Nos vemos, sin fecha ni horario fijo, en algunas pantalla o sintonía radio italiana o española. Y lo mismo ocurre en medios escritos. Tengo la inmensa suerte de no depender de nadie, de no deber nada a nadie y de poder opinar libremente cuando y donde solo yo lo considere oportuno.
«Fatti non foste a viver come bruti, ma per seguir virtute e conoscenza»
«No habéis sido hechos para vivir como brutos, sino para seguir virtud y conocimiento»
Dante Alighieri, "La Divina Commedia", Inferno - canto XXVI

viernes, 15 de abril de 2011

(70) Recuerdos del horror, anhelos de paz
Ricordi dell’orrore, aneliti di pace

ÚLTIMA HORA - Puesta al día del 21 Junio 2013
 
 

Aquí no hay morriña ni esto es un “amarcord”, como diría Federico Fellini. Es sencillamente el fruto de la fijación en la memoria de algunas de las muchas tragedias que, como periodista y ciudadano, me tocó presenciar, vivir, narrar y analizar. Pero tampoco las tragedias, por muy horribles que sean, son inmunes a la curiosidad, a la singularidad de la coincidencia, a la anécdota, al pequeño detalle, a todo lo que gira alrededor de un hecho y contribuye a su sedimentación entre sinapsis y neuronas.
Concha García Campoy y Josto Maffeo
  Ayer comentaba en directo, en televisión, la indignación por la salida prematura de la cárcel de un miembro de la banda terrorista Eta. Con Concha García Campoy nos detuvimos en considerar que a Antonio Troitiño Arranz, alias “Miguel Ángel”, gracias a una favorable interpretación de las leyes, las 22 víctimas de sus andanzas asesinas le han salido baratas: 24 años de reclusión, poco más de un año de cárcel por cada ser humano abatido. Por no hablar de los heridos, de las familias mutiladas en sus afectos y del daño ocasionado a la convivencia de una sociedad que quiere vivir en paz.
   Con Concha recordábamos con horror esos Años Ochenta y primeros de los Noventa del siglo recién concluido. A mí, y en algunos casos a ella también, esa cadena de atentados, siempre a primera hora de la mañana, nos levantaba de la cama, nos proyectaban en la calle, muy cerca de nuestros respectivos domicilios, y éramos entre los primeros testigos del horror: coches reventados en llamas, humareda, el asfalto manchado por una espantosa mezcla de aceite, carburante y sangre. Aquí y allá, cuerpos reventados por la furia asesina.
  Eta asesinaba en la capital de España una semana tras otra. Y una semana tras otra, en un barrio estratégico de Madrid, algunos coincidíamos. A Concha y a mí se nos quedó grabada la imagen de Alejandro Heras Lobato, en pijama y abrigo, ante la Clínica del Rosario cuya pared, la que da a la sala de los bebés, había sido reventada por la potente explosión de un coche-bomba. Era el 26 de abril de 1986. Por un auténtico milagro, la inexplicable intuición de una monja que la noche anterior trasladó a los pequeños, no hubo infanticidio. Pero sí vimos en el asfalto y en la acera los cuerpos destrozados de varios agentes de la Guardia Civil. Cinco murieron, cuatro quedaron malheridos. Acababan de ser relevados de sus turnos de guardia en las cercanas embajadas de Italia y de Estados Unidos. Muy cerca de allí y menos de tres meses más tarde, el 14 de julio (tristísimo día de mi cumpleaños), en la plaza de la República Dominicana la banda terrorista dejó otro reguero de sangre: 12 jóvenes guardias civiles muertos, unos cincuenta los heridos y mutilados.  
Juan Pedro Valentín
  Ayer, al salir del set desde donde se emiten los informativos, me crucé con un colega y amigo. El mismo que, seis años después de ese atentado, encontré en otra trágica mañana madrileña. Era el 21 de junio de 1993, el año sucesivo a los fastos del V Centenario, de la Expo sevillana y de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Pero los de siempre seguían aguando la fiesta y atormentando la vida de los españoles.
