ÚLTIMA HORA - Puesta al día del 21 Junio 2013
Aquí no hay morriña ni
esto es un “amarcord”, como diría Federico Fellini. Es sencillamente el fruto de la
fijación en la memoria de algunas de las muchas tragedias que, como periodista
y ciudadano, me tocó presenciar, vivir, narrar y analizar. Pero tampoco las
tragedias, por muy horribles que sean, son inmunes a la curiosidad, a la singularidad
de la coincidencia, a la anécdota, al pequeño detalle, a todo lo que gira
alrededor de un hecho y contribuye a su sedimentación entre sinapsis y
neuronas.
Ayer comentaba en directo, en televisión, la
indignación por la salida prematura de la cárcel de un miembro de la banda
terrorista Eta. Con Concha García Campoy nos detuvimos en considerar que a
Antonio Troitiño Arranz, alias “Miguel Ángel”, gracias a una favorable
interpretación de las leyes, las 22 víctimas de sus andanzas asesinas le han
salido baratas: 24 años de reclusión, poco más de un año de cárcel por cada ser
humano abatido. Por no hablar de los heridos, de las familias mutiladas en sus
afectos y del daño ocasionado a la convivencia de una sociedad que quiere vivir
en paz.
Con
Concha recordábamos con horror esos Años Ochenta y primeros de los Noventa del
siglo recién concluido. A mí, y en algunos casos a ella también, esa cadena de
atentados, siempre a primera hora de la mañana, nos levantaba de la cama, nos proyectaban
en la calle, muy cerca de nuestros respectivos domicilios, y éramos entre los
primeros testigos del horror: coches reventados en llamas, humareda, el asfalto
manchado por una espantosa mezcla de aceite, carburante y sangre. Aquí y allá, cuerpos
reventados por la furia asesina.
Eta asesinaba en la capital de España una
semana tras otra. Y una semana tras otra, en un barrio estratégico de Madrid,
algunos coincidíamos. A Concha y a mí se nos quedó grabada la imagen de Alejandro
Heras Lobato, en pijama y abrigo, ante la Clínica del Rosario cuya pared, la
que da a la sala de los bebés, había sido reventada por la potente explosión de
un coche-bomba. Era el 26 de abril de 1986. Por un auténtico milagro, la inexplicable
intuición de una monja que la noche anterior trasladó a los pequeños, no hubo
infanticidio. Pero sí vimos en el asfalto y en la acera los cuerpos destrozados
de varios agentes de la Guardia Civil. Cinco murieron, cuatro quedaron
malheridos. Acababan de ser relevados de sus turnos de guardia en las cercanas
embajadas de Italia y de Estados Unidos. Muy
cerca de allí y menos de tres meses más tarde, el 14 de julio (tristísimo día
de mi cumpleaños), en la plaza de la
República Dominicana la banda terrorista dejó otro reguero de sangre: 12
jóvenes guardias civiles muertos, unos cincuenta los heridos y mutilados.
Ayer, al salir del set desde donde se emiten
los informativos, me crucé con un colega y amigo. El mismo que, seis años después
de ese atentado, encontré en otra trágica mañana madrileña. Era el 21 de junio de
1993, el año sucesivo a los fastos del V Centenario, de la Expo sevillana y de
los Juegos Olímpicos de Barcelona. Pero los de siempre seguían aguando la
fiesta y atormentando la vida de los españoles.
Pues a ese colega y amigo, con el que ayer
estuve rememorando entre un pasillo, la sala Vip y la redacción, me lo encontré
esa maldita mañana de 1993 en la madrileña glorieta de López de Hoyos. Como
luego conté en mi periódico, ese día fui literalmente despertado y proyectado desde
la cama a la calle, vestido como las prisas me permitieron y acompañado por mi
enorme teléfono móvil analógico, uno de los primeros, de esos que cuando
hablabas desprendía un calor insoportable que asaba la oreja y chamuscaba el
pelo.
Esa mañana, del viaducto que cruza Francisco
Silvela con López de Hoyos colgaban algunos cuerpos. Otros yacían, inermes y
ensangrentados, sobre el asfalto de la glorieta. Eran las siete víctimas de un
enésimo atentado etarra: seis militares y un civil que se dirigían a sus cercanos
puestos de trabajo en la Junta de Jefes de Estado Mayor. Y allí, instantes
después del bombazo que reventó el vehículo de las víctimas, entre los primeros
testigos estuvimos yo y un joven periodista que extrañamente no conocía
personalmente, aun sabiendo perfectamente, por el rostro, que era alguien que
aparecía en los informativos de Telemadrid. Ese joven, con un abrigo negro y el
rostro pálido por el espanto, era Juan Pedro Valentín, que años más tarde reencontraría
como director de Informativos Telecinco y que ayer, como director de los
Informativos de Cuatro, había vuelto a casa por efecto de la fusión de las dos
cadenas de televisión.
