Era la noche del 28 de junio 1992, en Lisboa, pocas horas después de que el presidente francés Mitterrand abandonara la Cumbre europea de jefes de estado y de gobierno para – sorpresa - presentarse la mañana siguiente en plena Sarajevo bajo las bombas. De la política europea y atlántica a las tensiones balcanicas, un día convulso para nosotros los enviados a la reunión comunitaria lusitana.
Pero, como siempre, hay que concluir la jornada, intentar relajarse y asimilar lo ocurrido. Y en ese muy buen restaurante de Lisboa cenábamos, entre comentarios, el portavoz de un jefe de gobierno europeo, dos periodistas de diferentes países y quien escribe.
En plena cena y charla, algo llamó nuestra atención. Dos mesas más allá, un camarero y un conocido periodista nuestro colega tiraban y de alguna manera forcejeaban para arrancarse algo que parecía un librito o un bloc de notas. Para hacerla breve, poco después comprendimos lo que ocurría. El camarero no entendía porque ese periodista extranjero quería darle tanto dinero para un sencillo bloc de facturas que – intentaba explicar el extrañado portugués – podía ser adquirido en la imprenta-papelería a la vuelta de la esquina.
Es verdad que a menudo ocurre que un periodista invita a cenar a un informador que le ayuda a refrescar noticias y visiones sobre el país al que acaba de volver. Es verdad que el “escamotage” más utilizado, para evitar cargar con el gasto y no tener que discutir con los contables de los medios es hacer incluir al invitado en la cuenta del restaurante. Pero de allí a querer comprar un completo bloc de facturas para vaya Usted a saber que futura utilización... pues allí si que pasamos a terrenos pantanosos.
¿Por qué les cuento ese episodio? Muy sencillo. Sin revelar el nombre, ni el medio, tampoco el país, les diré que en estos últimos días ese colega que intentaba adquirir facturas en blanco pontificaba en un medio. Le buscaba las pulgas y les sacaba los colores a alguno personajes públicos por haber hinchado gastos ya de por sí sospechosos. Y no faltaba la moral final sobre el buen administrador.
Estoy sopesando seriamente hacerle un regalo a nuestro colega con ocasión de estas Navidades. A lo mejor le compro un espejo retrovisor.
Era la notte del 18 giugno 1992, a Lisbona, poche ore dopo aver saputo che il presidente francese Mitterrand abbandonò il vertice europeo dei capi di stato e di governno per – sorpresa – presentarsi la mattina successiva in piena Sarajevo bombardata. Dalla politica europea de atlantica alle tensioni balcaniche, un giorno convulso per noi inviati alla riunione comunitaria lusitana.
Ma, come sempre, è necessario concludere la giornata, tentare di rilassarsi e assimilare ciò che èe accaduto. E così in quell'ottimo ristorante lisbonese cenavamo il portavoce di una capo di governo europeo, due giornalisti di diversi paesi e chi scrive.
Nel bel mezzo della cena e chiacchierata, qualcosa attirò la nostra attenzione. Due tavoli più in là, un cameriere e un noto giornalista si strappavano dalle mani qualcosa che sembrava un libretto, un blocco per note. Per farla breve, poco dopo comprendemmo ciò che stava accadendo. Il cameriere non capiva perchè quel signore straniero voleva pagare un prezzo spropositato per un banale blocco di ricevute che – come spiegava lo stupido portoghese - poteva essere acquistato nella tipografia-cartoleria dietro l'angolo.
E' vero che spesso capita che un giornalista inviti a cena un informatore locale che lo aiuta a rinfrescare avvenimenti e visioni sul paese que rivisita. E' vero che l'”escamotage” più utilizzato, per evitare di assumere la spesa e per non dover discutere con i contabili dei giornali è far includere l'invitato nel conto del ristorante. Ma di lì a a voler comoprare un intero blocco di fatture per poi farne chissà quale uso... beh, qui ci inoltriamo in terreni pantanosi.
Perchè racconto quell'episodio? Semplice. Senza rivelarne nome, testata o paese, dirò che in questi ultimi giorni quel collega che tentava l'acquisto di fatture in bianco pontificava su un giornale. Faceva le pulci e faceva pure arrossire alcuni personaggi pubblici perchè avrebbero gonfiato spese già di per sè sospette. E nell'articolo non mancava la morale sul buon amministratore.
Sto pensando seriamente di fare un regalo a quel collega per le imminenti festività natalizie. Magari uno specchietto retrovisore.
Eso lo he vivido yo que trabajé en un restaurante. También hay que decir que lo hacen otros profesionales. Bueno, un talonario completo de facturas, eso no me lo pidió nadie.
ResponderEliminarAhora me dedico a otra cosa, pero no creo que haya cambiado.
Salud. Miguel