No es la primera vez. He dado una enésima vuelta, fisgoneando y
escuchando, en foros italianos y españoles en los que muchos colegas, y
aspirantes colegas, se miran el ombligo mientras otros, los menos, intentan que
el periodismo de ayer y el de hoy puedan instalar puentes de comprensión y de
colaboración. Lo siento, después de atragantarme con teorías de todo tipo (parole…parole...),
sigo instalado en la decepción, en una decepción mayúscula.
La mayoría decreta sin apelación
la segunda y definitiva muerte de Gutenberg y la desaparición de toda su
galaxia. Y mira con mucho candor a lo nuevo. Pero muy pocos abogan por calidad,
fiabilidad, independencia, credibilidad y viabilidad. Lo rápido y eficaz, con
que se lea, es el objetivo. Y que alguien pague el juguete, es decir el medio, que
gaste sin preguntar si hay horizonte de beneficios y, además, que no incordie a
la redacción porque el medio es de los periodistas. Y de nadie más.
Luego hay muchos vuelos
fantásticos sobre el mito de eso que se define como “periodismo ciudadano”, sobre
las estrategias de captación de lectores y una larga retahíla de propuestas
para crecer, seguir creciendo y llegar a ser alguien en el mundo de los medios virtuales.
Otro apunte. Nadie, o casi
nadie, entre los que abogan para que alguien apueste por nuevas vías de
información on line, presenta el relativo plan financiero. Y sigo
preguntándome: ¿Por qué alguien tendría que invertir un dinero, sus cuartos, en lo que no ve? O en lo que ve demasiado
fácil y por eso desconfía.
Que conste. Estoy on line
desde cuando Internet todavía ni siquiera era Arpanet; cuando unos cuantos,
pocos miles en todo el mundo, conectábamos con las entonces heroicas redes BBS,
con pantallas de sólo texto en ámbar y no más de 32 o 64 Kbytes de memoria. Y
los soportes de memorias eran tarjetas perforadas de cartulina y cintas. Pero hoy, aun
creyendo posibles los milagros, percibo más entusiasmo que capacidad de
empresa. Porque de eso se trata, de empresas periodísticas, no sólo de escribir
y navegar.
De momento, una mano firmemente
agarrada a mi amigo Gutenberg y la otra prudentemente tendida hacia el presente
y el inescrutable futuro. Sin soñar y con los ojos bien abiertos.
Non è la prima volta. Ho fatto un ennesimo giro,
curiosando e ascoltando, nei fori italiani e spagnoli in cui molto colleghi, e
aspiranti colleghi, si guardano l’ombelico mentre altri, una minoranza, cercano
di far sì che il giornalismo di ieri e quello di oggi possano lanciare ponti di
comprensione e collaborazione. Mi spiace, dopo aver fatto indigestione di
teorie di vario genere (parole…parole…), mi mantengo nello scetticismo, in un
grande e deluso scetticismo.
La maggioranza
decreta senza appello la seconda e definitiva morte di Gutenberg e la scomparsa
di tutta la sua galassia. E guarda con grande candore al nuovo. Ben pochi,
però, auspicano qualità, affidabilità, indipendenza, attendibilità e fattibilità.
Rapido ed efficace, l’importante è che si legga, è il binomio, parola d’ordine
e obiettivo. E poi, che qualcuno paghi il giocattolo, cioè il mezzo, che spenda
senza fare domande su possibili orizzonti di utili e, inoltre, che non rompa le
scatole alla redazione perché i media sono dei giornalisti. E di nessun altro.
Poi ci sono molti voli pindarici sul mito di
quello che è definito “giornalismo civico” o “giornalismo cittadino”, sulle
strategie di captazione dei lettori e una lunga teoria di proposte per
crescere, crescere e raggiungere il traguardo: essere qualcuno nel mondo dei
media virtuali.
Un altro appunto.
Nessuno, o pressoché nessuno, tra chi chiede che qualcuno scommetta su nuove
vie dell’informazione on line, presenta il relativo budget. E così
continuo a chiedermi: per quale motivo qualcuno dovrebbe investire i suoi
denari, in ciò che non vede? O investire in ciò che gli è dipinto come troppo
facile e, pertanto, non si fida.
Per la cronaca, io
sono on line da quando Internet non era ancora neppure Arpanet; da
quando alcuni, poche migliaia al mondo, ci collegavamo con le allora eroiche
retti Bbs, con schermi di solo testo color ambra e non più di 32 o 64 Kilobytes
di memoria. E i supporti memoria erano schede perforate di cartolina o nastri. Oggi, però, nonostante ritenga possibili i
miracoli, percepisco più entusiasmo che capacità d’impresa. Perché proprio di
questo si tratta, di imprese giornalistiche, non solo di scrivere e navigare.
Per ora resto con
una mano fermamente afferrata al mio amico Gutenberg e con l’altra prudentemente
tesa verso il presente e l’imperscrutabile futuro. Senza sognare e con gli
occhi ben aperti.
¿Quién me garantiza que lo que leo es verdad? ¿Quién hay detrás de ese comentario? Mucho anónimo y mucho indocumentado, los más bajos resortes se disparan. Eso es Internet. Pero la inmediatez y la globalidad, todo eso es impagable.
ResponderEliminarMenudo lío...
Soy Arturo (y ¿quién lo comprueba que soy yo?)
Llegó la tele dijeron que se moría la radio. Nunca ha sido tan viva. Llegó Internet y dijeron que iba palmarla la tele. En lo bueno y en lo peor, aquí sigue con miles de cadenas por antena, por cable y por satélite. También escriben necrológicas de libros y periódicos. Creo que no iremos a esos funerales.
ResponderEliminarMe parece que todo este lío es una crisis de crecimiento y también la prueba de que la coexistencia es posible.
Yo sí soy Leire C. De verdad, no es un alias
El futuro ya está aquí, como siempre ha ocurrido en la historia. Pero eso no significa que tenemos que tirar todo lo de ayer y de hoy mismo.
ResponderEliminarAlfredo
Creo que las diferentes formas de acceder a la información pueden convivir. Es evidente que en ciertas situaciones, para no estar desconectada, es muy cómodo tener al alcance una pda o un tablet. Eso porque no dependen de un kiosco o de una tienda. Pero en casa, en el despacho, cuando quiero enterarme con calma, el periódico me da profundidad y perspectiva.
ResponderEliminarEs lo que ya ha ocurrido. La radio hasta en el coche, la prensa en el diván.
Así lo veo desde La Mancha.
Marta Lobera