La reflexión, las dudas y la preocupaciones, todo lo que emerge de estas líneas procede una constatación que acabo de reiterar y a la que quiero añadir una provocación para dos profesionales. Una mujer y un hombre que, además de ser muy buenos en los suyo, son buenos compañeros de viaje en esa aventura radiofónica que compartimos con Pepa Fernández: “No es un día cualquiera”, nuestro querido magazine de los fines de semana en Radio Nacional de España.
Uyyy..., qué enrevesado, qué intrigante, ¿y adónde quiere llegar éste? se preguntarán Ustedes.
Muy sencillo. Observo algo, lo conecto con algo anterior y me hago preguntas en voz alta, que es de lo que trata este blog que mira hacia todo lo que concierne la profesión que ejerzo. Y en eso estamos, en lo último que me detuvo un momento a pensar. En poco menos de media jornada he reencontrado a dos antiguos compañeros, ambos con un largo bagaje profesional de mucho respeto. Y ambos, como otros colegas que conozco, llevan en los hombros y en la psique el peso de algo terrible que alteró profundamente sus vidas.
No voy a entrar en muchos detalles, no tengo interés en identificar a estos compañeros. Ni tampoco quiero juzgarlos. Pero sí quiero compartir mis preguntas con Ustedes e implicar, en la búsqueda de respuestas, a dos investigadores de las neuronas y de la psique, de lo genético y de lo comportamental, de lo neuroquímico y de lo emocional. Me refiero a Jesús de la Gándara, psiquiatra, y a Laura García Agustín, psicóloga, ambos afectuosamente emplazados – ¡es una llamada sui generis! – a contribuir con breves y sesudas consideraciones en los comentarios que siguen estas líneas.
¡Menudo preámbulo! Pues vamos al grano.
Unos terroristas se equivocan y en lugar de un periodista, que era la diana, el asesinado es alguien que sencilla y desafortunadamente pasaba por allí. El otro caso, pero podría añadir más, es el de una compañera que por una equivoca interpretación de un artículo muy correcto, pero mal leído, induce alguien al suicidio.
Cada vez que los encuentro, estos compañeros de profesión llevan a cuestas todo el peso y el drama de sentirse responsables de algo trágico que nunca quisieron. Uno acumula y acentúa sus tics y evidencia momentos de abstracción, la otra intercala una creciente agresividad con el balbuceo, características que antes de los hechos mencionados nunca aparecían. Es más que evidente, en ambos, un trastorno emocional y del comportamiento que los hace casi irreconocibles. Podría seguir, pero para mis preguntas es suficiente.
Las dudas son fuertes porque los dos (de diferentes medios) se ocupan de temas delicados que requieren equilibrio y perspectiva cuando hay que trasladarlos al público lector. Y es legítimo preguntarse, me lo pregunto, cuánto puede ser capaz el profesional – porque buenos profesionales lo son ambos – de dejar atrás, en el momento del análisis y del relato, todo lo que íntimamente les aflige y que viven como un trauma grande como una roca.
Ya lo sé, queridos Jesús y Laura, que en todas las profesiones cuecen habas y que todos, con mayor o menor intensidad, llevamos nuestros íntimos bártulos a cuestas y sin embargo ejercemos nuestras profesiones y actividades. Pero aquí no hablamos de mineros o controladores, de cirujanos o de policías. En este caso la duda es si un ser atormentado es capaz de abstraerse en el momento de narrar, poner en contexto y analizar lo que, en mayor o mayor medida, puede tener influencia en un gran número de personas: lectores, oyentes, telespectadores.
Seguro que, por breve que sea, la opinión de Jesús de la Gándara y de Laura García Agustín – que invito a entrar comentando - aportará algo de luz.
La riflessione, i dubbi e le preoccupazioni, tutto ciò che emerge da queste righe proviene da una constatazione appena rivissuta alla quale intendo sommare una proovocazione per due professionisti. Una donna e un uomo che, oltre ad essere molto buoni nelle rispettive specialità, sono buoni compagni di viaggio in quell’avventura radiofonica che condividiamo con Pepa Fernández: “No es un día cualquiera”, il nostro caro magazine dei fine settimana a Radio Nacional de España.
Ehilà...., ma quant’è complicato, che intrigante. Ma dove vuole arrivare questo quì?, vi domanderete.
Molto semplice. Osservo qualcosa, lo collego con osservazioni precedenti y mi pongo alguni interrogativi a voce alta, che è esattamente l’oggetto di questo blog dedicado a dare un’occhiata alla mia professione. E in questo momento ci troviamo a soffermarci sull’ultimo episodio che mi ha fatto pensare. In poco meno di mezza giornata ho incontrato due vecchi colleghi, entrambi con un bagaglio professionale di tutto rispetto. Entrambi, come altri colleghi che conosco, portano sulle spalle e nella psiche il peso di qualcosa di terribile che alterò profondamente la loro vita.
