Los que en esta profesión hemos viajado – corresponsales y enviados especiales – sabemos que el taxista ha sido siempre o casi siempre el recurso fácil e inmediato. Otra cosa es la prudencia y el escepticismo con lo que unos lo han utilizado y la trampa en la que muchos han caído, aun sabiendo que era y es un terreno resbaladizo. Me explico. Ocurre algo en esa ciudad o en ese país, se coge el tren, el barco o el avión y se aterriza en un lugar que llevábamos un tiempo sin visitar. El primer contacto es el recorrido en taxi desde la estación o el aeropuerto al hotel y – ¡faltaría más! – se aprovecha para conversar con el taxista, primera “fuente” para entra en situación, hacer acopio de noticias, rumores y chismes y "aggiornare” lo que ya sabíamos o creíamos saber.
Claro, el tiempo de deshacer la maleta, sacar el ordenador, ver un telediario, escuchar la radio, hacer tres o cuatro llamadas a nuestros contactos locales y, puntual como un acreedor, allí está nuestro compañero de la redacción llamándonos para decirnos que «hoy cerramos las páginas antes de lo habitual; tienes que escribir rápidamente y transmitir lo antes posible». Y así la crónica, la columna, el punto, lo que es nuestra primera fotografía de situación, corre el grave riesgo de fundarse sobre dos o tres breves conversaciones telefónicas y… sobre la opinión del taxista que nos llevó al hotel.
Lo más grave – y sólo con abrir cualquier
periódico podemos encontrar ejemplos todos los días – es que a ese anónimo taxista no sólo le otorgamos la responsabilidad de representar una visión
equilibrada o de la realidad; lo más grave, decía, es que a menudo se llega a escribir algo como «los portugueses piensan» o «es opinión de la mayoría de los habitantes de Argel». Vamos, que sin muestras, sin equipo, sin desplazarnos, en un pispas y sin gastar un euro se consigue nada menos que tener al alcance un sondeo de opinión que para el ignaro lector, quien la mañana siguiente en el quiosco nos hará el honor de darnos su confianza, tendrá valor documental. El que contribuirá a que se forme una opinión sobre lo que se le está contando y
explicando.
¿Verdad que suena a estafa? Mejor dicho: ¿Verdad
que es un fraude y una violación de la deontología como la copa de un pino? Pues sepan
que ocurre, en estas y en otras modalidades, con más frecuencia de la
que sería deseable.
Diluir una visión individual multiplicándola
hasta transformarla en un dato estadístico, y también definir estadística el
resultado de una o más preguntas contestadas en un único ámbito, sin muestras
representativa de edad, sexo, condición social, ideología y muchas otras características
personales o sociales, cualquier ejercicio en ese sentido tiene un directo
parentesco la opinión del taxista. Y que me disculpen lo profesionales de esa
modalidad de transporte público, pero lo que relato como ejemplo de una mala
costumbre es algo constatable entre muchos profesionales del periodismo.
El buen amigo José Juan Toharia, el sociólogo
y presidente de Metroscopia, no se cansa de recordar cuales son los requisitos
mínimos de un sondeo de opinión. Y aun cuando las muestras son amplias y representativas,
los equipos son fiables, las preguntas son las correctas y todo se ha cuidado
con la máxima seriedad, el mismo Toharia avisa de que «un sondeo es
la fotografía de un momento, la señal de una tendencia, la brújula que indica
el rumbo que está siguiendo un grupo, un colectivo. Pero no es la exacta, milimétrica fotografía
de la realidad, aun siendo un válido instrumento que ayuda a comprender, prever
y adoptar decisiones». Con la honradez intelectual y profesional que le
caracteriza, el amigo Toharia ”el Sosegado” (así suelo llamarle afectuosamente
por su calma olímpica) se ha hartado de señalar estas características de
cualquier sondeo a todos los que han querido escucharle. Hace pocos días repetía
algo parecido a Pepa Fernández en “No es un día cualquiera”, el programa de
Radio Nacional de España con el que ambos colaboramos y en el que, en estas y
otras facetas de la ciencia, incluida la ciencia empírica, no se suele dar gato
por liebre.
Y ahora voy a lo que en realidad ha motivado
estas líneas. Abundan, en Internet, los periódicos, foros, blogs, webs y otras
expresiones de la Red que lanzan “sondeos de opinión”, se atreven a publicar su
desarrollo en tiempo real – con tiras coloreadas, gráficos y dibujitos animados
– y al final pretenden que ese resultado sea lo que piensan los bomberos, los
inmigrantes chinos de Alcalá de Henares, los guardas forestales de la Sierra de
Cazorla, los adolescentes entre doce y catorce años o – ¡a eso se atreven! – lo que piensa la
mismísima sociedad española. Y también la italiana, la francesa y la noruega.
Si allí hubiera suficiente penetración de Internet, seguro que nos dirían lo
que impepinablemente piensan los watussi de la deforestación de la Amazonia.