Con Juan Pedro recordábamos, ayer, la matanza
de esa mañana, los muertos, la treintena de heridos, y también ese armatoste de
teléfono casi prehistórico que le presté para comunicar con su redacción.
Recordábamos que cuando me devolvió ese teléfono, un segundo coche-bomba explosionó
justo mientras yo estaba en conexión directa con Italia. Recordábamos esos
momentos y esos meses y años en los que muy cuesta arriba se nos hacía pensar
en un final del terrorismo, en una democracia todavía en fase de consolidación
y con la banda vasca capaz de infligir golpes durísimos.
Eran también los años de la incomprensión.
Cuando Francia miraba a otro lado y consentía el “santuario” de la
retaguardia etarra y yo mismo, siendo presidente de los corresponsales extranjeros,
chocaba un día tras otro contra la intransigencia de muchos colegas. No había
manera, y hoy todavía hay resistencias, de que periodistas y medios, europeos y
americanos, dejaran de hablar de “separatistas” cuando quienes firmaban las
matanzas eran, con toda la propiedad y en todos los lenguajes, unos despiadados
terroristas. Nada más y nada menos que eso.
Decía al principio que no hay morriña – ¡faltaría
más! – ni siquiera un mínimo atisbo de nostalgia. Pero para comprender el
presente y vislumbrar el futuro hay que recordar el pasado. Con todos sus
detalles, el horror y las anécdotas, el espanto y las vivencias como testigos
de días que hubiésemos preferido no vivir. Y recordando ese pasado, con Concha
y con Juan Pedro, como con millones de españoles, hoy tenemos la posibilidad de
mirar al futuro, a lo mejor a un futuro no muy lejano y con ojos diferentes. Los
de quienes hemos asistido al horror y - lo deseamos con todas nuestras fuerzas
- queremos ser testigos del final. Con justicia y sensatez, en el recuerdo de
todos y todas las víctimas de una locura que hubiésemos preferido no tener que
vivir y contar.
Qui
non c’è nostalgia e questo non è un amarcord, come direbbe Federico Fellini.
È semplicemente il frutto della fissazione in memoria di alcune tra le molte
tragedie cui, come giornalista e cittadino, mi capitò di assistere, vivere,
narrare e analizzare. E’ vero, però, che neppure le tragedie, per quanto
orribili possano essere, sono immuni alla curiosità, alla singolarità delle
coincidenze, agli aneddoti, al piccolo dettaglio, a tutto ciò che ruota attorno
a un fatto e contribuisce alla sua sedimentazione tra sinapsi e neuroni.
Ieri, commentavo in diretta, in tv, l’indignazione
per la scarcerazione prematura di un membro della banda terrorista Eta. Con
Concha García Campoy ci siamo soffermati a considerare che ad Antonio Trotiño
Arranza, alias “Miguel Ángel”, grazie a una favorevole interpretazione delle
leggi, le 22 vittime delle su imprese assassine sono state a buon mercato: 24
anni di reclusione, poco più di un anno di carcere per ogni essere umano
abbattuto. Per non parlare dei feriti, delle famiglie mutilate nei loro affetti
e del danno inflitto alla convivenza di una società che vuole vivere in pace.
Con Concha ricordavamo con orrore quegli Anni
Ottanta e primi dei Novanta del secolo recentemente concluso. A me, e in alcuni
casi anche a lei, quella catena di attentati, sempre nelle prime ore del
mattino, ci sbatteva giù dal letto, ci proiettava in strada, molto vicino ai
nostri rispettivi domicili, ed eravamo tra i primi testimoni dell’orrore: auto
sventrate e in fiamme, fumo, l’asfalto macchiato da una spaventosa mescolanza
di olio, carburante e sangue. Qui e là, corpi sventrati dalla furia assassina.