Non entrerò nei dettagli, non ho interesse a identificare questi colleghi. Tanto meno oso giudicarli. Ma intendo condividere i miei interrogativi con voi lettori e implicare, nella ricerca di risposte, due ricercatori dei neuroni e della psiche, delle cause genetiche e di quelle relative al comportamento, della neurochimica e dell’emotività. Mi riferisco a Jesús de la Gándara, psichiatra, e a Laura García Agustín, psicologa, entrambi affettuosamente chiamati – lo ammetto, in un modo alquanto originale – a contribuire con le loro acute considerazioni negli spazi per commenti in calce a queste righe
Che preambolo! Bene, entriamo in argomento.
Alcuni terrorristi sbagliano e al posto di un giornalista, che era il bersaglio, l’assassinata è una persona che semplicemente e malauguratamente passava da quelle parti. Un altro caso, ma potrei proseguire con altri esempi, è quello di una collega che per un’erronea interpretazione di un articolo molto corretto, ma letto frettolosamente, induce qualcuno al suicidio.
Ogni qual volta li incontro, questi colleghi portano sulle spalle tutto il peso e il dramma di sentirsi responsabili di qualcosa di tragico che mai vollero. Uno accumula e accentua i suoi tic e manifesta momenti di astrazione; l’altra intercala una crescente aggressività con la balbuzie, caratteristiche inesistenti prima dei fatti menzionati. È più che evidente, nei due giornalisti, un’alterazione delle emozioni e del comprtamento che li rende irriconoscibili. Potrei andare avanti, ma per i miei interrogativi è sufficiente.
I dubbi sono forti perché i due (di diverse testate) si occupano di settori delicati che richiedono equilibrio e prospettiva quando li si deve trasferire al pubblico lettore. Ed è legittimo chiedersi, me lo domando, in quale misura può essere capace il professionista – buoni professionisti lo sono entrambi – di lasciarsi alle spalle, nel momento dell’analisi e della narrazione, tutto ciò che intimamente li affligge e che vivono come un trauma grande come un macigno.
Lo so, cari Jesús e Laura, che in tutte le professioni c’è di tutto e che tutti, con maggiore o minore intensità, ci facciamo carico dei nostri più intimi bagagli e, ciò nonostante, svolgiamo le nostre attività e professioni. Ma quì non parliamo di minatori o controllori aerei, di chirurghi o poliziotti. In questo caso il dubbio è se un essere tormentato è capace di astrarsi nel momento di narrare, mettere in contesto e analizzare ciò che, in maggiore o minore misura, può avere influenza su un gran numero di persone: lettori, ascoltatori, telespettatori.
Sono sicuro che, seppur breve, l’opinione di Jesús de la Gándara e di Laura García Agustín – che invito a commentare – farà un po’ di luce.
Querido Josto, como psicóloga clínica te diré que he visto cientos de casos de personas que por unos sentimientos de culpa mal gestionados sufrían de forma irremediable sin pararse a pensar que ese sentimiento de culpa se puede trabajar de forma productiva para que deje de provocar tanto coste.
ResponderEliminarLo principal para manejar ese sentimiento de culpa es ser consciente de que lo ocurrido ya no se puede cambiar, forma parte del pasado y por mucho que nos disguste es un hecho inamovible, por lo que seguir dando vueltas y sufriendo por algo que escapa total y absolutamente del control de esa persona es, no solamente absurdo, sino estéril.
Lo primero es determinar el nivel real de responsablidad de uno en el suceso acaecido, y digo real, porque el ser humano tiende a atribuirse, en general, mayor responsablidad de la que en realidad ha tenido. Después, conviene calibrar si se pudo hacer algo para haber evitado el suceso y tanto si se pudo hacer algo, como si no, aceptar el resultado como algo que ya está hecho, que no puede cambiarse.
Somos humanos, cometemos errores, incluso algunos con terribles consecuencias, pero tortutarse con ello, no soluciona lo acontecido. Lo que sí ayuda y mucho, es darse permiso, precisamente para aceptarlo.
Por ello, la mejor opción es integrar en esa psique atormentada, que lo ocurrido, ha ocurrido y que de nada sirve ya llorar por la "leche derramada", de lo contrario, se seguirá sufriendo de forma irremisible y lo que es peor, se seguirá extendiendo el daño en el entorno de esas personas que ahora se comportan de una forma anómala y disfuncional, y además, perderán la oportunidad de enmedar el daño causado vertiendo otras acciones positivas en otros momentos, en otros lugares y para otras personas.
Y por último, recomendar, que cuando el daño es tan profundo y afecta al desempeño normal de la vida de una persona alterando seriamente su funcionamiento emocional, laboral, social, relacional, etc., lo mejor es pedir ayuda a un profesional adecuado para que le ayude a gestionar el sentimeinto de culpa de forma productiva.
Laura García Agustín
Psicóloga Clínica