Es evidente que el resultado otorgado por la
extrapolación estadística de una serie de preguntas, todas contestadas de forma
anónima en una página web de Internet, tiene una fiabilidad cercana o inferior
a cero. No sólo por el método y por la facilidad de contestar más de una vez,
por la soltura de frenos inhibitorios que ofrece la penumbra de la Red y porque
no hay muestras representativas de colectivos bien identificados. También, y
eso es más que evidente, porque el sesgo lo da también y sobre todo el ámbito.
Imaginen la fiabilidad de un sondeo lanzado por un foro de forofos madridistas
que opinan sobre la simpatía que emanan los directivos del Barcelona. O el
pulso de la credibilidad de los
políticos de un lado de espectro ideológico recabado por una página web cuya
tendencia es diametralmente opuesta.
Lo grave de todo esto es que, aun cuando se
tiene la información que tendría que inducir a la desconfianza, no hay más
ciego del que no quiera ver. Y si a esa
actitud desinformada, ingenua o pasota se suman la alevosía y la falta de
seriedad de quienes lanzan preguntas al aire (buen, a la Red) atreviéndose a
definir el resultado “sondeo de opinión”, pues la estafa es redonda.
Déjenme una
vez más citar algunas de mis obsesiones. Una clásica, la otra más moderna. Aquí
los latinos hubiesen afirmado que “Mala
tempora currunt” mientras que el “maldito” André Gide soltaría una vez más: «Tout
a été dit, mais comme personne n'écoute, il faut toujours répéter».
Tutti coloro che in questa professione
hanno viaggiato – corrispondenti e inviati speciali – sappiamo che il tassista sempre
o quasi sempre è stato la risorsa facile e immediata. Ben altra cosa è la
prudenza e lo scetticismo con cui alcuni lo hanno utilizzato e la trappola in
cui molti sono caduti, pur sapendo che si trattava di un terreno
sdrucciolevole. Mi spiego. Accade qualcosa in quella città o in quel paese, si
prende il treno, la nave o l’aereo e si atterra in un luogo che da qualche
tempo non visitavamo. Il primo contatto è il percorso in tassì dalla stazione o
aeroporto all’hotel e – ci mancherebbe! – si coglie l’occasione per conversare
con il tassista, prima “fonte” per calarci nella situazione, fare incetta di
notizie e pettegolezzi e così “aggiornare” ciò che già sapevamo o credevamo di
sapere.
Giusto il tempo per disfare la valigia, estrarre il laptop, vedere un
tg, ascoltare la radio, fare tre o quattro telefonate ai nostri contatti locali
ed ecco che, puntuale come un creditore, il nostro collega della redazione già
incalza dicendo che «oggi chiudiamo le pagine prima del solito, devi scrivere
in fretta e trasmettere quando prima». E così la cronaca, il commento, il punto,
ciò che è la nostra prima fotografia di situazione, corre il grave rischio di
fondarsi su due o tre brevi conversazioni telefoniche e… sull’opinione del
tassista che ci portò in albergo.
L’aspetto
più grave – e solo aprendo qualsiasi giornale possiamo trovare esempi quotidianamente
– è quello che all’anonimo tassista non solo accolliamo la responsabilità di
rappresentare una visione equilibrata della realtà; l’aspetto più grave,
dicevo, è quello che spesso conduce a scrivere cose come «i portoghesi
pensano» o «è l’opinione della maggior parte degli abitanti di Algeri». Diamine,
senza campioni, senza staff, senza muoverci, in un battibaleno e senza spendere
un euro si ottiene niente meno che avere a portata di mano un sondaggio d’opinione
che per l’ignaro lettore, chi la mattina successiva all’edicola ci darà fiducia,
avrà valore di documento. L’appoggio che contribuirà alla formazione di un’opinione
su ciò che gli si sta raccontando o spiegando.
Vero che somiglia a una truffa? O meglio, vero che si tratta di una
frode e pure di una violazione della deontologia grande come un macigno? Sappiate
che capita, in questa o in altre modalità, con maggiore frequenza di quanto
sarebbe auspicabile.
Diluire una visione individuale moltiplicandola fino a trasformarla in
un dato statistico, e definire statistica il risultato di una o più domande
risposte in un unico ambito, senza campioni rappresentativi di età, sesso,
condizione sociale, ideologia e molte altre caratteristiche personali o
sociali, qualsiasi esercizio in questo senso ha una diretta parentela con l’opinione
del tassista. Chiedo scusa ai lavoratori di questa modalità di trasporto
pubblico, ma ciò che cito come esempio di pessime abitudini è purtroppo constatabile
tra molti professionisti del giornalismo.