  Pues a ese colega y amigo, con el que ayer estuve rememorando entre un pasillo, la sala Vip y la redacción, me lo encontré esa maldita mañana de 1993 en la madrileña glorieta de López de Hoyos. Como luego conté en mi periódico, ese día fui literalmente despertado y proyectado desde la cama a la calle, vestido como las prisas me permitieron y acompañado por mi enorme teléfono móvil analógico, uno de los primeros, de esos que cuando hablabas desprendía un calor insoportable que asaba la oreja y chamuscaba el pelo.
Eta asesina 7 personas en Madrid el 21 junio 1993  Esa mañana, del viaducto que cruza Francisco Silvela con López de Hoyos colgaban algunos cuerpos. Otros yacían, inermes y ensangrentados, sobre el asfalto de la glorieta. Eran las siete víctimas de un enésimo atentado etarra: seis militares y un civil que se dirigían a sus cercanos puestos de trabajo en la Junta de Jefes de Estado Mayor. Y allí, instantes después del bombazo que reventó el vehículo de las víctimas, entre los primeros testigos estuvimos yo y un joven periodista que extrañamente no conocía personalmente, aun sabiendo perfectamente, por el rostro, que era alguien que aparecía en los informativos de Telemadrid. Ese joven, con un abrigo negro y el rostro pálido por el espanto, era Juan Pedro Valentín, que años más tarde reencontraría como director de Informativos Telecinco y que ayer, como director de los Informativos de Cuatro, había vuelto a casa por efecto de la fusión de las dos cadenas de televisión.Teléfono portátil analógico
  Con Juan Pedro recordábamos, ayer, la matanza de esa mañana, los muertos, la treintena de heridos, y también ese armatoste de teléfono casi prehistórico que le presté para comunicar con su redacción. Recordábamos que cuando me devolvió ese teléfono, un segundo coche-bomba explosionó justo mientras yo estaba en conexión directa con Italia. Recordábamos esos momentos y esos meses y años en los que muy cuesta arriba se nos hacía pensar en un final del terrorismo, en una democracia todavía en fase de consolidación y con la banda vasca capaz de infligir golpes durísimos.
  Eran también los años de la incomprensión. Cuando Francia miraba a otro lado y consentía el “santuario” de la retaguardia etarra y yo mismo, siendo presidente de los corresponsales extranjeros, chocaba un día tras otro contra la intransigencia de muchos colegas. No había manera, y hoy todavía hay resistencias, de que periodistas y medios, europeos y americanos, dejaran de hablar de “separatistas” cuando quienes firmaban las matanzas eran, con toda la propiedad y en todos los lenguajes, unos despiadados terroristas. Nada más y nada menos que eso.
  Decía al principio que no hay morriña – ¡faltaría más! – ni siquiera un mínimo atisbo de nostalgia. Pero para comprender el presente y vislumbrar el futuro hay que recordar el pasado. Con todos sus detalles, el horror y las anécdotas, el espanto y las vivencias como testigos de días que hubiésemos preferido no vivir. Y recordando ese pasado, con Concha y con Juan Pedro, como con millones de españoles, hoy tenemos la posibilidad de mirar al futuro, a lo mejor a un futuro no muy lejano y con ojos diferentes. Los de quienes hemos asistido al horror y - lo deseamos con todas nuestras fuerzas - queremos ser testigos del final. Con justicia y sensatez, en el recuerdo de todos y todas las víctimas de una locura que hubiésemos preferido no tener que vivir y contar.

