Hace tiempo que dejé de hacerle caso a los
sermones diarios con los que – desde cualquier latitud del espectro ideológico –
muchos periódicos pretenden, cada mañana, impartir doctrina mientras damos
cuenta de un café con leche. Son sesudos textos que nos indican ”su” ortodoxia
de “nuestros” comportamientos, que pretenden llevar la luz en las penumbras de
nuestras dudas y que nos dan lecciones magistrales de ética, de comportamientos
morales y del respeto de un sinfín de altisonantes derechos.
Luego
ocurre que esos mismos periódicos – a página treinta y seis, página par y en el
bajo de la primera columna, para que la tapemos con el pulgar – esconden una noticia
que molesta al gran e influyente amigo del editor. También entierran, entre
eufemismos y en la última de Sociedad, el tropiezo judicial de uno de los
principales anunciantes que garantiza parte de la tarta publicitaria. Y no le
hacen asco al reportaje sobre la enésima inversión del productor de tecnologías
de doble uso – civil y militar, para entendernos – que tiene sus mejores
clientes entre los gerifaltes de países de un más que dudoso respeto de los valores
más elementales. El listado de contradicciones, corriendo aquí un tupido velo
sobre los compromisos con la política, no puede ni debe olvidar las páginas de
los anuncios por palabras, donde la mercancía, barata y muy a menudo explotada,
es carne femenina expuesta en los escaparates de la prostitución al alcance de
un número de teléfono.
En estas
horas es noticia que el Consejo de Estado, con opinión no vinculante, se ha
pronunciado. Constata el fracaso de la tan cacareada autorregulación y afirma que
a los medios de información, a los que se aprovechan de la suculenta tarta
económica de ese género de anuncios, habrá que obligarlos por la vía legal. Es
decir, que no queda más remedio que plantearse la prohibición de los anuncios
que describen, exaltan, promueven y le ponen precio a los abismos en los que ha
precipitado la dignidad de muchas mujeres, esas que, autónomamente o subyugadas
por organizaciones criminales, venden su cuerpo por piezas o al por mayor. A
menudo vemos esos anuncios publicados unas cuantas páginas después de un sesudo
editorial o de una columna muy moral o muy “progre” – tanto monta…– que a lo mejor nos está abroncando o sermoneando
con relación a lo poco que hemos avanzado en el respeto de la dignidad del ser
humano, sobre todo si ese ser humano es mujer.
Pero claro,
la publicidad es “parte de la libertad de expresión”, “el cuerpo es mío”, “la
prostitución es el más antiguo oficio del mundo”, “esto es lo que hay y es
inútil negarlo”, “no se puede renunciar a estos ingresos”. Muchas
explicaciones, justificaciones, coartadas, una enrevesada y sin embargo clarísima
ceremonia de la confusión en la que se argumenta lo “inargumentable”, donde la
hipocresía aparece con todo su plumero de oportunismos y de frío cálculo económico.
Dejémonos de ética, de dignidad y de moral, lo que cuenta es la cuenta de
resultados.
Pues ya lo
ven. Moralistas y progres, los “gurús” del pensamiento único y también los de
las ideas fluctuantes, a menudo son los extremos del mismo círculo. Como las
alas de un avión de geometría variable, tienen la inmensa ductilidad de moldear
ideas y principio y de vender sus axiomas como verdad revelada. Lo hacen para
que los incautos del rebaño, los que compran sólo un periódico – y lo compran no
para contrastar, más bien para reafirmar la pertenencia a una tendencia o a una
moda ideológica, sin demasiadas preguntas – se sientan avalados, no importa si
también engañados civil, humana y moralmente. Eso no entra en los cálculos de
la cuenta de resultados.
Hay
momentos en los que llamarme periodista me suena como un insulto y tengo ganas
de mandar todo y todos a tomar viento fresco. Pero no, siempre me queda una vía
de escape: soltar un “gallo” en el coro y pedir perdón a muchos seres humanos,
sobre todo a muchas mujeres que son simples asientos en las cuentas de un
editor. Y en las dobleces de muchas columnas y editoriales, escritos – ¡qué vergüenza! –
por periodistas.
