Los periódicos,
algunos con cierto mal disimulado regocijo, titulan hoy que “La justicia de Holanda falla que denigrar al islam es
legal”. Se refiere a la absolución de un conocido líder populista y xenófobo
que no se limitó a opinar o a criticar algún punto de una doctrina y sus
preceptos. Fue más allá: denigró, es decir descalificó su totalidad a una fe y
a los cientos de millones de pobladores de esta tierra que la profesan.
Casi siempre evito cuatro temas en España.
Uno es este, el de las creencias, las fes religiosas. Más posible, más sosegado
y civilizado allende los Pirineos, mis muchas experiencias aquí me han enseñado
que la visceralidad, el peso de la Historia y de la histeria, las barricadas de
tirios y troyanos, todo eso que conocemos no lo hace fácil. Falta la escala cromática
de los grises, casi siempre sólo hay blanco y negro. Y se insulta o se hace
mofa de lo uno o de lo otro.
Para los creyentes, de varias religiones muy
asentadas en la Historia y en los pueblos, su fe suele estar por encima de
su propio padre y de su propia madre.
Muchos, a lo largo de la Historia de la Humanidad, para dar testimonio o
defender sus creencias en lo trascendente no han dudado en entregar su propia
vida o han soportado torturas y vejaciones.
Yo ante eso me quito todos los sombreros y
hasta me corto el no mucho pelo que anda por mi cabeza.
No sé si hace falta aclararlo, pero no soy musulmán. Sí
frecuento desde hace décadas lugares hospitalarios e inhóspitos en los que el
Islam es religión y cultura. Me honro con la amistad más que demostrada por
cientos de amigos que, con mayor o menor profundidad, profesan el Islam (lo
escribo con mayúscula, por respeto). Conozco también la generalización y la
fácil asimilación que se hace entre Islam y fenómenos o movimientos que con esa
fe originaria poco o nada tienen que ver. Estoy al tanto del desviacionismo y
de las interpretaciones fanáticas y sesgadas, así como de la serena aplicación
de preceptos perfectamente aceptables en otras culturas.
Desde esa realidad, mi respeto va hacia todas
las religiones, no hablemos de las grandes monoteístas que – pese a quien
pese en esa batalla perdida de reescribir la Historia – con sus luces, y
también con las sombras de su aplicación en las sociedades, han forjado e
impregnado la Historia. También, y mucho, pese a quien pese, la historia y la
vida, de cada uno de nosotros.
Pero yo quiero quedarme en el ámbito de mi
profesión, que es el periodismo. Extraña profesión, desde luego, esta que se
envuelve en túnicas de respeto, tolerancia (habría que ver su acepciones…),
libertad, convivencia y muchos otros valores altisonantes. En aras de una
supuesta y casi absoluta libertad de pensamiento y de expresión, desde cierto
periodismo que reescribe todo e indica lo que hay que anular, lo que nunca
existió y lo que el rebaño tiene y tendrá que hacer, se apoya cualquier movida
a favor del "leña al mono” de todo lo
que huele a “carca”. Y en ese saco se meten el teléfono de manivela,
la radio de galena, ciertos remedios caseros, el velocípedo y... las creencias
religiosas. Salvo, cuando conviene, sí hacer uso instrumental de unas religiones
para argumentar en contra de otras.
El respeto por los creyentes – sean
musulmanes, judíos y mucho menos cristianos – brilla a menudo por su ausencia. Pero
no se trata de crítica legítima, de opiniones. Se va mucho más allá, casi con
la fe acalorada del converso fanático, y se proclama el derecho a mentar la
madre de cualquiera sin que ese cualquiera se pueda inmutar o dé muestras de pedir
respeto.
Decía poco antes que para muchos, muchísimos
creyentes, su fe suele estar por encima de su propio padre y de su propia madre
Y sin embargo eso se puede atacar, pisotear; de esa madre ajena se puede hacer
mofa – en periódicos, radio, televisión – con grueso calibre de palabras y una
ausencia total de respeto, base de la convivencia. Se puede hacer con la madre
de cualquiera, menos con la del periodista, se entiende. Esa, ni pensarla ni
mentarla. Porque es sagrada, como debe ser una madre. Una madre en el sentido de lo más
cercano y familiar, como la mujer que nos ha engendrado, y en el ámbito de la
trascendencia, que es la otra madre, legítima y respetable (que hay que
respetar) opción de fe de cada uno.
CHAPEAU, don Josto. Por fin alguien que rompe tabús en nuestra España de laicidad obligada de fondo y forma.
ResponderEliminarNo soy creyente. Mejor dicho, no sé si lo soy o no lo soy. Pero me agrada leer estas cosas. Un periodista que mete el dedo en el ojo de los que, codo con codo, se lo podrían hacer pasar mal. Eso es coherencia, respeto, y –con perdón– tenerlos bien puestos cuando se va con la verdad por delante.
ResponderEliminarReconforta. Gracias.
Martín Vidal - Tarragona
Si´, sí y sí. Esto es lo que tendrían que colgar en las redacciones de muchos periódicos y televisiones. Ya vale de mofarse de todo y de todos. España en eso gana a cualquiera por goleada. Típico de los nuevos ricos guerracivilistas venidos a menos y que quieren enseñar al resto del mundo.
ResponderEliminarPaís… Hay veces en las que quisiera ser de Trinidad Tobago, por ejemplo.
Gracias por lo que ha escrito, da que pensar y mucho.
Laura Egea
No podía esperar otra cosa de Josto Maffeo. Por eso, entre otros motivos, le sigo en Radio Nacional y en la televisión.
ResponderEliminarCuando habla y escribe, muy a menudo clava verdades como puñetazos en el estómago de los listos.
Pues a seguri así y enhorabuena.
Silverio Riaza