Qui non c’è nostalgia e questo non è un amarcord, come direbbe Federico Fellini. È semplicemente il frutto della fissazione in memoria di alcune tra le molte tragedie cui, come giornalista e cittadino, mi capitò di assistere, vivere, narrare e analizzare. E’ vero, però, che neppure le tragedie, per quanto orribili possano essere, sono immuni alla curiosità, alla singolarità delle coincidenze, agli aneddoti, al piccolo dettaglio, a tutto ciò che ruota attorno a un fatto e contribuisce alla sua sedimentazione tra sinapsi e neuroni.
  Ieri, commentavo in diretta, in tv, l’indignazione per la scarcerazione prematura di un membro della banda terrorista Eta. Con Concha García Campoy ci siamo soffermati a considerare che ad Antonio Trotiño Arranza, alias “Miguel Ángel”, grazie a una favorevole interpretazione delle leggi, le 22 vittime delle su imprese assassine sono state a buon mercato: 24 anni di reclusione, poco più di un anno di carcere per ogni essere umano abbattuto. Per non parlare dei feriti, delle famiglie mutilate nei loro affetti e del danno inflitto alla convivenza di una società che vuole vivere in pace.
  Con Concha ricordavamo con orrore quegli Anni Ottanta e primi dei Novanta del secolo recentemente concluso. A me, e in alcuni casi anche a lei, quella catena di attentati, sempre nelle prime ore del mattino, ci sbatteva giù dal letto, ci proiettava in strada, molto vicino ai nostri rispettivi domicili, ed eravamo tra i primi testimoni dell’orrore: auto sventrate e in fiamme, fumo, l’asfalto macchiato da una spaventosa mescolanza di olio, carburante e sangue. Qui e là, corpi sventrati dalla furia assassina.
  L’Eta assassinava nella capitale spagnola una settimana dietro l’altra. E una settimana dietro l’altra, in un quartiere strategico di Madrid, alcuni ci ritrovavamo. A Concha e a me è rimasta impressa in memoria l’immagine di Alejandro Heras Lobato, collega della tg della prima rete pubblica, in pigiama e cappotto dinanzi alla Clinica del Rosario la cui parete, quella che dà alla sala dei neonati, era stata sventrata dalla potente esplosione di un’auto-bomba. Era il 26 aprile 1986. Per un vero e proprio miracolo, l’inspiegabile intuito di una suora che la notte precedente aveva trasferito i bebè, non ci fu un infanticidio. Vedemmo, però, sull’asfalto e sul marciapiede, i corpi irriconoscibili di vari agenti della Guardia civil. Cinque morirono, quattro riportarono gravi lesioni. Avevano appena avuto il cambio di guardia nelle vicine ambasciate dell’Italia e degli Stati Uniti. Molto vicino a quello scenario di morte e meno di tre mesi più tardi, il 14 luglio (tristissimo giorno del mio compleanno), nella piazza della República Dominicana la banda terrorista lasciò un’altra scia di sangue: 12 giovani guardie civil morte, una cinquantina i feriti e mutilati.
  Ieri, all’uscita dal set del tg, ho incrociato un collega e amico. Lo stesso che, sei anni dopo quell’attentato, incontrai in un’altra infausta mattinata madrilena. Era il 21 giugno 1993, anno successivo ai fasti del V Centenario, dell’Expo sivigliana e dei Giochi Olimpici di Barcellona. Anche in quelle date, i soliti noti continuavano a rovinare la festa tormentando la vita degli spagnoli.
   Quel collega e amico, con cui ieri frugavo nei ricordi tra un corridoio, la sala Vip e la redazione, lo incontrai quella maledetta mattina del 1993 nella madrilena Glorieta López de Hoyos. Come più tardi ebbi modo di narrare sul mio giornale, quel giorno fui letteralmente svegliato e catapultato dal letto alla strada, vestito come la fretta mi aveva consentito e accompagnato da un enorme telefono analogico, uno dei primi portatili, di quelli che quando parlavi emanavo un calore insopportabile che arrostiva l’orecchio e bruciacchiava i capelli.
  Quella mattina, dal viadotto che incrocia la calle Francisco Silvela con López de Hoyos, pendevano alcuni corpi. Altri giacevano, esanimi e insanguinati, sull’asfalto della rotonda sottostante. Erano le sette vittime dell’ennesimo attentato dell’Eta: sei militari e un civile che si dirigevano verso il vicino posto di lavoro, alla Giunta dei Capi di Stato maggiore. E sotto quel viadotto, pochi istanti dopo l’esplosione che sventrò il veicolo delle vittime, tra i primi ad accorrere fummo io e un giovane giornalista che stranamente non conoscevo personalmente, anche se, per il volto visto in tv, identificai come un redattore dei tg di Telemadrid. Quel giovane, con un cappotto nero e il volto pallido per la scena spaventosa cui assisteva, era Juan Pedro Valentín, che anni dopo avrei rincontrato come direttore de Servizi Informativi di Telecinco e che ieri, come direttore degli Informativi di Cuatro, era tornato a casa come conseguenza della recente fusione tra le due reti televisive.
  Con Juan Pedro ricordavamo, ieri, il massacro di quella mattina, i morti, la trentina di feriti, e pure quell’armadio di telefono quasi preistorico che gli prestai per allertare la sua redazione. Ricordavamo che quando mi restituì il telefono, una seconda auto-bomba esplose giusto mentre io ero collegato in diretta con l’Italia. Ricordavamo quei momenti e quei mesi e anni in cui non era facile guardare alla fine del terrorismo, con la Spagna che assaporava una democrazia ancora in fase di consolidamento  e con la banda armata basca capace di infliggere colpi durissimi.
  Erano pure gli anni dell’incomprensione. Quando la Francia guardava dall’altra parte e consentiva il “santuario” della retroguardia dell’Eta e io stesso, come presidente dei corrispondenti esteri, cozzavo un giorno e l’altro pure contro l’intransigenza di molti colleghi. Non c’era modo, e anche oggi ci sono resistenze, di ottenere che giornalisti e media, europei e americani, la smettessero di parlare di “separatisti” quando chi firmava gli eccidi era, con tutta proprietà e in qualsiasi lingua, nient’altro che uno spietato terrorista. E quelli dell’Eta erano e sono ancor oggi né più né meno che terroristi.
  Nelle prime righe dicevo che non c’è nostalgia. Ci mancherebbe altro! Per comprendere il presente e cercare di scorgere il futuro è, però, necessario ricordare il passato.  Con tutti i suoi dettagli, l’orrore e gli aneddoti, le visioni spaventose e il vissuto da testimoni di giornate che avremmo preferito non vivere. Proprio ricordando quel passato, con Concha e con Juan Pedro, come con milioni di spagnoli, oggi abbiamo la possibilità di guardare a un futuro forse non lontano e con occhi diversi. Tutti noi che abbiamo assistito all’orrore – lo desideriamo con tutte le nostre forze – vogliamo essere testimoni della fine. Con giustizia e buon senso, nel ricordo di tutti e tutte le vittime di una follia che avremmo preferito non vivere e raccontare.