È da qualche tempo che ho smesso di
prestare attenzione ai sermoni quotidiani con cui – da qualsiasi latitudine dello
spettro ideologico – molti giornali pretendono, ogni mattina, d’impartire
dottrina mentre ci confrontiamo con un caffellatte o un cappuccino. Si tratta
di testi pretenziosi che ci indicano la “loro” ortodossia dei “nostri”
comportamenti, che pretendono di fare luce nella penombra dei nostri dubbi e
che ci propinano solenni lezioni magistrali di etica, di comportamenti morali e
sul rispetto di una miriade di altisonanti diritti.
Accade poi che quegli stessi giornali – a pagina trentasei, una pagina
pari e in basso nella prima colonna, affinché la possiamo occultare con il
pollice – nascondono una notizia molesta per l’influente amico dell’editore.
Seppelliscono pure, tra eufemismi e nell’ultima di Costume e Società, lo
scivolone con strascico giudiziario di uno dei principali inserzionisti, uno di
quelli che garantiscono gran parte della torta pubblicitaria. Quegli stessi
giornali non hanno pudore nella pubblicazione di un reportage sull’ennesimo
investimento del produttore di tecnologie dal doppio uso – civili e militari,
per essere chiari – che magari annovera tra i principali clienti despoti di
paesi in cui è sospeso il rispetto dei valori più elementari. La lista delle
contraddizioni, e qui sorvoliamo sulle commistioni con la politica, non può né
deve dimenticare le pagine degli annunci per parola, dove la mercanzia, a prezzo
di saldo e molto spesso sfruttata, è carne di donna esposta negli scaffali di
una prostituzione a tiro di telefono.
È
di queste ore la notizia che il Consiglio di Stato spagnolo, con opinione non
vincolante, si è pronunciato. Ha constatato il fallimento della tanto sperata
autoregolamentazione e afferma che alle testate, a quelle che lucrano della
succulenta torta economica di quel genere di annunci, si dovrebbe imporre la
proibizione attraverso una legge. Vale a dire, non c’è altra possibilità se non
quella di pensare al divieto di pubblicare annunci che descrivono, esaltano,
promuovono e fissano un prezzo agli abissi in cui precipita la dignità di molte
donne, quelle che, autonomamente o soggiogate da organizzazioni criminose,
vendono il proprio corpo a pezzi o all’ingrosso. Troppo spesso vediamo quegli
annunci pubblicati alcune pagine dopo quella di un solenne editoriale o di una
colonna d’opinione carica di morale o molto “progressista” – frequentemente, facce
di una stessa o simile medaglia – che ha la spudoratezza di ammonirci e
propinarci un sermone in relazione a quanto poco si è avanzato nel rispetto
della dignità dell’essere umano, soprattutto quando quell’essere umano è donna.
Già,
ma la pubblicità è “parte della libertà d’espressione”, “il corpo è mio”, “la
prostituzione è la più antica attività del mondo”, “questo è sotto gli occhi di
tutti ed è inutile negarlo”, “non si può rinunciare a queste entrate”. Molte
spiegazioni, giustificazioni, alibi, una contorta ma anche chiarissima
cerimonia della confusione nella quale si argomenta l’improponibile, dove l’ipocrisia
appare con tutto il suo codazzo di opportunismo e di freddo calcolo economico.
Per favore, lasciamo stare l’etica, la dignità e la morale, ciò che conta è il
bilancio, il conto profitti e perdite.
Lo
vedete? Moralisti e “progressisti”, i guru del pensiero unico e quelli delle
idee fluttuanti, spesso sono gli estremi dello stesso circolo. Come le ali di
un aereo a geometria variabile, possiedono una grande duttilità per modellare
idee e principi per poi sbolognarli come verità rivelata. E lo fanno affinché
gli incauti del gregge, chi compra solo un giornale – e non lo compra per confrontare idee, bensì
per riaffermare l’appartenenza a una tendenza o a una moda ideologica, senza
porsi troppi interrogativi – si sentano avallati, non importa se anche
ingannati civilmente, umanamente e moralmente. Tutto ciò non rientra nei
calcoli del conto profitti e perdite.