L’Eta assassinava nella capitale spagnola una
settimana dietro l’altra. E una settimana dietro l’altra, in un quartiere
strategico di Madrid, alcuni ci ritrovavamo. A Concha e a me è rimasta impressa
in memoria l’immagine di Alejandro Heras Lobato, collega della tg della prima
rete pubblica, in pigiama e cappotto dinanzi alla Clinica del Rosario la cui
parete, quella che dà alla sala dei neonati, era stata sventrata dalla potente
esplosione di un’auto-bomba. Era il 26 aprile 1986. Per un vero e proprio
miracolo, l’inspiegabile intuito di una suora che la notte precedente aveva
trasferito i bebè, non ci fu un infanticidio. Vedemmo, però, sull’asfalto e sul
marciapiede, i corpi irriconoscibili di vari agenti della Guardia civil. Cinque
morirono, quattro riportarono gravi lesioni. Avevano appena avuto il cambio di
guardia nelle vicine ambasciate dell’Italia e degli Stati Uniti. Molto vicino a
quello scenario di morte e meno di tre mesi più tardi, il 14 luglio (tristissimo
giorno del mio compleanno), nella piazza della República Dominicana la banda
terrorista lasciò un’altra scia di sangue: 12 giovani guardie civil morte, una
cinquantina i feriti e mutilati.
Ieri, all’uscita dal set del tg, ho incrociato
un collega e amico. Lo stesso che, sei anni dopo quell’attentato, incontrai in
un’altra infausta mattinata madrilena. Era il 21 giugno 1993, anno successivo
ai fasti del V Centenario, dell’Expo sivigliana e dei Giochi Olimpici di
Barcellona. Anche in quelle date, i soliti noti continuavano a rovinare la
festa tormentando la vita degli spagnoli.
Quel
collega e amico, con cui ieri frugavo nei ricordi tra un corridoio, la sala Vip
e la redazione, lo incontrai quella maledetta mattina del 1993 nella madrilena
Glorieta López de Hoyos. Come più tardi ebbi modo di narrare sul mio giornale,
quel giorno fui letteralmente svegliato e catapultato dal letto alla strada,
vestito come la fretta mi aveva consentito e accompagnato da un enorme telefono
analogico, uno dei primi portatili, di quelli che quando parlavi emanavo un
calore insopportabile che arrostiva l’orecchio e bruciacchiava i capelli.
Quella mattina, dal viadotto che incrocia la
calle Francisco Silvela con López de Hoyos, pendevano alcuni corpi. Altri
giacevano, esanimi e insanguinati, sull’asfalto della rotonda sottostante. Erano
le sette vittime dell’ennesimo attentato dell’Eta: sei militari e un civile che
si dirigevano verso il vicino posto di lavoro, alla Giunta dei Capi di Stato
maggiore. E sotto quel viadotto, pochi istanti dopo l’esplosione che sventrò il
veicolo delle vittime, tra i primi ad accorrere fummo io e un giovane
giornalista che stranamente non conoscevo personalmente, anche se, per il volto
visto in tv, identificai come un redattore dei tg di Telemadrid. Quel giovane,
con un cappotto nero e il volto pallido per la scena spaventosa cui assisteva,
era Juan Pedro Valentín, che anni dopo avrei rincontrato come direttore de
Servizi Informativi di Telecinco e che ieri, come direttore degli Informativi
di Cuatro, era tornato a casa come conseguenza della recente fusione tra le due
reti televisive.
Con Juan Pedro ricordavamo, ieri, il massacro
di quella mattina, i morti, la trentina di feriti, e pure quell’armadio di
telefono quasi preistorico che gli prestai per allertare la sua redazione.
Ricordavamo che quando mi restituì il telefono, una seconda auto-bomba esplose
giusto mentre io ero collegato in diretta con l’Italia. Ricordavamo quei
momenti e quei mesi e anni in cui non era facile guardare alla fine del
terrorismo, con la Spagna che assaporava una democrazia ancora in fase di
consolidamento e con la banda armata
basca capace di infliggere colpi durissimi.
Erano pure gli anni dell’incomprensione.
Quando la Francia guardava dall’altra parte e consentiva il “santuario” della
retroguardia dell’Eta e io stesso, come presidente dei corrispondenti esteri,
cozzavo un giorno e l’altro pure contro l’intransigenza di molti colleghi. Non
c’era modo, e anche oggi ci sono resistenze, di ottenere che giornalisti e
media, europei e americani, la smettessero di parlare di “separatisti” quando chi
firmava gli eccidi era, con tutta proprietà e in qualsiasi lingua, nient’altro
che uno spietato terrorista. E quelli dell’Eta erano e sono ancor oggi né più
né meno che terroristi.