Concha García Campoy trata el mismo argumento
y se refiere a este post en su
El Blog de la Campoy: Josto y la memoria

5 comentarios:

  1. Tuve la oportunidad, hace unos cuantos años en Valladolid, de asistir a un seminario sobre periodismo. Fue una casualidad porque yo no pertenecía a esa institución y me colaron unos amigos. Allí escuché con atención las intervenciones de Josto Maffeo y de Juan Pedro Valentín. Me gustaron porque estaban muy alejadas de las simplezas y de los lugares comunes a los que nos acostumbra este periodismo apresurado, demasiado militante, demasiado progre o demasiado carca a toda costa.
    Salí de ese salón de actos con una conclusión que a lo largo de los años (soy lectora, telespectadora y oyente de radio) he podido comprobar que se mantiene: Valentín está fuera del griterío general, mantiene su seriedad no exenta de humor, y Maffeo le pone experiencia, profundidad y determinación a todo lo que dice., sin ahorrarse una sonrisa.
    Intuía, ahora lo compruebo, que algún día los dos tuvieron que haber coincidido antes de hacerlo en una redacción. No hubiese imaginado que ocurriera ante algo tan dramático como una matanza de Eta. Y por lo que veo, manteniendo el tipo y siendo, en esa situación, dos periodistas de pura raza.
    Ese día en Valladolid (hace unos cuatro o cinco años), cuando les escuché casi deseé ser periodista. Hoy soy profesional de un sector algo alejado, pero leer este recuerdo de un atentado, con el horror y también unas sonrisas de esperanza, me hace preguntar si no era ese mi camino vocacional.
    Suerte a los dos, seguiré atenta. Un abrazo.
    Patricia Sánchez - Valencia

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  2. Siempre me he preguntado cómo se puede mantener el tipo ante un escenario como ese. Horrible y bonito recuerdo, desde luego. Pero me pregunto si uno llega a acostumbrase a tanta matanza debajo de casa. Saludos. Antoni Henares

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  3. «Eran también los años de la incomprensión. Cuando Francia miraba a otro lado y consentía el “santuario” de la retaguardia etarra…». Tremenda verdad, gracias por recordarlo.
    Me pregunto cuántos muertos nos habríamos ahorrado con Francia menos egoísta y más solidaria. Sólo con pensarlo me cabreo, y mucho.
    Alicia

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  4. Giuseppe Nardi15/4/11 18:40

    Sono passato un momento perché avevo scoperto il suo blog per quella “chicca” della sua scoperta su Primo Levi. E pure perché la leggo su Il Messaggero e l’ho ascoltata in più di un’occasione in Rai, spesso viaggiando da nord a sud e viceversa.
    Da quel suo ricordo con il collega Valentín ho appreso più di quanto ci potesse pervenire in Italia. Com’era possibile l’atteggiamento opportunista francese? Anche se è vero che hanno fatto la stessa cosa con tutti i terrorismi (Brigate Rosse, Cesare Battisti, ecc.). E com’è possibile che i giudici mollino uno che ne ha assassinato decine e che paga un prezzo così basso?
    Che tristezza! Ma grazie per la franchezza e per il racconto. A presto.
    Giuseppe Nardi, provvisoriamente a Civitavecchia

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  5. Salve josto, sempre ti ho seguito e mi piace moltissimo che gente come te, con tantissimo talento ci informano bene ogni settimana per La TV e la radio di spagna. Io come te, lavoro nell paese del toro, ma sono anche del bel paese ;) ti invito a leggere il mio blog: www.godsavethebrief.com un spazio dedicato alla pubblicità, non è sul giornalismo ma puoi trovare qualche cosa interessante, un abbraccio è

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