Il buon amico José Juan Toharia, sociologo e
presidente di Metroscopia, non si stanca di ricordare quali sono i requisiti
minimi di un sondaggio d’opinione. E anche quando i campioni son ampi e
rappresentativi, gli staff affidabili, le domande sono corrette e tutto è stato
curato con la massima serietà, lo stesso Toharia avverte che «un sondaggio è
la fotografia di un momento, il segnale di una tendenza, la bussola che indica la
rotta che sta seguendo un collettivo. Non è, però, l’esatta, millimetrica fotografia
della realtà, pur essendo un valido strumento che aiuta a comprendere, prevedere
e adottare decisioni». Con l’onestà intellettuale e professionale che lo contraddistingue,
l’amico Toharia ”l’Assennato” (lo definisco così, affettuosamente, per la sua
calma olimpica) si è stufato di segnalare a chi lo ha voluto ascoltare queste
caratteristiche di qualsiasi sondaggio. Poco tempo fa ripeteva qualcosa di
simile a Pepa Fernández in "No es un día cualquiera", il
programma di Radio Nacional de España con cui entrambi collaboriamo e nel quale,
in questo e in altri aspetti della scienza, compresa la scienza empirica, no s’inganna
nessuno.
Ora giungo a ciò che in realtà ha motivato queste righe. Abbondano, in
Internet, i giornali, fori, blog, web e altre espressioni della Rete che
lanciano “sondaggi d’opinione”, osano pubblicare la loro progressione in tempo
reale – con strisce colorate, grafici e disegni animati – e alla fine
pretendono che il risultato corrisponda a ciò che pensano i pompieri, gli
immigrati cinesi di Alcalà de Henares, le guardie forestali della Sierra di
Cazorla, gli adolescenti tra dodici e quattordici anni o – osano osare tanto! –
ciò che pensa la stessa società spagnola. Come pure l’italiana, la francese e
la norvegese. Se ci fosse una sufficiente penetrazione d’Internet, sono sicuro
che ci propinerebbero pure che cosa pensano i watussi della deforestazione dell’Amazzonia.
È
evidente che il risultato prodotto dall’estrapolazione statistica di una serie
di domande, tutte risposte anonimamente in una pagina web d’Internet, ha un’affidabilità
prossima o inferiore allo zero. Non solo per il metodo e per la facilità di ripetizione
delle risposte, per l’allentamento dei freni inibitori che offre la penombra
della Rete e perché non ci sono campioni rappresentativi di collettivi ben
identificati. Anche, e questo è più che evidente, perché la tendenza è data
pure e soprattutto l’ambito. Immaginate l’affidabilità di un sondaggio lanciato
da un foro di tifosi madridisti che opinano sulla simpatia che emanano i
dirigenti del Barcellona. Oppure tastare il polso della stima che riscuotono i
politici di una parte dello spettro ideologico e farlo in una pagina web la cui
tendenza è diametralmente opposta.
Ciò che è grave è che anche quando si ha l’informazione che dovrebbe
indurre alla cautela, non c’è peggiore cieco di chi non vuole vedere. E se a
quell’atteggiamento disinformato, ingenuo o affidato all’inerzia, si sommano l’inganno
e l’assoluta assenza di serietà di chi lancia domande in aria (beh, alla Rete)
osando definire il risultato “sondaggio d’opinione”, allora la truffa è
completa.
Concedetemi ancora una volta la citazione di alcune delle mie
ossessioni. Una classica, l’altra più moderna. Qui i latini avrebbero affermato
che «Mala tempora currunt» mentre il “maledetto” André
Gide sbotterebbe ancora una volta con «Tout a été
dit, mais comme personne n'écoute, il faut toujours répéter».
Tiene toda la razón y sin embargo muchos se creen a pies juntos lo que publicas esos pseudosondeos en la Red. Pero quisiera también recordar que la estadística nos dice que Usted y yo cada uno comemos un pollo todos los días. La realidad es que a mi no me gusta el pollo y no sé cuántos se come Usted.
ResponderEliminarPero hay diferencias, desde luego, entre sondeo y sondeo y estadística y estadística.
¡Vive la différence! dicen los franceses. Pues eso. Saludos
Malena, Cáceres
Si los sondeos bien hechos no fueran una buena aproximación a la realidad, las empresas no los utilizarían para sus estrategias comerciales. Otra cosa son los "referendos" con pantalla, adsl, ratón y anonimato en una web amiga o enemiga. Ese es el circo romano, donde el gladiador la palmaba siempre casi por unanimidad.
ResponderEliminarY ahora quiero hacer mi sondeo personal. Voto para que este blog sea considerado inteligente, sesudo y radical sin griterío. Se agradece que alguien invite a la reflexión, incluso con algo de humor.
José Luis R.
Todos "cocinan" los sondeos. No quiero imaginar lo que pueda hacer una página web cuando tiene pocas respuestas y no quiere quedar mal.
ResponderEliminarRodrigo Fuentes
A Toharia se le entiende todo y lo que dice en Radio Nacional es un complemento de lo que escribe y de las cifras de sus sondeos. Se le ve honrado. Lo mismo que parece Ud.. A sus colegas no les perdona ni una y no echa balones fuera. Muy poco frecuente, desde luego.
ResponderEliminarUn placer seguirles, cuando puedo.
Pues hasta el fin de semana.
M. Rosa Cáceres