Ci
sono momenti in cui definirmi giornalista mi suona come un insulto e ho voglia
di mandare tutto e tutti a quel paese. No, non è il caso. Mi resta pur sempre
una via di fuga, quella di stonare nel coro e saper chiedere il perdono a molti
esseri umani, soprattutto a molte donne che sono semplici appunti contabili nel
bilancio di un editore. E pure nelle ipocrisie di molte colonne ed editoriali, scritti –
che vergogna! – da giornalisti.
¡Magnífico! Más claro no se puede decir. Y le honra que sea un periodista el que firma este comentario.
ResponderEliminarBasta ya de hipocresías, de cinismo, de progres que son más bien "regres". Hay que decirlo con contundencia: "No queremos comulgar con ruedas de molino". Libertad no es "todo vale". Libertad es también proteger contra uno mismo, y contra los que se trincheran detrás de falsos derechos que pisan elementales derechos humanos ajenos.
Un abrazo solidario.
Marta Revilla
Este es un blog lleno de respeto, de sentido común y ajeno a lo excesos de las falsas libertades que tanto se cacarean en España, más conocida como el "burdel de Europa".
ResponderEliminarLo pienso, lo digo y lo siento: no parece un blog escrito en España.
¿Es Usted marciano? (-:
Hasta pronto. Ainhoa y Juan
Pero ¿quién es el gobierno para prohibir? Y ¿a qué viene este ataque a los periódicos?
ResponderEliminarSi quiero ser una furcia (si fuera mujer) y necesito hacer publicidad al negocio, tengo todo el derecho de hacerlo. El género es mío y lo vendo como me da la gana.
Hoy en día no te pueden obligar ni padres ni profesores, y ahora viene un Consejo de Estado a dar consejos que nadie le ha pedido. Además, ahora con el paro que tenemos no se puede impedir que una haga el negocio que le dé la gana.
H.R.
In Italia sui giornali è un fenomeno molto limitato, ma in Internet è incontrollabile.
ResponderEliminarSu quel fronte è una battaglia perduta, salvo que la magistratura cominci a rastrellare indirizzi e telefoni italiani e persegua su quel fronte.
È comunque uno schifo, ma il problema è a monte: i clienti.
Complimenti per la chiarezza con cui espone le sue idee, non solo su questo argomento.
Ripasserò da queste parti.
* Attilio, di Ancona ma anche un po' fiorentino.
¿Quién te ha dado vela en este entierro? Anda, déjanos en paz que desde que el mundo es mundo las mujeres se han vendido al mejor postor.
ResponderEliminarY no firmo porque el nombres es mío y con el hago lo que me da la gana.
Estimado Josto:
ResponderEliminarLlevo muchos años siguiéndole, sobre todo por Radio Nacional de España, y recuerdo un precioso viaje africano con mi novio en el que estando en el País Dogón le escuché diseccionar el alma beduina por Radio Exterior en francés. Que hable de medicina, de política, de su sentirse “hombre del desierto” (¡chapó por lo que hace con los nómadas), siempre me ha encantado su humanidad aderezada con sentido común e ideas firmes.
Me quedé prendada de esa hora de entrevista que le hizo Manuel Ventero. Estaba escuchando a alguien con el tono de un viejo amigo, el fondo de Albert Schweitzer y de Teresa de Calcuta y el dinamismo de adolescente con chispa. Decía Schweitzer que “los años pueden arrugar la piel, pero renunciar al entusiasmo arruga el alma”.
Leer este comentario sobre la hipocresía de muchos periodistas y editores no me sorprende, me reconfirma mucho de lo que ya sabía que Usted pensaba.
Gracias, sobre todo como mujer.
Salamanca – Luisa Calvo
Le tengo mucho respeto a lo que dice y escribe y le creo sincero. Pero hablando de falta de respeto a la mujer, de tratarnos como objetos y carne más o menos sabrosa y a la venta, es suficiente mirar a lo que se dice y se ve en las mismas pantallas, media hora después de que aparezca en la tele. Y no hablemos de la tarde y de la noche.
ResponderEliminarYa sé que ese no es periodismo, que es espectáculo. Pero es espectáculo denigrante, el que da el nivel del país, porque es el que ocupa más horas de emisión.
¡Qué asco, y qué pena!
Aurora
No me queda que decir "Amen".
ResponderEliminarLaura