ripeteva, puntualizzando: «Chi dice che un anarchico è necessariamente
qualcuno che mette le bombe?». Oppure, la questione più trascendente e le sue
risposte: «Sì, se insisti con la domanda, dirò che Dio
esiste». In un altro momento affermò: «Dio esiste, ma a volte dorme. I suoi incubi
sono la nostra esistenza».
Qui voglio dire che, per fortuna,
con il profondo dolore per la morte del grande scrittore argentino, non c’è
incubo perché permane la sua opera, un lungo e intenso percorso attraverso la sua
creazione e le sue idee.
Riposa in pace, Ernesto.
Leí "Sobre héroes y tumbas" porqué por casualidad había leído de las polémicas que suscitó. Ese libro muchos no lo entendieron, como no entendieron al autor, que en esas páginas se enfrenta a todas las dimensiones del ser humano.
ResponderEliminarGrande y tierno, Sábato. Espero que ahora haya despejado sus dudas.
Aurelio Beltrán
"Enérgico y tierno, afectuoso y seco, cordial y retraído". Como lectora de Sábato (hasta hice una tesina), algo así me había figurado. Gracias por su aportación. Qué suerte haberle conocido tan de cerca.
ResponderEliminarSarai
Yo tuve la oportunidad de escucharle en una de sus pocas conferencias. Salí con la impresión de que se trataba de una persona que se pasaba el día elaborando, pensando y repensando. De los que no dejan un sólo momento sin hacerse preguntas.
ResponderEliminar¡Grande Sábato!
Esther Belloso