Nelle prime righe dicevo che non c’è
nostalgia. Ci mancherebbe altro! Per comprendere il presente e cercare di
scorgere il futuro è, però, necessario ricordare il passato. Con tutti i suoi dettagli, l’orrore e gli
aneddoti, le visioni spaventose e il vissuto da testimoni di giornate che
avremmo preferito non vivere. Proprio ricordando quel passato, con Concha e con
Juan Pedro, come con milioni di spagnoli, oggi abbiamo la possibilità di
guardare a un futuro forse non lontano e con occhi diversi. Tutti noi che abbiamo
assistito all’orrore – lo desideriamo con tutte le nostre forze – vogliamo
essere testimoni della fine. Con giustizia e buon senso, nel ricordo di tutti e
tutte le vittime di una follia che avremmo preferito non vivere e raccontare.
Tuve la oportunidad, hace unos cuantos años en Valladolid, de asistir a un seminario sobre periodismo. Fue una casualidad porque yo no pertenecía a esa institución y me colaron unos amigos. Allí escuché con atención las intervenciones de Josto Maffeo y de Juan Pedro Valentín. Me gustaron porque estaban muy alejadas de las simplezas y de los lugares comunes a los que nos acostumbra este periodismo apresurado, demasiado militante, demasiado progre o demasiado carca a toda costa.
ResponderEliminarSalí de ese salón de actos con una conclusión que a lo largo de los años (soy lectora, telespectadora y oyente de radio) he podido comprobar que se mantiene: Valentín está fuera del griterío general, mantiene su seriedad no exenta de humor, y Maffeo le pone experiencia, profundidad y determinación a todo lo que dice., sin ahorrarse una sonrisa.
Intuía, ahora lo compruebo, que algún día los dos tuvieron que haber coincidido antes de hacerlo en una redacción. No hubiese imaginado que ocurriera ante algo tan dramático como una matanza de Eta. Y por lo que veo, manteniendo el tipo y siendo, en esa situación, dos periodistas de pura raza.
Ese día en Valladolid (hace unos cuatro o cinco años), cuando les escuché casi deseé ser periodista. Hoy soy profesional de un sector algo alejado, pero leer este recuerdo de un atentado, con el horror y también unas sonrisas de esperanza, me hace preguntar si no era ese mi camino vocacional.
Suerte a los dos, seguiré atenta. Un abrazo.
Patricia Sánchez - Valencia
Siempre me he preguntado cómo se puede mantener el tipo ante un escenario como ese. Horrible y bonito recuerdo, desde luego. Pero me pregunto si uno llega a acostumbrase a tanta matanza debajo de casa. Saludos. Antoni Henares
ResponderEliminar«Eran también los años de la incomprensión. Cuando Francia miraba a otro lado y consentía el “santuario” de la retaguardia etarra…». Tremenda verdad, gracias por recordarlo.
ResponderEliminarMe pregunto cuántos muertos nos habríamos ahorrado con Francia menos egoísta y más solidaria. Sólo con pensarlo me cabreo, y mucho.
Alicia
Sono passato un momento perché avevo scoperto il suo blog per quella “chicca” della sua scoperta su Primo Levi. E pure perché la leggo su Il Messaggero e l’ho ascoltata in più di un’occasione in Rai, spesso viaggiando da nord a sud e viceversa.
ResponderEliminarDa quel suo ricordo con il collega Valentín ho appreso più di quanto ci potesse pervenire in Italia. Com’era possibile l’atteggiamento opportunista francese? Anche se è vero che hanno fatto la stessa cosa con tutti i terrorismi (Brigate Rosse, Cesare Battisti, ecc.). E com’è possibile che i giudici mollino uno che ne ha assassinato decine e che paga un prezzo così basso?
Che tristezza! Ma grazie per la franchezza e per il racconto. A presto.
Giuseppe Nardi, provvisoriamente a Civitavecchia
Salve josto, sempre ti ho seguito e mi piace moltissimo che gente come te, con tantissimo talento ci informano bene ogni settimana per La TV e la radio di spagna. Io come te, lavoro nell paese del toro, ma sono anche del bel paese ;) ti invito a leggere il mio blog: www.godsavethebrief.com un spazio dedicato alla pubblicità, non è sul giornalismo ma puoi trovare qualche cosa interessante, un abbraccio è
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